Siguiendo un proyecto de biografías de grandes líderes que, para bien o mal, cambiaron el mundo en su momento y por siglos posteriores en el siglo XIX no hay una figura más admirada o detestada por sus enemigos que Napoleón Bonaparte. Su ambición y genio táctico militar provocó el caos y la muerte de millones de personas y animales, principalmente caballos que explotaba hasta que eran inservibles y eso provocó en parte sus derrota final.
Nacido en Córcega, Bonaparte fue hijo de una familia aristocrática pobre y detestó siempre vivir confinado en una isla. Su padre murió joven pero su madre, dura y muy inteligente fue una influencia importante en toda su vida.
Tuvo la fortuna de ser becado a estudiar artes militares en París y desde ahí empezó a destacar. La revolución francesa y la época del terror lo ayudaron ya que el directorio revolucionario lo mandó a conquistar Italia de los austriacos y fue su genio estratégico y rapidez de acción en las batallas lo que causaron revuelo en Francia. Su fama lo llevó a ser ascendido a mayores cargos, incluso a general. Fue a Oriente Medio y Egipto al que arrancó de los otomanos. Una voluntad férrea y mínimos escrúpulos por su gente o enemigos manchó su historial con una matanza en Jaffa.
Regresó a Francia y fue autonombrándose primero Cónsul hasta que maniobró para llegar a ser coronado a su corta edad, como el emperador Napoleón I.
Sus biógrafos —tanto admiradores como críticos— lo consideran un genio en las batallas, flexible, buscando nuevas formas de atacar por sorpresa, pasando por zonas muy difíciles con soldados, artillería y alimentos con una logística y organización admirables. Pensaba las cosas y para eso contaba con un estado mayor y generales capaces.
En el lado político, regresaba de sus campañas a París para imponer nuevas leyes, como el Código Napoleónico, una innovación muy adelantada al absolutismo dinástico de las monarquías europeas. Respetaba a la Iglesia católica, pero también impulsó la emancipación y la tolerancia hacia otras religiones, más como un cálculo a sus planes imperiales de conquista europea y mundial, que por razones idealistas. Napoleón era apolítico, más que nada obsesionado por adquirir territorios y manejar un imperio por medios militares.
Aunque el duro invierno ruso fue su gran derrota militar y el principio del fin, Napoleón no cejó y siguió luchando hasta que fue vencido y mandado a la isla de Elba, con todos los lujos debidos a su rango de emperador. Su obsesión de héroe y general no lo dejó, por lo que escapó y, juntando un gran ejército en pocas semanas llegó a París, dispuesto a reconquistar su imperio. Cometió el error de no planear su ofensiva y en el pequeño pueblo de Waterloo, en Bélgica, fue derrotado y mandado a Santa Helena, donde murió enfermo pocos años después. Fue responsable de la muerte de millones de seres y, aunque odiado por los ingleses, años después Francia lo rehabilitó, y sus restos están en un gran monumento en Los Inválidos, en París. Brillante estratega, genio matemático y con una memoria privilegiada, sus 15 años de imperio cambiaron el siglo XIX. Desgraciadamente, en el siguiente siglo hubo varios imitadores que soñaron con imperios napoleónicos, tales como Hitler y Stalin que causaron una destrucción sin precedente.
Fuente: Excélsior
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