La vida surge como continuidad de las generaciones que nos han precedido. No nacemos de un árbol, tenemos costumbres, ideas, fantasías que se transmiten de generación en generación adaptadas al momento sociocultural en que se vive. No han sido inventadas ni creadas de la nada; de esa manera heredamos también los prejuicios hacia los que son diferentes a nosotros. Entre estos puede estar la envidia hacia los demás, que también se hereda. ¿Como aprender a respetar las diferencias y aprender de los que no son como nosotros? los otros. Dejar de criticarlos e incluso odiarlos.
Elena y Rosita iban saliendo de un restaurante en eso aparece Luisa con unas amigas. Elena comenta: esta Luisa es insoportable, me cae muy mal. ¿De donde la conoces? ¡Nunca he hablado con ella, ni lo haré! Solamente de verla se que no es una amiga para mi y por otro lado conozco a sus padres y entiendo porqué ella es como es.
Cuantos de nosotros hemos dicho o escuchado un comentario similar y más aún se complementa cuando en otra ocasión Elena dice: durante años pensé que Luisa era desagradable, el otro día me tocó estar en la misma mesa que ella; “Que mujer tan sensible, agradable y buena onda” ¿Esto nos suena conocido?
Con frecuencia hemos evitado ciertas actividades grupos o personas regidos solamente por nuestros prejuicios y pensamientos negativos. Los prejuicios, son ideas y opiniones, generalmente de rechazo y discriminación, que se tienen sobre algo o alguien sin que esté motivada ni justificada por nada concreto. Los prejuicios pueden ser positivos y negativos, aunque la mayoría suelen ser desaprobatorios. Es una forma de sentir, pensar y hablar de manera negativa acerca de los otros sin ningún fundamento.
Hay prejuicios raciales, sociales, étnicos y religiosos; determinados por un juicio infundado, mezclado con un tono afectivo y sentimental que les da fuerza pasional y son en gran medida inconscientes. Esto contribuye al entumecimiento del corazón y promueve la pérdida de los sentimientos de compasión humana. Es también una actitud hostil hacia una persona solamente por formar parte de un grupo determinado marcado con características y actitudes “negativas y desagradables”.
He sido testigo de los conflictos familiares enraizados en un niño que crece con la idea de que la familia de su madre o padre son personas “malas” y no se lo cuestiona porque para él esa es una verdad con la que ha crecido. Cuando la vida lo pone delante de estas personas, el prejuicio surge y no ve a las personas sino solamente la idea familiar inculcada sin cuestionarla.
Jorge me contó esta historia: mi padre estaba enojado con su hermano y nunca tuvimos relación con esa familia, aunque sabía “cosas horribles de ellos”. Conocí a Fernando, y nos hicimos muy amigos. Surgió el interés de saber porque llevábamos el mismo apellido y nos dimos cuenta que éramos primos hermanos. Yo vivía en la ciudad de México y él vivía en Monterrey. Mi primera reacción al saber quién era me produjo malestar y culpa; afortunadamente pude darme cuenta de mi prejuicio, de que el enojo con esa familia, era de mi padre y no mía y pudimos continuar con la amistad.
Los prejuicios son dañinos y los vemos retratado en los conflictos entre distintos grupos raciales o de religión. Nos han enseñado desde pequeños que los otros están equivocados y son nuestros enemigos y cuando casualmente conocemos a alguien del “grupo maldito” quedamos sorprendidos de que no llenan los requisitos asignados. Cuantas veces hemos escuchado: Nunca pensé que fueras judío, ya que eres muy buena onda.
Estos prejuicios también abarcan a los viejos, a los gordos, a los morenos o a los güeros. Hay muchos prejuicios hacia la vejez y esta nos va a tocar a todos salvo que fallezcamos antes de tiempo. Todos lo que decimos de los viejos o viejas nos va a llegar y lo dicho en forma peyorativa nos va a caer encima.
Nunca hubo tantos adultos mayores que se sintieran avergonzados y rechazados por estar en esta etapa de la vida. Las valoraciones que se tienen de los otros crean roles y estereotipos que subordinan a determinados grupos sociales, como son los ancianos, a las características impuestas por el grupo dominante. Muchos consideran a los viejos como personas relacionadas con aislamiento, deterioro fisiológico y psicológico, sin necesidades sexuales, y que por lo tanto son tratados con rechazo o paternalismo discriminatorio.
Lo mismo podemos decir al hablar de los gordos y el prejuicio nos lleva a no hacer el esfuerzo de relacionarnos con una persona que tiene sobrepeso. Vemos el exterior solamente y nos perdemos de ver a esa persona como tal.
Los prejuicios se van transformando de acuerdo a las cosmovisiones de los pueblos para que sean creíbles. Estas creencias populares forman parte del imaginario social, algunas son para fines específicos. Por ejemplo, en nuestra cultura occidental, existe una imagen fantaseada de que el viejo se tiene que ver siempre joven; falacia reforzada socialmente y aprovechada para que algunas empresas obtengan grandes ganancias al ofrecer todo tipo de productos que “evitan o retardan el envejecimiento”. Algunos adultos mayores limitan su campo de acción y de comportamiento en gran parte debido a la actitud del medio ambiente social respecto al envejecimiento. Lo mismo sucede con cualquier víctima del prejuicio.
La imagen que tienen los demás de uno mismo influye en la forma de ser y actuar. Los prejuicios que se estructuran a partir de generalizaciones de situaciones subjetivas basadas en creencias que no han sido procesados conscientemente se convierten en irracionales, agresivos y destructivos.
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