Querida Margarita,
Hace mucho tiempo que llegó tu hija de vacaciones. Lo mínimo que podría haber hecho es levantar el teléfono y llamarme, en realidad no pido que venga a visitarme, aunque vivimos relativamente cerca. Estoy consciente que no a todos los jóvenes les resulta fácil ni agradable acercarse a la gente de la “Edad de Oro”, por aquello del olor a “naftalina” como suelen algunos jóvenes decir. Y de las arrugas ni se hable… les produce aversión, cuando son marcadas por los años vividos y no pintadas.
Tu hija, quien es una señorita, se cree muy inteligente porque maneja con mucha destreza todos esos aparatos modernos. Pero ¿a dónde le quedó la sensibilidad? que no se da el gusto de pasear por los parques, percibir el aroma de las flores, sentarse en el pasto observando a los chicos mientras juegan, disfrutar la presencia de los ancianos, a lo mejor para ella “los ancianos” es una enfermedad, a la cual aún no le han encontrado un antídoto…
Te suplico, no le comentes lo que te escribo, ya que seria motivo de un disgusto para ella. Y ¿qué sucedería entonces? Probablemente el cristal bajo el cual la tienes protegida se rompería en mil pedazos y su príncipe azul, aquel que conoció en el viejo continente, me enviara presa a uno de los calabozos de su magnifico castillo. Y yo, querida amiga, tendría que llevarme a mi fiel y gran compañera de toda la vida quien no es otra que mi escoba, pero no la de bruja, como piensan los jóvenes, sino la que ha barrido siempre mis penas y malos momentos.
Mejor dejemos tranquila a tu hija, que siga con el celular en la mano todo el tiempo como generalmente lo hace y que piense mal de los viejos… y pensándolo bien, a lo mejor de esta carta puedo hacer una película, ganar el Oscar, y recibir mucho dinero, para poder comprar muchos regalos, y de esta forma hacerme merecedora de un poco de su respeto y cariño.
Tu amiga
Cuanta falta le hace a los jovenes tener la escoba que barre las penas…