La mortal represión por Jartum es parte de una lucha interna por el poder

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La luna de miel ha terminado en Jartum. Hubo un breve período de ambigüedad y esperanza entre el 11 de abril, 2019 cuando el presidente sudanés, Omar Al-Bashir fue destituido del poder por sus propios generales y el 3 de junio, 2019 cuando las fuerzas de seguridad asesinaron brutalmente a más de cien manifestantes pacíficos y posteriormente convocaron elecciones anticipadas a celebrarse en siete meses

Durante ese breve período de siete semanas, hubo la posibilidad, e incluso algunos indicios reales, de que una solución muy sudanesa, frágil, confusa, pero esperanzadora, hubiese sido hallada dentro de los lineamientos de las transiciones anteriores de la dictadura militar al gobierno civil. Las esperanzas de que el año 2019 sería algo así como una repetición del 1964 y 1985 han sido, al menos por ahora, frustradas, aunque no debe olvidarse que las anteriores transiciones a la democracia fueron breves y que luego volvieron a la dictadura después de algunos años. Sudán se encuentra mucho más cerca del borde y parece ser que un futuro mucho más violento pudiera vislumbrarse si se da otro paso en falso.

La #SudanMondayMassacre – #MasacreLunesSudan (tal como los activistas lo apodaron) subrayó las tensiones internas dentro de la cúpula del Consejo Militar de Transición y en la región. Los asesinatos fueron ampliamente responsabilizados a las Fuerzas de Apoyo Rápido, ex-fuerzas irregulares de Janjaweed, lideradas por Mohamed Hamdan Dagalo (Hemeti) y no existe ninguna razón para dudar de esto.


Formado por miembros de las tribus árabes de pastores de camellos en Darfur (algunos ni siquiera son sudaneses, sino que provienen de Chad o de otros lugares), las Fuerzas de Apoyo Rápido se desarrollaron a partir de tropas de choque con el propósito de quebrar la resistencia al régimen de Bashir en Darfur para ser utilizadas en todas las guerras de armas de Sudán. Su utilidad para el régimen mejoró aún más tanto como la contribución de Sudán a la fuerza de coalición árabe en Yemen que lucha contra los agentes estados iraníes.

Sin embargo, en los últimos seis meses, las Fuerzas de Apoyo Rápido y Hemeti parecían maniobrar hábilmente en la política volátil de Jartum, rechazando las órdenes de Bashir de aplastar a los manifestantes civiles e incluso tratando de identificarse con los manifestantes civiles ya que varios de los generales de Bashir fueron expulsados ​​del Consejo Militar de Transición. El Ministro de Defensa de Sudán y el jefe de su temido Servicio Nacional de Inteligencia y de Seguridad fueron ostensiblemente barridos del poder y un general, Abdel Fattah Al-Burhan, que en realidad se había reunido con los manifestantes, fue elegido como el nuevo Presidente del Consejo Militar de Transición. Al-Burhan está técnicamente a cargo de Hemeti como su suplente.

El tono de Hemeti se ha endurecido, advirtiendo ante el «caos» ya que Al-Burhan ha intentado parecer mucho más flexible. La oposición de Sudán también ha endurecido su postura, negándose a regresar a las negociaciones hasta que haya responsabilidad por las acciones del Consejo Militar de Transición, el total regreso a un gobierno civil y el desarme de las Fuerzas de Apoyo Rápido.

Si Al-Burhan se encuentra verdaderamente a cargo, entonces los días de Hemeti deberían estar contados. Sobre el papel, las Fuerzas Armadas Sudanesas son mucho más fuertes que las Fuerzas de Apoyo Rápido. La ira popular y la condena internacional se han unido en torno a las Fuerzas de Apoyo Rápido y su comandante, que ya tienen un historial muy sangriento. La masacre fue, como dijo una vez Fouché, peor que un crimen, un error. Utilizando la historia de Sudán como modelo, los militares podían haber llegado a un compromiso real de forma patriótica, aclarando sus credenciales como institución nacional. Incluso si la verdadera intención fuera simplemente la cínica retención del poder, pudo haberse hecho de manera diferente. El Consejo Militar de Transición, que tiene todo el poder, debería haber sido capaz de atar a la sociedad civil durante meses y diseñar una solución política a su manera y gusto, tarde o temprano pudo, tal como lo hizo el Partido Congreso Nacional durante años, encontrar formas de dividir y debilitar a la oposición política y encontrar colaboradores entre una clase política irresponsable. La evidente masacre en las calles de Jartum hace todo esto mucho más difícil.

Si Hemeti no es retirado y las Fuerzas de Apoyo Rápido no sufren ningún castigo, solo subrayará lo que muchos ya creen, que las Fuerzas de Apoyo Rápido de Hemeti pudieron transformarse en la Guardia Pretoriana del nuevo régimen y que las ambiciones de Hemeti van mucho más allá que el Diputado del Consejo Militar de Transición. Si bien esto es muy negativo para las perspectivas de democracia en Sudán, es un desarrollo político interesante con las Fuerzas de Apoyo Rápido, tal vez intentando seguir un camino abierto en un país vecino. El vecino de Sudán, Chad, ha sido gobernado desde 1990 por Idriss Deby quien, irónicamente, llegó al poder con la ayuda del régimen sudanés, pero en general ha sido un rival feroz para Bashir.

