Antes de cualquier comentario, confieso abiertamente: las dos últimas veces que vote en elecciones en Israel, lo hice a favor de Ehud Barak. La primera todavía bajo el trauma que se niega a abandonarme hasta hoy por el asesinato de Rabín. La segunda por tratar de frenar a ese guiso amargo llamado Kadima que consiguió juntar en una misma olla a Haim Ramón con Tzaji Hanegbi.
Barak (rayo, en hebreo) intuía que su actual facción en el Parlamento, Atzmaut, un partido sin ideología, ni línea política más allá de la personalidad del propio ministro de Defensa, se estrellaría en los próximos comicios generales.
Barak ni siquiera avisó a sus correligionarios, que marchaban como ovejas detrás del pastor, que iba a anunciar su abandono de la política y que los dejaría a la deriva. No fue esta la primera vez que sorprendió a sus seguidores.
«Si fuera un ‘Mentch’ (una persona correcta, en idish), sería el hombre perfecto», lo definió una vez Abraham Burg, ex presidente del Parlamento israelí, luego de ganar las primarias del Partido Laborista y no haber sido nombrado ministro por el mismo Barak.
Hace veinte años, cuando era jefe del Estado Mayor, provocó una de las muchas polémicas que adornan su carrera. «Si fuera palestino, sería miembro de Hamás», afirmó públicamente – mientras en Israel explotaban los autobuses – para escándalo de la dirigencia y de la mayor parte de la población del Estado judío.
En esa época todavía era un oficial respetado y admirado, el soldado que más condecoraciones recibió durante una prolongada trayectoria militar; el héroe que unos años antes había asesinado sin que le temblara el pulso a líderes políticos y personalidades culturales palestinas en Beirut disfrazado de mujer y protegido por un niqab que le cubría el rostro.
Pero este modelo de milico made in Israel, que participó en varias de las operaciones más famosas de Tzáhal, fracasó estrepitosamente cuando entró en la política de la mano del laborismo poco después de que su mentor, Itzjak Rabín, fuera asesinado.
Beneficiándose de la aureola militar que lo rodeaba, le ganó a Netanyahu las elecciones de 1999. Al año siguiente sacó a Tzáhal de Líbano donde el goteo de soldados muertos se volvió insoportable para los israelíes.
Dialogó y contó chistes con Yasser Arafat en septiembre de 2000, en Camp David, pero más allá de sus propuestas, se arrepintió, sintió miedo escénico, dijo que no habían socios para la paz y no se atrevió a dar ningún paso serio en dirección hacia un acuerdo.
Su fracaso en dichas negociaciones suscitó inmediatamente la segunda Intifada y el princio del fin de la izquierda israelí.
Como político cometió dos errores garrafales: pecó de indecisión en momentos decisivos y pecó de soberbia y de considerar innecesarios a los hombres que le rodeaban, y que contaban con mayor experiencia que él en la compleja escena politica israelí.
El abandono de su carrera política deja a Netanyahu sin uno de los pilares de su Gobierno, aunque Bibi no tendrá problemas a la hora de hallarle un sustituto.
Su partida no supondrá cambios significativos en el próximo Ejecutivo puesto que aunque todavía hace a menudo declaraciones pacifistas, en la práctica se comporta como un negacionista más de reanudar las tratativas con los palestinos.
En las pasadas elecciones, cuando aún militaba en el laborismo, Barak pactó con Netanyahu por mera ambición personal con la promesa de que presionaría a Bibi para que negociara con Mahmud Abbás, pero en los pasados cuatro años fracasó también en ese sentido.
Hace una semana, Barak terminó de forma relativamente exitosa la operación militar «Pilar Defensivo» contra Hamás y, si bien no hay unanimidad de opiniones sobre los resultados de la misión, contó en todo momento con el respaldo de Netanyahu y con elogios de la mayoría de los analistas.
Ahora, cuando decidió abandonar su carrera política, Barak deja para la historia un legado agridulce, bueno desde el punto de vista militar y limitado y controvertido desde el punto de vista político.
Fue Maquiavelo quien dijo, hace muho tiempo, que la soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió.
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