El origen de la vida a partir de la materia inorgánica es una infinita improbabilidad de los procesos inorgánicos, como lo es el nacimiento de la Tierra considerado desde el punto de los procesos del universo, o la evolución de la vida humana a partir del animal. Lo nuevo siempre se da en oposición a las abrumadoras desigualdades de las leyes estadísticas y de su probabilidad, que para todos los fines prácticos y cotidianos son certeza; por lo tanto, lo nuevo siempre aparece en forma de milagro, es decir la infinita improbabilidad respecto de lo que se da regularmente.
Para Arendt, todas las actividades humanas están condicionadas por el hecho de que los hombres viven juntos. Solo la existencia de una esfera pública y la consiguiente transformación del mundo en una comunidad que agrupa y relaciona a los hombres entre sí, depende por entero de la permanencia. Si el mundo ha de incluir un espacio público, no se puede establecerlo para una generación y planearlo sólo para los vivos, sino que debe superar el tiempo vital.
El remedio de la imposibilidad de predecir, de la caótica inseguridad del futuro, se halla en la facultad de hacer y mantener las promesas. El amor, por su propia naturaleza, no es mundano, y por esta razón más que por su rareza no sólo es apolítico sino antípolítico, quizá la más poderosa de todas las fuerzas antipolíticas humanas. En contraste con el perdón, que – quizá debido a su contexto religioso, quizás a su conexión con el amor que acompaña a su descubrimiento- siempre considerado no realista e inadmisible en la esfera pública, el poder de estabilización inherente a la facultad de hacer promesas ha sido conocido a lo largo de nuestra tradición. Lo encontramos en el sistema legal romano, en la inviolabilidad de acuerdos y tratados ( pacta sunt servanda); o cabe ver a su descubridor en Abraham, el hombre de Ur, cuya historia, tal como la cuenta la Biblia, muestra el apasionamiento en pactar alianzas que parece haber salido de su propio país con el único fin de comprobar la mutua promesa en el desierto del mundo, hasta que finalmente el propio Dios aceptó una Alianza con él. En todo caso, la gran variedad de teorías de contrato desde la época romana atestigua que el poder de hacer promesas ha ocupado el centro del pensamiento político durante siglos. La oscuridad del corazón humano, o sea, la básica desconfianza de los hombres que nunca pueden garantizar hoy quienes serán mañana. La inhabilidad del hombre para confiar en sí mismo, la imposibilidad de seguir siendo dueños únicos de lo que hacen, de conocer sus consecuencias y confiar en el futuro es el precio que le exige la pluralidad y la realidad, por el júbilo de habitar juntos con otros.
El perdón es el necesario correctivo para los inevitables daños que resultan de la acción. La alternativa del perdón, aunque en modo alguno lo opuesto, es el castigo, y ambos tienen en común que intentan finalizar algo que sin interferencia proseguiría inacabablemente. Por lo tanto es muy significativo, elemento estructural de la esfera de los asuntos públicos, que los hombres sean incapaces de perdonar lo que no pueden castigar e incapaces de castigar lo que ha resultado ser imperdonable. Esta es la verdadera marca de contraste de esas ofensas que, desde Kant, llamamos el mal radical y sobre cuya naturaleza se sabe tan poco. Lo único que sabemos es que no podemos castigar ni perdonar dichas ofensas, que por consiguiente, trascienden la esfera de los asuntos humanos y las potencialidades del poder humano.
El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y natural es en último término, el hecho de la natalidad, el nacimiento de nuevos hombres y un nuevo comienzo.
Bibliografía: La Condición Humana, Paidos, 1993.
Interesante y profundo