Las fallas de la gestión de Mursi

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Mohamed Mursi y la Hermandad Musulmana no gobiernan ya en Egipto. Las manifestaciones de protesta protagonizadas por millones de ciudadanos dieron pie a que el ejército, la institución más sólida del país, depusiera a quien había sido electo como Presidente mediante elecciones democráticas poco más de un año atrás. La incertidumbre acerca del futuro de esta nación de casi 90 millones de habitantes crece día con día sin que exista posibilidad de pronosticar si el gobierno de transición junto con el ejército logrará estabilizar la situación, o si, por el contario, la reacción de la Hermandad Musulmana y sus simpatizantes conducirá a niveles crecientes de violencia y choques armados que pudieran convertirse en gérmenes de una especie de guerra civil.

Una breve evaluación del año de gestión de Mursi puede explicar sin duda los acontecimientos de la última semana. En el ámbito de los indicadores socioeconómicos las cosas empeoraron de manera dramática para los egipcios: el déficit fiscal se duplicó, aumentó extraordinariamente la deuda pública y las divisas se agotaron debido al hundimiento de las inversiones y del turismo, actividad ésta de importancia clave para el país y que se vio afectada por la inseguridad reinante y la crisis económica europea. El desempleo, de por sí agobiante durante la era de Mubarak, se incrementó, al tiempo que una cuarta parte de la población vive apenas con un dólar diario de ingreso. En este contexto se intensificó la escasez de productos de primera necesidad, incluidos los alimentos, con desabasto generalizado de combustibles, electricidad y aun agua potable. A esto se agrega que anualmente nace un millón y medio de niños en Egipto, lo cual constituye una presión demográfica catastrófica que por supuesto agrava todos los indicadores.

Pero esto no fue todo. La identidad político-ideológica de Mursi y la Hermandad Musulmana radica en el Islam militante que pretende conducir el destino nacional de acuerdo con la Sharia o Ley Islámica. De tal suerte que a partir de su ascenso al poder después de haber vivido en la oposición y a menudo en la clandestinidad a lo largo de ocho décadas (la Hermandad se fundó en 1928), al tomar las riendas del poder hace un año inició un proceso de islamización creciente de la vida pública egipcia. Las minorías étnico-religiosas, como los cristianos coptos, por ejemplo, sufrieron un acoso y una violencia mayores que las acostumbradas anteriormente; las mujeres también vieron menoscabados sus derechos a pesar de haber sido un elemento clave en el derrocamiento de Mubarak, y los nutridos segmentos juveniles que se habían manifestado en la plaza Tahrir demandando libertades individuales y un futuro digno sufrieron una gran decepción al confirmar que con el régimen encabezado por Mursi, la mayor parte de sus aspiraciones se vieron traicionadas.


Y es justamente esa decepción, ese gigantesco desencanto de cara a las expectativas que la original Primavera Árabe despertó, lo que movilizó a los millones de egipcios a salir a las plazas en el aniversario de la toma del poder por parte de Mursi. El contraste entre, por un lado, las esperanzas que la mayoría de la gente tuvo al poner fin a las largas décadas de dictaduras unipersonales (Nasser, Sadat y Mubarak) y por el otro, los resultados del primer año de gestión de lo que se suponía era un gobierno electo democráticamente por el pueblo, fue descomunal. De ahí las imparables multitudes en las calles, su férrea voluntad de sacar a Mursi del poder y la inevitabilidad de que, por más cuestionable y peligroso que fuese, el ejército tuviera que responder a esa demanda como única forma de contener la ira popular y reencauzar la vida política hacia otros derroteros. Por supuesto la gran pregunta es: ¿Por qué Mursi y la Hermandad ganaron entonces la elección en 2012? Porque en aquellos días posteriores al derrocamiento de Mubarak, los partidos políticosde oposición casi eran inexistentes y la Hermandad Musulmana constituía la única fuerza política con estructura capaz de imponerse ante competidores fragmentados y de naturaleza apenas embrionaria.

Acerca de Esther Shabot Askenazi

Licenciada en Sociología egresada de la UNAM (1980), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana. (1982-1985) Fue docente en la ENEP Acatlán, UNAM durante 10 años (1984-1994). Actualmente es profesora en diversas instituciones educativas privadas, judías y no judías.De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional" tratando asuntos del Oriente Medio.Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior donde trata asuntos internacionales.Es comentarista sobre asuntos del Medio Oriente en medios de comunicación electrónica.Publicaciones:"Los orígenes del sindicalismo ferrocarrilero". Ediciones El Caballito S.A., México, 1982.En coautoría con Golde Cukier, "Panorama del Medio Oriente Contemporáneo". Editorial Nugali, México, 1988.Formó parte del equipo de investigación y redacción del libro documental "Imágenes de un encuentro. La presencia judía en México en la primera mitad del siglo XX" publicado por la UNAM, Tribuna Israelita y Multibanco Mercantil, México, 1992.Coautora de "Humanismo y cultura judía". Editado por UNAM y Tribuna Israelita. José Gordon, coordinador. México, 1999.Coordinadora editorial de El rostro de la verdad. Testimonios de sobrevivientes del Holocausto en México. Ed. Memoria y Tolerancia, México, 2002.Redactora de la entrada sobre "Antisemitismo en México" en Antisemitism: A Historical Encyclopedia of Prejudice and Persecution". Ed. ABC CLIO, Chicago University, 2005."Presencia judía en Iberoamérica", en El judaísmo en Iberoamérica. Edición de Reyes Mate y Ricardo Forster. EIR 06 Enciclopedia Iberoamericana de Religiones. Editorial Trotta. , Madrid, 2007.Artículos diversos en revistas de circulación nacional e internacional.

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