Ya para 1542, se dieron los primeros pasos en contra de los abusos que los poderosos sin escrúpulos hacían a la población indígena, en base a las encomiendas que el monarca español había otorgado; en 1551 se crea la Real y Pontificia Universidad de México y surgen los primeros viajes comerciales, desde el Pacífico mexicano, hacia las Filipinas. La influencia y poder religioso -al igual que el de los aztecas- marcan de nuevo a la población -incluyendo a la criolla- al efectuarse el primer auto de fe por la Inquisición en 1574. No fue sino hasta 1585, que los jesuitas fundan en Tepotzotlán el Colegio de San Martín para indios, y una vez que se logra la paz con los chichimecas, se permite la congregación de indios en pueblos, con el interés de facilitar el cobro de tributos y para facilitar su evangelización.
El siguiente siglo colonial mexicano -el XVII- transcurre con el incremento del poder y normas religiosas; también la seguridad se reforzó, con la creación de la Armada de Barlovento en contra de la piratería, que aumentaron las riquezas de la corona, no así el bienestar de la gran mayoría de los habitantes de la Nueva España, a quienes si acaso, se les daban las sobras de algunos recursos no tan importantes, producto de una sistemática explotación indígena y esclavos de raza negra. No obstante el orden que se pretendía establecer desde España, la corrupción y la rapiña surgió de los mismos Virreyes y protegidos, amén de una lucha de poder, intrigas, conspiraciones y traiciones, que se transformarían, al paso de los años, en normas que nadie escribía, pero que todos sin impunidad practicaban. Ineptidudes y descuidos a causa del afán de poder y enriquecimiento de la clase privilegiada, produjeron calamidades como las primeras inundaciones en la ciudad, que podían durar hasta 3 años, como la ocurrida en 1629, en que murieron más de 30,000 personas. Además se hacían recurrentes las hambrunas, sequías, epidemias de peste y viruela; ante los aumentos de grandes temores y malestar generalizado de la población, en 1648 se publica la imagen de la Virgen María de Guadalupe, de Miguel Sánchez, obra fundamental para el culto guadalupano; además se inaugura en 1656 la Catedral de México… y por si fueran pocos los estímulos hacia los sentimientos encontrados y temores de la población, vuelve a hacer erupción en 1665 el Popocatépetl.
El siglo XVIII produce en el país más de lo mismo, aunque son dignos de mencionar, la publicación de la Gaceta de México, primer periódico de la Nueva España. También la fundación de ciudades importantes como Zacatecas, y construcciones para fortificar los puertos de Veracruz y Acapulco, o edificios como el de la Casa de Moneda y varias aduanas. Pero en el plano político europeo, el poder español sufre reveces importantes por la guerra con Austria, y la pérdida de varias riquezas que quedaron en manos de los filibusteros ingleses. Las reformas borbónicas bajo el reinado de Carlos III, solo lograron lastimar aun más a los criollos, quienes envían representantes a la península para defender sus derechos. En cambio el monarca, por la necesidad de obtener mayores recursos, divide a la colonia en 17 intendencias para un mejor control administrativo, que da por resultado la realización del primer censo poblacional en 1793, que arrojó un conteo de cuatro millones y medio de habitantes.
En resumen, se puede afirmar que ante la decadencia del poder peninsular y de los Virreyes, a los mexicanos se les niega toda posibilidad de expresar su singularidad, tan solo se les concedió elemental y convenientemente en actitudes religiosas. Las diferencias con las nuevas colonias de origen sajón que se estaban formando al norte del continente, fueron radicales y diametralmente opuestas. Los colonos de esas latitudes, llevaban voluntaria e implícitamente los deseos de prosperidad mediante su trabajo en nuevas tierras; tenían además diversas creencias, en su gran mayoría provenientes de las nuevas corrientes religiosas que se estaban dando en el viejo continente, sobre todo en Inglaterra y Alemania; por lo que las iniciativas y la creación de nuevas formas, en lugar de aplacarlas se alentaban. En contra y paradójicamente, esos colonos no pensaron en la necesidad de dar un sitio, aunque fuera en la menor escala social -como los conquistadores españoles, por conveniencia de mano de obra nativa lo hicieron- y se dedicaron -en pos de ganar y controlar, cada vez más territorios- a exterminar sin piedad a tribus enteras, que por otro lado, nunca llegaron a tener el predominio y fuerza de los aztecas.
España, no obstante los síntomas a gritos la colonia mostraba, se negó a cambiar y decayó junto con el infecundo catolicismo europeo; su imperio ofrecía formas muertas y eran insensibles a muestras de singularidad, de ahí que afloraran muchos de los conflictos y ambigüedades psíquicas de la población mexicana y los gobernantes que los sucedieron.
Mientras los albores de la Independencia de México se presentaban, existen datos que confirman la presencia de judíos, incluso desde la llegada de los primeros conquistadores y durante todo el período de dominio español. Varios se asientan en la capital y en otras ciudades como Guadalajara, Guanajuato, Michoacán, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Taxco, Veracruz y Zacatecas; algunos como la familia de los Carbajal, ayudan a la fundación del estado de Nuevo León. La mayoría prosperan, pero con el tiempo, son pocos los que logran sobrevivir al brazo inflexible del Santo Oficio, no obstante sus prácticas religiosas secretas. Su contribución o herencia dejada al país fue poca y eminentemente de origen sefardita, por lo que se pueden encontrar hasta nuestros días, apellidos, expresiones, palabras y algunas costumbres en algunas familias, grupos o regiones. Sin embargo durante esos mismos años en algunas zonas de Europa, Asia y Medio Oriente, el judaísmo es tolerado y hasta prospera en campos que anteriormente le fueron negados, como sucedió con las numerosas familias judías expulsadas de España y Portugal, que fueron acogidas con agrado por el Sultán Bayaseto II de Turquía.
Continuará…
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