“Dios ha muerto”. Para quienes profesamos un credo religioso basado en la existencia misma de Dios, esta conocida afirmación de Nietzsche puede resultarnos molesta, hasta insultante; sin embargo, si hubiéramos presenciado las Cruzadas, las purgas estalinistas, el Holocausto o cualquier otro de los acontecimientos más despiadados en la historia de la humanidad, podríamos entender el profundo sentido de estas palabras e incluso la sensaciones de desolación y desesperanza que evocan.
Muchos de esos terribles acontecimientos han tenido como motivación, precisamente, a Dios y la “defensa” de la fe “legitima”, la cual han reclamado hasta la muerte y a lo largo de los siglos tanto las religiones predominantes como sus diferentes derivaciones doctrinarias e ideológicas, por lo que lejos de cumplir con su cometido como brújulas morales y éticas de la humanidad, de contribuir a generar paz al interior del individuo, entre los hombres y las naciones del mundo, las religiones, en gran medida, se han convertido en razón y pretexto de la guerra misma.
A pesar de lo anterior, justo porque representan esas brújulas morales y éticas, debemos reconocer que las religiones han sido fuente de desarrollo de los grandes ideales y las virtudes que han permitido al hombre construirse como ser “humano”: la hermandad, la compasión, la generosidad, el amor al prójimo, la búsqueda de la verdad, de la libertad, de la felicidad, de la paz y el bienestar colectivo.
A este respecto, el Rabino británico Jonathan Sacks señala varios puntos importantes en un artículo publicado recientemente en Londres, mismos que a continuación comparto conjugados con mis propias reflexiones sobre el tema.
La Revelación fue otorgada a la humanidad para ayudarla a colocarse a la cabeza del progreso común mediante la transmisión de mensajes y herramientas capaces de contribuir tanto al mejoramiento de la vida personal y familiar como al desarrollo de las comunidades y naciones. Sin embargo, parecería que en algún momento se perdió la dirección y en vez de a la vanguardia, se pasó a estar a la retaguardia.
Si la religión es la fuente de la verdad, ¿por qué las religiones han luchado tanto y sacrificado a tantos por imponer la verdad de cada cual como la única? Si la religión es fuente de libertad, ¿por qué a lo largo de la historia ha sido utilizada por individuos, imperios, monarcas y dictaduras como instrumento de poder, control, dominación y opresión?
Restringir las verdades universales a una única verdad, limita la noción misma de Dios a un ser supremo que solo se relaciona positivamente con los seguidores de un credo determinado, que condiciona esta relación a la admisión de una verdad supuesta e impuesta y que subyuga la libertad del ser humano a la aceptación forzada de cánones dictados por el hombre mismo, que no por Dios.
Por ello, las religiones también han fallado en su papel como instrumentos de progreso, pues muy a menudo se han erigido como los muros interpuestos entre el hombre y la búsqueda de su propia verdad, entre el hombre y su encuentro con las verdades universales, entre el ser humano y los descubrimientos científicos y los avances sociales generadores de evolución y bienestar común. Donde no existe libertad, no existe posibilidad de progreso.
Esta es la razón de que, con el correr de los siglos, el núcleo de origen del altruismo se desplazara del seno religioso al mundo secular, donde comenzó a integrarse como un principio elemental del quehacer humano, sin necesidad de motores teológicos ni religiosos, transformándose así en el vasto campo de acción de la ayuda humanitaria, lo cual hoy, para quienes jugamos un papel activo en este campo inspirados por nuestros valores religiosos, puede llegar a producirnos la sensación de que estamos jugando como visitantes, no como locales.
Existe una gran brecha entre lo ideal y lo real, entre lo que las religiones piensan, dicen y hacen, por lo que cabe preguntar: ¿qué papel juegan actualmente las religiones en el bienestar y el mejoramiento de la vida humana y el alcance de la felicidad?
Si bien es posible comprender que en algún punto las religiones perdieron el rumbo, cada una en contextos distintos y a edades diferentes, y que la secularización nació como resultado de la falta de eficacia de los sistemas religiosos para cumplir con su objetivo de contribuir al progreso y bienestar de la humanidad, no debemos perder de vista el daño potencial que implica para el mundo la ausencia de la conciencia religiosa.
En nuestro mundo acelerado, global e impersonal, es indispensable conservar nuestra historia y cultura, nuestros rituales y costumbres religiosos, para no olvidar quiénes somos y qué nos corresponde compartir con la civilización.
Si perdemos nuestras raíces, podemos perder también el guión de la historia de la humanidad, pues las ciencias, la política y la economía no nos enseñan la razón y el objetivo de nuestra existencia, no nos brindan respuestas a por qué y para qué estamos vivos. Para ello, están las religiones.
