Elimélej Shtemler era el menor de tres hermanos que durante la ocupación Nazi en Bélgica se salvaron haciéndose pasar por niños católicos en monasterios. Después de la guerra, la madre salió de su escondite con la esperanza de reconstruir su familia. Pero entonces descubrió que Elimélej, de dos años, había desaparecido sin dejar rastros.
Resuelta a que su hijo creciera como judío, ella se aferró a la esperanza de que una distintiva marca de nacimiento que Elimélej tenía en el cuello la ayudaría a identificarlo. Con la ayuda de un soldado judío del ejército británico, recorrió instituciones, escuelas y orfanatos a lo largo del país hasta lograr encontrarlo. A los 79 años, Elimélej vive en Israel y es el orgulloso abuelo de 27 nietos judíos.
La familia Shtemler
Los Shtemler vivían en el corazón de la próspera comunidad judía ortodoxa de Amberes, Bélgica. Iosef Tzvi, el padre, era un comerciante, y también el cantor (jazán) en una de las muchas sinagogas de la ciudad. Frida, su esposa, era una dedicada ama de casa que se ocupaba de la educación de sus tres hijos. Elimélej nació en octubre de 1941, 18 meses después de que Hitler invadiera Bélgica. En ese momento Motke, su hermano mayor, tenía siete años y Eliézer 5.
“Recuerdo muy poco de mi infancia”, dijo Elimélej Shtemler a Aishlatino.com en su casa en Jerusalem. “Era demasiado pequeño. Lo que sé es lo que me contaron mi madre y mis hermanos mayores”. Motke falleció hace cuatro años y Eliezer dos años atrás. “Ahora es mi turno de contar la historia de nuestra familia”.
A menos de un año desde la ocupación, los judíos de Bélgica fueron forzados a portar la estrella amarilla y en noviembre de 1942, cuando Elimélej tenía apenas un año, su familia y muchos otros judíos fueron arrestados y enviados a Mechelen, unas barracas del ejército en el noroeste del país que habían sido convertidas en un campo de detención y deportación.
Cuando se incrementaron los arrestos, la comunidad judía solicitó la ayuda de Elisabeth de Bélgica, la benevolente reina, madre del Rey Leopoldo II de Bélgica, quien como hija de un duque Bávaro tenía cierta influencia en Alemania.
Salvados por una reina justa
Al oír sobre los arrestos diarios, la encarcelación y las deportaciones de judíos, Elisabeth le escribió a Hitler y solicitó que los judíos con nacionalidad belga no fueran perseguidos. La respuesta llegó desde Berlín en un telegrama que declaró que los judíos con nacionalidad belga no serían deportados y que aquellos que estaban bajo arresto en los campos esperando su deportación, podían recibir visitas.
La mayoría de los aproximadamente 75.000 judíos de Bélgica habían huido al país desde la vecina Alemania o desde el este de Polonia, y al no tener nacionalidad no se beneficiaron de la intervención de la reina madre. Sin embargo, su intervención sí influyó en los Shteimler, quienes después de haber estado detenidos durante nueve meses en Mechelen, fueron liberados poco tiempo después.
Un año más tarde, los Nazis negaron esta decisión y ordenaron que todos los judíos belgas fueran deportados. Los Shtemler por lo menos tuvieron un poco de tiempo para organizar lugares donde esconderse.
En total, 25.000 judíos fueron deportados desde Mechelen y aproximadamente 24.000 fueron asesinados, principalmente en Auschwitz.
“Yo debo mi vida a los esfuerzos de esta reina”, afirma Elimélej. “Es muy importante reconocer los esfuerzos de las personas justas”.
El escondite
En 1943, Elimélej todavía no había cumplido dos años cuando su padre recibió la segunda funesta orden de reportarse ante la Gestapo. Él escogió entregarse antes que poner en riesgo a su familia. En las memorias que Motke escribió para su familia, contó: “Fue un viernes por la mañana. Él se fue solo y nosotros esperamos esperanzados su regreso. La mesa estaba servida para Shabat. Cuando llegó la noche, nos sentamos y seguimos esperándolo, pero nunca regresó. Nunca lo volvimos a ver”.
Al día siguiente, asustada y con el presentimiento de que también sus arrestos eran inminentes, Frida Shtemler actuó instintivamente y se llevó a los niños a pasar la noche en un bosque cercano. Cuando regresaron al día siguiente, supieron que la Gestapo había visitado su casa.
En busca de un plan para esconderse, Frida se dirigió de inmediato a un amigo que formaba parte de la resistencia clandestina, quien la puso en contacto con Joseph Andre, un joven sacerdote católico que llevó a Motke y a Eliezer a un monasterio. Elimélej fue separado de sus hermanos y lo llevaron a una institución para niños más pequeños. Frida se escondió en la región de Namur, al sur del país, en una granja cercana al monasterio donde estaban sus dos hijos mayores.
La fuerza del Shemá
Motke escribió: “Papá se había ido y ahora mamá nos entregaba a un cura. No podía entender por qué, este es uno de mis recuerdos más difíciles. Uno de los primeros días que estuvimos en el monasterio, el cura me llevó ante el altar y me dijo que me arrodillara. Le dije que era judío y que no lo haría. Él me llevó a una habitación a solas y me explicó que no podía decir eso nunca más, porque mi vida estaba en peligro”.
Los años que habían acompañado a su padre a la sinagoga les dio una forma de aferrarse a su identidad. “Mi hermano y yo recordábamos el Shemá de la sinagoga, era la única plegaria que sabíamos de memoria de principio a fin y decidimos que eso era lo que diríamos cada vez que nos llevaran a rezar”.
