“Regateo de la muerte”, por Elías Farache

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La acción llevada a cabo sobre Israel el 7 de octubre de 2023 por Hamás es de proporciones descomunales. Está el asesinato de las personas que estaban en un concierto por la paz, el de los residentes de kibutzim y poblaciones de la zona, la crueldad de matar a personas en presencia de sus familiares más cercanos, violaciones y todo tipo de atrocidades, incluso filmadas. Y tenemos el drama de 240 secuestrados que fueron llevados a Gaza.

Estos secuestrados han sido una fuente de tensión permanente para todo Israel, pero no se puede ni siquiera imaginar el trauma para sus familiares. Secuestrados sin fe de vida, algunos de los cuales perdieron ya a sus familias el mismo 7 de octubre. Todo lo anterior señalado, sin mayor profusión de detalles, constituye el evento de terror más demoledor de la historia de Israel, y de los tiempos modernos a todo nivel. Un reality show que se ha prolongado ya por siete semanas y algo más al momento de escribir esta nota. Pero es una cruel realidad, no un reality show que capte audiencias y comerciales.

La etapa que se vive ahora en este triste episodio ha sido bien planificada. Los rehenes son una fuerte carta de presión y negociación para Hamás, además de una prueba de su victoria. Doblegar al enemigo israelí y obligarlo a negociar y ceder, a sabiendas que no tiene alternativa. La ética y conciencia de Israel dicta como prioridad el rescate de rehenes, el precio que se paga está fuera de toda proporción y no hay justificación que permita no pagarlo, no tratar de salvar vidas. Un riesgo calculado y sabido, sin mayores posibilidades. Israel, al negociar, elige, como tantas veces, entre lo malo y lo peor. Dicho así, lo malo es bueno.


Hamás juega sus cartas con precisión y frialdad. La destrucción de Gaza y el sufrimiento de los gazatíes por la acción israelí que debe deponer a Hamás no es una razón que disuada a los gobernantes de Gaza. Es un riesgo calculado, un precio sabido por lograr el sufrimiento de Israel, la deslegitimación del Estado judío y la presentación propia como colosos guerreros que no diferencian entre civiles y militares. Y, para colmo de males, algunos jefes de Estado y voceros autorizados de ciertos países o instituciones avalan las acciones de Hamás, haciendo caso omiso de Israel, sus muertos, sus secuestrados y lo que significa para un país civilizado enfrentar un ejército de 30 mil o más hombres escondidos bajo tierra y que profesan y aplican, demostradamente, la ideología del terror.

La familia Asher, por fin reunida: la madre, Doron, y las niñas Raz y Aviv estuvieron 50 días en manos de los terroristas de Hamás
(Foto: Centro Médico Infantil Schneider)

Todo lo anterior es sabido, repetido hasta la saciedad por Israel y quienes lo apoyan. Pero no se percibe una solidaridad generalizada con el objetivo israelí de deponer a Hamás. No se percibe el dolor generalizado por las víctimas y los secuestrados, por el proceso de negociación que se lleva a cabo de manera conocida por todos, y no despierta la conciencia de aquellos quienes cínicamente acusan a Israel de tener una respuesta desproporcionada ante el ataque y las consecuencias del 7 de octubre.

La negociación para la liberación de los rehenes está en una primera fase, que augura unas siguientes más complicadas y duras. Listas que se pasan un día antes con proporción de tres prisioneros palestinos en cárceles de Israel, confesos y convictos, por cada israelí convicto sin razón alguna. Menores de edad separados de sus padres o hermanos, que ya son huérfanos. Ancianos enfermos. Dilaciones en la entrega de las listas y en el procedimiento mismo de entrega, en una brutal guerra sicológica que aturde a todo Israel. Un Israel consciente de que liberar prisioneros palestinos significa aumentar las posibilidades de atentados terroristas, como ya ocurrió en liberaciones pasadas. Yahya Sinwar, el flamante líder de Hamás en Gaza, fue uno de los 1026 entregados a cambio del soldado Guilad Shalit. Los canjes de prisioneros han sido muy onerosos para Israel.

En este terrible conflicto, que dura ya siete semanas, escuchamos con cierto asombro quienes suscriben la idea de que los judíos no tienen derecho a un Estado, y que la causa de todos los problemas es la existencia del Estado de Israel. Esa es la posición precisamente de Hamás, de aquellos que pretenden borrar a Israel del mapa. Ante esta postura, expresada abiertamente por algunos y tácitamente por otros, la teoría de que la solución del conflicto radica en la creación de dos Estados, uno judío y uno palestino, languidece por lo débil.

La situación actual presenta dos enclaves palestinos autónomos y armados. En Gaza hay un ejército de 30 mil o 40 mil hombres bien entrenados y apertrechados, con una red de túneles algo más que colosal, capacidad de fuego con cohetes que ha disparado miles por día. ¿Israel está seguro con este tipo de vecino que declara no reconocerlo y aboga por su destrucción, demostrándolo con hechos fehacientes? Los recursos utilizados para desarrollar toda esta infraestructura ¿no pudieron destinarse a mejores fines para una población sufrida, que además cuenta con seis campos de refugiados que datan de 1948?

Con impresionante sangre fría, Hamás pone sus condiciones para la entrega de rehenes. Israel y el mundo están sometidos a los designios del grupo. Por querer a sus rehenes, antes que nada, por tratar de evitar un mayor número de daños colaterales, se negocia por vía interpuesta con quien tiene una visión de la vida y el mundo muy distintas a la que pudiésemos llamar occidental.

El libreto que empezó el 7 de octubre de 2023 contemplaba las acciones de ese día, el lanzamiento de cohetes, la reacción de Israel y su deslegitimación a todo nivel mediático y diplomático. También, y muy especialmente, la toma de rehenes que constituyese un mecanismo de tortura nacional, pasando por negociaciones interminables y el regateo de la muerte.

Ahora estamos en ese regateo. Los israelíes y los judíos tienen una razón que no se les otorga con la debida contundencia. Parte del regateo… con la muerte.

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