Tras el completo restablecimiento de Nagsara, el rey Salomón llevó a la reina de Saba a recorrer algunas ciudades de nueva planta. Lo seguía, de cerca, su querida abubilla. El caballo blanco que montaba adquiría un aspecto angélico en lo alto de las colinas. Se prometieron contactos comerciales entre Jerusalén y Saba, lana a cambio de sándalo, aceite de oliva por marfil. Regresado que hubieron a la ciudad y a su templo, la reina extranjera volvió a la carga con su sutil interrogatorio, que no siempre se daba en público.
-Y el amor ¿qué es para ti el amor, Salomón?
-El camino hacia otros para volver a lo más hondo de nosotros mismos.
-¿Por qué sentimos, con frecuencia-prosiguió la de Saba-, que el corazón va por un lado y el resto del cuerpo por otro? ¿Acaso el amor recorre más de un camino?
Salomón pensaba en su Cantar de los cantares, en todo lo que aún le faltaba por escribir, en los aromas y en las flores, las conjunciones y disyunciones que puntúan el frágil éxtasis que comparten los amantes.
-Tal vez porque el cuerpo se expresa en sus visibles desprendimientos: cabello, piel, uñas-confesó Salomón-. Crece para irse, tiembla hasta enmudecer, mientras que el corazón capta y atrae lo invisible. Late para volver, galopa para ser oído. El deseo vive de lo desconocido, el amor de lo que ya conoce. El cuerpo puede desear sin que el corazón intervenga y el corazón puede amar sin que el resto de los sentidos participe.
-Creí que para vosotros, los hebreos-dijo la reina de Saba-, sólo había un amor, que incluye el deseo.
-Así es-asintió Salomón-. El amor y el deseo son gemelos nacidos en la misma matriz: su origen es idéntico pero su destino distinto. El deseo diverge, el amor converge. ¡Piensa en los ríos que bajan de las montañas y nacen de un pequeño manantial! En su descenso se dividen y ramifican como el deseo del hombre por el cuerpo de la mujer. El amor, en cambio, guiado por el corazón, remonta una y otra vez la corriente. Y cuanto más alto sube más secreta nos parece su fuente, que también es la del deseo. A la obviedad del deseo el amor le parece satisfecho antes de expresarse. El amor, en cambio, sabe que el deseo no estará jamás satisfecho.
Mareada por el discurso del rey hebreo, su interlocutora quiso beber agua y Salomón ordenó que le trajeran un refresco de granadas y menta.
Mario Satz