Las comunidades religiosas representan medios sumamente valiosos para resguardar a la humanidad de la creciente despersonalización del mundo moderno, donde los cambios frenéticos y constantes diluyen el pasado y el sentido particular de identidad convirtiéndonos en elementos anónimos que consumimos todo aquello que nos prometa encajar, pertenecer, desde productos hasta ideas, sin importar si al hacerlo sufrimos o perdemos nuestra esencia individual.
Hoy más que nunca, los círculos religiosos representan una de las principales fuentes para trasmitir valores, para construir familias y comunidades en las que predomine el amor y la corresponsabilidad, la tolerancia y la inclusión, contribuyendo así a crear un mundo con un propósito trascendente donde la existencia humana se dignifica y refleja verdaderamente su imagen y semejanza a Dios.
Ni los gobiernos, que persiguen poder, ni el mercado, que busca riqueza, han intentado frenar la fragmentación social y las patologías que genera, entre ellas, el crimen, la corrupción, la desigualdad y la violencia. Más aún, aunque lo intentaran, no lograrían subsanarlas, pues la naturaleza del poder y la riqueza es divisoria, no multiplicadora como la fe, el amor, la bondad y la ayuda, indispensables para sanar toda enfermedad social.
Por todo lo anterior, este es el momento justo para que las religiones retomen su rumbo original y el sentido con el que fueron creadas, para que reestablezcan su posición de influencia positiva y contribuyan a transformar un sistema que ha fallado en gestar igualdad de oportunidades para satisfacer los derechos más básicos es innatos de todo ser humano, entre ellos, la alimentación.
Recientemente, en la Cumbre de Ayuda Humanitaria, llevada a cabo en Estambul, las naciones participantes se comprometieron a erradicar el hambre en el mundo, ¿por qué no aprovechar las redes religiosas y la fe que nos motiva constantemente a desplazarnos del yo egoísta al nosotros altruista para sumarnos a estos y otros esfuerzos?
Hoy más que nunca es necesario construir puentes de diálogo y entendimiento entre todos los credos religiosos, sintonizarlos hacia el cumplimiento de objetivos comunes en favor del bienestar colectivo, pues si el propósito de la fe consiste en enaltecer al Creador, esta es la forma ideal para hacerlo.
¿Cómo construimos un lenguaje común a los diferentes sistemas religiosos?, ¿cómo los motivamos a enfrentar el reto de la ayuda humanitaria?, ¿cómo conseguimos eliminar el miedo a colaborar unos con otros? Practicando principios que deben ser imperativos tanto desde una perspectiva religiosa como humana: inclusión, imparcialidad, neutralidad, corresponsabilidad, ayuda humanitaria; comenzando por suprimir la fragmentación entre las religiones mismas, luchando juntos contra los fanatismos internos que solo provocan odio masivo y división; creando las pruebas que confirmen que sí es posible unirnos y difundiendo esta evidencia de manera efectiva.
Desde sus inicios, las labores de CADENA han estado fundamentadas en los principios humanitarios universales contenidos en la fe mosaica, los cuales promovemos y resguardamos tanto en todas nuestras misiones de ayuda, como en cualquier foro nacional o mundial en los que participamos.
Recientemente, CADENA, como organización representante de la iniciativa judía de filantropía y ayuda humanitaria en el Joint Learning Iniciative, participó en una Cumbre de Religiones, realizada en Londres, con el objetivo de compartir diferentes puntos de vista sobre cómo las religiones pueden asumir un papel más estratégico en el ámbito de la ayuda humanitaria y la promoción de la paz en el mundo.
Este tipo de espacios nos permiten compartir testimonios contundentes que evidencian que romper barreras, paradigmas y prejuicios sí es posible, que para reforzar nuestra identidad religiosa, cualquiera que esta sea, debemos poner en práctica los principios imperativos antes mencionados, al tiempo que nos abrimos al diálogo ecuménico y la colaboración con otras instituciones tanto religiosas como seculares.
Somos testigos de que el sufrimiento humano no respeta razas, culturas ni creencias religiosas, por lo cual, tampoco la ayuda humanitaria debe hacer esas diferencias.
La mayor parte de la población mundial, alrededor del 90% de los seres humanos, cree en un Dios. ¿No es este acaso un dato revelador que manifiesta que ya poseemos un idioma en común y que si nos decidimos a comunicarnos a través de él podemos abrir un sinnúmero de oportunidades de cambio, de sinergias y de redes de cooperación que sirvan para alcanzar objetivos y poner en la misma sintonía a la humanidad entera?
Si como sentenció Nietzsche: “Dios ha muerto y nosotros lo hemos asesinado”, en nosotros mismos está el revivificarlo convirtiendo los sistemas creados para enaltecerlo y servirlo en puentes de comunicación, en catalizadores del bienestar común, en el pegamento que une al total de los seres humanos sin distinción.
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