La huida de Alemania de Einstein, el judío universal que rechazó ser presidente de Israel

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El 17 de octubre de 1933 llegaba a Nueva York el que se convertiría en el científico más famoso del siglo XX. Con su mujer de un brazo y su secretaria del otro, Albert Einstein (Alemania, 1879- Estados Unidos, 1955) desembarcaba en Estados Unidos como el primer profesor del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y como uno de los primeros intelectuales que había huido de la Alemania nazi.

Su nombre fue uno de los que engrosaron las listas negras en cuanto Hitler llegó al poder y también el más querido por todas las universidades del mundo. Oxford, Jerusalén, París, Leyden e incluso Madrid le habían ofrecido puestos en sus claustros pero tras pensárselo mucho, y con la idea de un futuro negro para Europa, optó por irse a América a un puesto de profesor sin alumnos, con un salario muy alto y una libertad absoluta.

Con su nombre cada vez más politizado y reconocido a nivel mundial fue estrechando años tras años sus lazos con el pueblo judío


Allí se quedó hasta su muerte, en 1955, adquiriendo la nacionalidad estadounidense, ya tenía la suiza, y aumentando las críticas hacia las grandes potencias, las guerras y suplicando por un mundo más pacífico. Con su nombre cada vez más politizado y reconocido a nivel mundial fue estrechando año tras año sus lazos con el pueblo judío, con su pueblo.

Pero el camino hasta llegar a vivir en paz y con reconocimiento entre sus iguales no fue fácil para el científico. Ya en la década de los 20 muchas revistas conservadoras alemanas, e incluso colegas de profesión, comenzaron a atacar su teoría de la relatividad colocando el adjetivo judío al lado de sus críticas. Incluso cuando vino de visita a España en 1923, tras recibir el Premio Nobel en 1921, y tras apoyar una II República a finales de esa década, algunos medios españoles le tildaron de marxista diciendo que era condición intrínseca a sus orígenes.

Por eso en cuanto el partido nazi llegó al poder en enero del 1933 y su nombre pasó a ser el del un autor prohibido, el físico tomó la decisión de dejar su país y subirse a un barco para buscar un hogar seguro para él y su segunda mujer. Pero su primera parada no fue Estados Unidos, Einstein desembarcó en Bélgica en marzo de aquel año, tras saber que los nazis habían visitado una casa que tenía a las afuera de Berlín.

Allí estuvo seis meses, en De Haan, Flandes, bajo la constante vigilancia de la policía, con el gobierno belga temiendo por su vida y la de su familia. En esta ciudad, como contó una de sus a AFP muchos años más tarde, “todas las mañanas caminaba por el dique o por la playa”, hasta que partió a Nueva York tras aceptar el puesto en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton.

Al llegar, le recibieron como a un héroe. “Es un acontecimiento tan importante como podría ser la mudanza del Vaticano al Nuevo Mundo”, aseguró el físico Paul Langevin, que continúo diciendo que “el Papa de la física” se había mudado de casa y había convertido a Estados Unidos “en el centro mundial de las ciencias naturales”.

Y a su casa, en la calle Mercer, en el sitio donde la leyenda creció y donde él, que se quedó viudo a los tres años de llegar, explotó como científico y desarrolló aún más su conciencia política. Defensor de un mundo global, incluso hablaba de un sólo gobierno común, su mayor temor durante años fue la Alemania nazi. En 1935 le escribió la siguiente carta a su hijo Hans Albert, que vivía en Suiza: “Europa está empezando a tomarse la cosa en serio, especialmente los ingleses. Si hubieran caído duramente hace un año y medio, habría sido mejor y más fácil”.

Europa está empezando a tomarse la cosa en serio, especialmente los ingleses. Si hubieran caído duramente hace un año y medio, habría sido mejor y más fácil”

ALBERT EINSTEIN

Y en 1938, aseguró que para los nazis los judíos no eran “solo un medio que desvía el resentimiento que el pueblo experimenta contra sus opresores, ven también en los judíos un elemento inadaptable que no puede ser llevado a aceptar un dogma sin crítica, y que en consecuencia amenaza su autoridad. La prueba de que este problema toca el fondo de la cuestión la proporciona la solemne ceremonia de la quema de libros, ofrecida como espectáculo por el régimen nazi poco tiempo después de adueñarse del poder”.

Por lo que, cuando en 1939, el científico Leo Szilard le contó que tenía pruebas de que los alemanes estaban empezando a crear una bomba atómica, Einstein no dudó en escribir al presidente Roosevelt para que comenzase con el proyecto atómico para parar a los nazis. Y sus palabras tuvieron un resultado casi inmediato. A los pocos meses, el gobierno estadounidense creó el Comité Briggs, el antecesor del proyecto Manhattan que desarrolló la bomba atómica.

Por eso, durante mucho tiempo, y aún más tras Hiroshima, se llamó a Einstein el “padre de la bomba atómica” y aquella carta le persiguió toda su vida. Incluso, tras su muerte, cuando se descubrió otra misiva que le había mandado a Roosevelt en la que trataba de impedir que se lanzaran las bombas atómicas, el apodo le siguió persiguiendo.

También sus declaraciones políticas. Durante todos los años que pasó en EE.UU se mostró partidario del socialismo y a favor de una solución pacífica. Desde que puso el pie en el país, el FBI comenzó a investigarlo y documentó en 1.427 páginas los movimientos del que consideraron “un comunista y un extremista radical”. Fueron aquellos informes por los que le ofrecieron ser parte del proyecto Manhattan.

Pero aunque su ideales políticos eran muy fuertes, y públicos, nunca pensó en convertirse en un referente, en un líder, y lo demostró cuando en 1952 el primer ministro de Israel, David Ben Gurion, le ofreció la presidencia del país. “Me siento profundamente conmovido por la oferta de nuestro Estado de Israel y al mismo tiempo triste y avergonzado por no poder aceptarlo. Toda mi vida he tratado con asuntos objetivos. Por tanto, carezco tanto de aptitud natural como de experiencia para tratar propiamente con personas y desempeñar funciones oficiales. Todavía me siento más apesadumbrado en estas circunstancias porque, desde que fui consciente de nuestra precaria situación en el mundo, mi relación con el pueblo judío se ha convertido en mi lazo humano más fuerte”, le contestó en una carta.

Y al morir, en 1955, en su testamento se encontraron con que todo iba para ellos, para su lazo humano más fuerte. Legó sus escritos personales y científicos a la Universidad Hebrea, y ellos fundaron los Archivos de Albert Einstein con más de 80.000 manuscritos, fotografías, archivos personales… Todo Einstein en una institución que preserva su legado, el del judío que hace 90 años tuvo que abandonar su Alemania natal.

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