Sobre la deshumanización

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Los niños duermen. La esposa está leyendo en el cuarto. El personal de servicio se ha retirado. La casa está en santa paz. Él, como acostumbra todas las noches, recorre el silencioso hogar para apagar las luces, cerrar las cortinas y atrancar las puertas.

Es la rutina de un padre responsable y amoroso. Salvo que este señor es nada menos que el comandante del campo de exterminio de Auschwitz.

Su residencia está junto al infierno donde en ese momento están siendo asesinados, de manera sistemática, cientos de personas, la gran mayoría judíos. De allá, la audiencia sólo escucha, de vez en cuando, gritos, botas, el paso de trenes, el rugir de un horno crematorio y uno que otro disparo.


Así es el mundo de Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, quien en 1943 vive tranquilamente con su esposa Hedwig y sus cinco hijos en una casa de ensueño. Para ellos, la vida transcurre apaciblemente. Nadan en la alberca, toman el sol, comen pasteles, acarician a los perros, cabalgan, hacen un picnic al lado del río. Tienen un grupo de personal doméstico que limpian, cocinan, planchan, bolean y arreglan los bellos jardines.

Todo esto a unos cuantos pasos del campo de exterminio. Claro, hay un enorme y feo muro que separa a la residencia para no ver qué está ocurriendo del otro lado. Los dos mundos no se mezclan. Salvo por el sonido, porque ahí sí no hay forma de cancelar los ruidos propios del horror de lo que está ocurriendo en Auschwitz. A veces, también, llegan a la casa preciosos “regalos” que les han robado a los judíos; un abrigo de mink, por ejemplo.

De eso trata la extraordinaria película escrita y dirigida por Jonathan GlazerZona de interés, que ganó el Oscar a la mejor película de lengua no inglesa en los pasados premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. También se llevó el Oscar al mejor sonido, muy merecidamente porque el drama de esta película entra más por el oído que por los ojos.

De hecho, cuando a Höss le notifican que será ascendido como inspector de todos los campos de concentración, su esposa le ruega solicitar a sus superiores que la familia pueda quedarse a vivir en Auschwitz. Para ella, es el mundo que siempre soñó. Una elegante mansión con un jardín precioso y un nutrido pelotón de empleadas domésticas. Ella, la feliz matrona de Auschwitz, quien había sido la hija de una mucama en una casa de judíos, suplicándole a su esposo no mudarse por ninguna circunstancia.

La familia Höss es el perfecto ejemplo de la deshumanización. La total falta de empatía con el prójimo. Allá, del otro lado del muro, gasean e incineran a unos seres humanos en una fábrica de la muerte (en algún momento de la película, el comandante discute con unos empresarios la instalación de un nuevo horno de cremación más eficiente que los actuales) mientras que, de este lado, los niños se echan clavados y saborean galletitas con leche.

En Zona de interés vemos un escaso atisbo de humanidad. Una joven polaca que trabaja en el servicio de los Höss se escapa por las noches para esconder comida en los lugares de trabajo de los prisioneros que tuvieron la suerte de no haber sido enviados a las cámaras de gas de inmediato. Es un pequeño respiro al ahogo que sentimos de un mundo que se ha deshumanizado.

Al recibir su Oscar, Jonathan Glazer dijo: “Todas nuestras decisiones se tomaron para reflexionar y confrontarnos con el presente, no para decir: ‘Mira lo que hicieron entonces’, sino ‘mira lo que hacemos ahora’. Nuestra película muestra adónde conduce la deshumanización, en su peor expresión. Determinó todo nuestro pasado y presente. En este momento estamos aquí como hombres que refutan que su judaísmo y el Holocausto esté secuestrado por una ocupación, lo cual ha llevado al conflicto a tantas personas inocentes. Ya sean las víctimas del siete de octubre en Israel o el actual ataque a Gaza, todas las víctimas de esta deshumanización. ¿Cómo resistimos?”.

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