Redordenar el tiempo propio

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Un conocido maestro jasídico sostuvo que quien no tiene una hora del día para sí mismo no tiene nada. Esa hora, esos sesenta minutos no deben ser empleados para la ganancia o el cálculo, el control o la gimnasia. Se trata de una suerte de diezmo espiritual que uno se concede a sí mismo, un regalo y una invitación a soltarse de todo vínculo. La palabra hebrea para soltar es hitir, cuya raíz más obvia es heter, desatar. Con frecuencia y sin darnos cuenta de ello estamos atados a pequeñas y grandes obligaciones, llevamos máscaras, títulos, corazas que no tienen que ver con nuestro ser más profundo. Esas rutinas e imposiciones sociales y esas fronteras invisibles deben dejarse de lado durante la citada hora para que afloren nuestra capacidad de ensueño y el suave oleaje de la vida más fresca que procede del inconsciente.

El manantial de esa vida que una de las Upanishads califica de inexpresable paz, de conciencia en la que brota un sentimiento puro, unitario, de naturaleza sagrada, no necesita en realidad más que esa hora para dejarse percibir. Todos tenemos acceso a él y, de hecho, está impreso en el mismísimo ojo humano, ayn ( }ya( = 130 = 104 + 26 = d(fl hWhy ), cuya cifra y en hebreo equivale a eternamente Dios, adonai laed. Tal vez por ello el Buda histórico haya dicho aquello de ´´la liberación está en el ojo´´, queriendo referirse al hecho de que nuestra mirada ya está en estado de privilegio, pero nos cuesta comprenderlo porque su apertura y focalización están condicionadas y deben, en la mencionada hora, desacondicionarse, deshabituarse, desnudarse de propósitos. En cierto modo esa hora es un mini shabat, un vibrante fragmento de descanso y reparación psíquica cuyo fin más evidente es reordenar el resto del tiempo. Al principio esa hora en la que no sucede nada y en la que podemos caminar o estar sentados, reclinados, apoyados en un árbol o simplemente acostados pero sin dormir, nos parecerá larga, pero pronto se tornará evidente que en ella está concentrado todo lo que buscamos y tanto puede parecernos que dura segundos como que es interminable. En términos evangélicos sería el grano de mostaza que abre para nosotros el reino de los cielos, y en términos budistas un ahora sin fin.

No es, empero, una hora para compartir, ni para ahorrar las visiones que suscite o extraer de ella enseñanzas. Podría, superficialmente, tomarse por una hora perdida, aunque los maestros jasídicos no la consideran así sino, por el contrario, un lapso de hallazgos. El mismo Baal Shem Tov solía decir que a veces, cuando rezamos, deberíamos dejar de hacerlo para pensar en Dios, simplemente para observarnos observando. La mente humana está tan habituada a sus tics que los toma por virtudes cuando en realidad no son más que comodidades y perezas. De ahí que, y durante esa hora, haya que descolocarla, girarla, sacudirla renunciando a la voluntad, no haciéndolo de manera deliberada sino suspendiendo sus funciones más comunes, renunciando a sus dones y privilegios. Si acaso aliteramos la palabra hebrea para hora, shaá ( hf(f$ h&( ) hasta llegar a la expresión oséh , habremos descubierto el verbo obrar, hacer, realizar: todo lo que esa hora hace por nosotros.


Mejorando el tiempo propio y el ajeno.

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.