Frida hizo todo lo posible para mantenerse informada respecto a cómo estaban sus hijos y, sorprendentemente, en varias ocasiones Motke y Eliezer incluso se escaparon del monasterio para visitarla. Pero durante los dos años que estuvieron escondidos, Frida perdió la conexión con Elimélej.
Reconstruir una familia
Cuando terminó la guerra, Frida, como muchos sobrevivientes, se dispuso a reconstruir su familia. Sus esperanzas de volver a ver a su esposo terminaron cuando oficiales belgas confirmaron su muerte en el campo de concentración de Dachau. Trágicamente, él sobrevivió años de trabajos forzados, pero murió de tifus dos días después de ser liberado.
Devastada por la noticia, Frida recogió a Motke, que ya tenía 11 años, y a Eliezer, de 9, antes de comenzar a buscar desesperadamente a su hijo menor.
“Deben haberme enviado a otra institución, porque cuando terminó la guerra mi madre no tenía idea dónde yo estaba. Nadie sabía a dónde me habían llevado”.
Después de la liberación de los campos, localizar a los niños se convirtió en un gran problema, especialmente cuando quedó claro que a muchos de ellos no les quedaban parientes cercanos vivos que fueran a reclamarlos.
En Bélgica, gracias a la activa resistencia clandestina y a los esfuerzos de la iglesia, más del 40% de los judíos del país sobrevivieron manteniéndose escondidos, uno de los porcentajes más altos de toda Europa.
Motke escribió: “Los monasterios no siempre estaban dispuestos a devolver a los niños judíos. Algunos sentían que los redimían al criarlos como cristianos”.
En la búsqueda de Elimélej también participó Tuvia Ettinger de Petaj Tikva, quien era un voluntario de la Brigada Judía que luchó junto a los británicos para derrotar a los Nazis. Al conocerlo, Frida le pidió que la ayudara a encontrar a su hijo.
La marca de nacimiento de Elimélej
A pesar de saber que Elimélej probablemente no la reconocería, Frida tenía una esperanza: su hijo tenía una distintiva marca de nacimiento en el cuello que podría ser la clave para encontrarlo. Frida le pidió a Ettinger que la ayudará a ir de institución en institución, pidiéndole a cada niño pequeño que se desabotonara el cuello de su camisa. Eventualmente, encontraron a Elimélej en un monasterio en la ciudad de Mechelen, cerca del lugar donde la familia había estado prisionera originalmente.
“No se cuánto tiempo estuvieron buscándome ni a cuántos lugares tuvieron que ir, pero sin una señal como la que tenía en mi cuello, hubiera sido muy difícil para mi madre probarle al monasterio que yo era el hijo que ella buscaba”.
En una fotografía tomada el día en que lo encontraron, se ve a Elimélej en brazos de Ettinger. Por la expresión de la cara del joven soldado, uno pensaría que Ettinger se había reunido con su propio hijo. Ese era el alivio y la alegría de localizar a un niño judío después del Holocausto.
Una nueva vida en Israel
Como tenían parientes en Israel, Frida envió a Motke a estudiar en una ieshivá para recuperar su educación judía, mientras que los dos hermanos menores vivieron en una institución judía en Amberes hasta 1949, cuando también se fueron a Israel. Este viaje es el recuerdo más antiguo de Elimélej.
“Todavía recuerdo ver las montañas del Carmel a medida que el barco se acercaba a Haifa. Era el comienzo de una nueva vida”.
La familia se asentó en Petaj Tikva y mantuvieron una cercana conexión con Tuvia Ettinger y su familia. “Vivíamos muy cerca y nos hicimos buenos amigos con el hermano menor de Tuvia”. Cuando Elimélej tenía 12 años, el padre de Ettinger lo preparó para su Bar Mitzvá.
El último pedido de su padre
Hace diez años, Elimélej descubrió una carta que su padre, Iosef Tzvi, escribió días antes de su muerte.
“Los soldados del ejército de los Estados Unidos que liberaron el campo les ofrecieron a los sobrevivientes la oportunidad de escribir una carta para su familia. Mi padre le escribió a un amigo de la familia”.
Él escribió que estaba bien, aunque su amigo probablemente sabía que estuvo gravemente enfermo, y le preguntaba: “¿Escuchaste alguna noticia sobre mi hijo en Mechelen?”. Aparentemente él sabía a dónde llevarían a su hijo menor.
“Me impresionó. Después de todos estos años me enteré que estaba en la mente de mi padre. Él sabía que yo estaba allí y preguntaba por mí. Eso es lo único que tengo de él”.
Elimélej y su esposa Rina llevan casados más de 50 años. Tienen 27 nietos y 4 bisnietos. “Baruj Hashem vivimos en Israel” dice desafiante, resaltando lo positivo de los tiempos difíciles. Trágicamente, su nieta mayor, Shlomit Krigman, fue asesinada en un ataque terrorista en el 2016.
Hoy, Elimélej tiene la responsabilidad de contar la historia de su familia y habla a grupos de estudiantes y comunidades a lo largo del país. Cuando lo hace, siempre concluye de la misma forma: abre el cuello de su camisa y muestra la marca de nacimiento que lo reunió con su familia.
“A medida que pasan los años, me parece que cada vez es más importante explicar sobre el Holocausto, agradecerles a las personas justas que actuaron y maravillarnos de cómo nos mantuvimos judíos”.
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