Al igual que Hemeti, Deby provenía de circunstancias humildes, de una comunidad marginal en las áreas aledañas a su país. Si bien Deby está mejor educado que Hemeti, ambos han seguido un camino similar en el uso de una fuerza de protección clave del régimen para acumular poder. Deby es un zaghawa, un grupo étnico que constituye un pequeño porcentaje de la población de Chad. Existen más árabes de Darfuri que Zaghawa en el mundo, pero también son una pequeña población minoritaria entre los 41 millones de habitantes en Sudán. Es muy posible que Hemeti sueñe arrogantemente con convertirse en otra Deby. Pero si esto es así, él puede estar más confundido en la fase actual de la lucha por el poder en Sudán: lo suficientemente poderoso como para ser un actor importante, pero no lo suficientemente fuerte como para imponer su voluntad a una población que ya ha saboreado las mieles de la libertad.

Otra clave para desbloquear esta pregunta puede ser el papel de los servicios de seguridad de Sudán en todo esto, en lugar de las Fuerzas Armadas Sudanesas o las Fuerzas de Apoyo Rápido. La manipulación de las fuerzas políticas, la opinión pública y la desinformación en Sudán son en gran medida el trabajo del NISS en lugar del crudo Darfuris en los vehículos Toyota Landcruisers. Es el Servicio Nacional de Inteligencia y de Seguridad y no las Fuerzas de Apoyo Rápido, quien está desactivando el acceso a internet en Sudán a fin de aislar a la oposición cívica y evitar que surjan más imágenes de asesinatos en masa. La intención es hacer que las víctimas de Jartum sean tan invisibles como las víctimas de las áreas marginadas convertidas en zonas de fogueo libre como Jebel Marra y las montañas Nuba se han convertido en los ojos del mundo. En este escenario, Hemeti no es tan inteligente sino que en realidad está siendo manipulado por el Servicio Nacional de Inteligencia y de Seguridad y servirá como chivo expiatorio conveniente cuando llegue el momento. Al-Burhan puede que no sea un frente para Hemeti, sino más bien para un aparato de seguridad nacional hegemónico de Jartum que tal vez tienda a deshilacharse. Todavía pudiera cambiar de rumbo y convertirse en el general sudanés que abraza la bandera de la reforma y el cambio, pero esa ventana se está cerrando. Y detrás de esta lucha interna por el control está el temor de que Sudán pueda volverse crónicamente caótico y más susceptible a la subversión salafista-yihadista de lo que ya es.

Mientras una lucha a los cuatro costados por el poder (las Fuerzas Armadas Sudanesas, el Servicio Nacional de Inteligencia y de Seguridad, las Fuerzas de Apoyo Rápido y todos los demás) – es librada en Jartum, otra lucha es librada a nivel panárabe e internacional para definir una narrativa por lo que está sucediendo dentro de Sudán. En una estratagema mediática increíblemente cínica, Qatar a través de sus agentes mediáticos en árabe e inglés, impulsa su propaganda de que la culpa por los acontecimientos en Sudán a responsabilidad de sus amargos enemigos en los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Egipto.

La realidad es mucho más complicada. Sí, esos países apoyan a la Junta del Consejo Militar de Transición. Pero Qatar y su aliado Turquía también apoyaron el régimen de Bashir. Les otorgaron poderes al mismo régimen que creó las Fuerzas de Apoyo Rápido y forjaron estrechos vínculos con la misma elite gobernante durante años. En todo caso, estaban más cerca de Bashir que de sus rivales, con la esperanza de que el cleptocrático régimen de Jartum retuviese algo de su antiguo fervor islamista inspirado en la Hermandad Musulmana.

La amarga verdad es que Bashir y sus críos en SAF, el Servicio Nacional de Inteligencia y de Seguridad y las Fuerzas de Apoyo Rápido fueron apoyados o consentidos por todas las potencias regionales preocupadas principalmente por la correlación regional de fuerzas y no por una política interna de Sudán. Ninguno de ellos se preocupó por los derechos humanos y la democracia en Sudán (estos no se preocupan por ellos en casa) y Qatar utiliza estas situaciones ahora como un club para reprimir a sus rivales. Es revelador que Bashir y el Emir de Qatar fueron los únicos dos jefes de estado árabes que asistieron a la toma de posesión del Presidente turco Erdoğan en el 2018.

*Alberto M. Fernández es presidente del Middle East Broadcasting Networks (MBN). Las opiniones expresadas en este escrito son únicamente las del autor y no necesariamente reflejan las opiniones oficiales del gobierno estadounidense.

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El Instituto de Investigación de Medios de Información en Medio Oriente (MEMRI) explora el Medio Oriente a través de los medios informativos de la región.

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