Solidaridad con “Palestina” en la O.N.U.

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En días pasados estuve en una de mis ciudades consentidas: Nueva York.

De la misma manera como visito a las personas y los lugares que me son entrañables – por mi antecedente que alguna vez relaté – no pude evitar “darme una vueltecita” por ese elefante blanco, ese monumento a la discordia, a la orilla del río: el edificio de la Organización de las Naciones Unidas.

Mientras el “taxi-cab” me conducía, recordaba la ceremonia que antecedía al maratón de N.Y., el famoso Día de las Américas (algunos lo llaman Columbus Day), cuando todos los participantes de la carrera, extranjeros, nos reunimos en la explanada del edificio para escuchar las palabras de bienvenida de Fred Lebow (Z”L) y sus asistentes, organizadores del evento deportivo, en todos los idiomas posibles, y una vez terminada la ceremonia, nos lanzábamos a correr por la Sexta Avenida – claro, la avenida de las Américas – hasta llegar al Central Park, al “Tavern-on-the-Green” para disfrutar de un opíparo desayuno: todo el jugo de naranja, spaghetti, donas, café, etc., que pudiéramos “empacar”. ¡Qué recuerdos! Mis queridos compañeros de aventura: Chava, José, Enrique, Chodik (Z”L), Julio, Manuel y Kiko, entre otros, estaban presentes en ese momento, viajando junto conmigo en el auto amarillo, manejado por un pakistaní ( o algo así) que tenía un pie en el acelerador y otro en el freno.


Llegué al edificio de la O.N.U. Esperaba ver la colección de banderas de los países miembros ondeando al frente, pero no, sólo había dos: la de la organización y ¡la palestina!

¿Qué rayos es esto? Me pregunté. Pagué al conductor y me dirigí, un tanto conmocionado a la entrada. Pasé la revisión de seguridad, pasaporte, “I.D”, etc., e ingresé al amplio vestíbulo.

Estatuas, símbolos, frases y nombres en los muros, etc. Impresionante.

Noviembre 29, aniversario de la decisión de partir en dos un minúsculo territorio, un para los judíos y otro para los árabes.

Ingresé a lo que en México llamamos “gayola”, igualita a la del cine Calderón de Zacatecas, donde la gente parecía una turba de monos encaramados en las ramas de los árboles, igual que yo en los tiempos de mi infancia desterrada de Orizaba.

En el podio, Riyad Manzur, embajador de Palestina, procuraba – según se podía entender en la traducción – impulsar la aceptación de un estado palestino, acusando al Estado de Israel de querer “judaizar” la región, así como de limpieza étnica y apartaheid.

Luego subió al podio Yahya Mahmassani a nombre de la Liga de estados árabes.

En su discurso alegó que Israel quiere ser un estado judío, agregando el asunto del apartheid, pero además dijo que los países debían boicotear, desinvestir en y sancionar a Israel, a quien acusó de llevar a cabo “pogroms” con la complicidad de los Estados Unidos.

Un detalle que no se me escapó: del Senegal ( perdón por mi ignorancia geográfica), el presidente del “comité de los derechos inalienables del pueblo palestino (¿?)” invitó a todos los delegados a ver el corto “La tierra habla árabe”, que hace un paralelo entre el sionismo y la limpieza étnica nazi.

Pero no todo paró ahí.

Había “stands” con cartelones justificando la violencia palestina por el desplazamiento de tres cuartos de millón de palestinos a causa de la agresión judía, con otros alegando la erradicación de la cultura palestina y el eterno amor del palestino por su tierra. Ví otro, el de una mujer palestina llorando y sus lágrimas ilustraban la “catástrofe” – nakba -, diciendo que si los olivos recordaran a sus propietarios, también llorarían.

El inefable secretario de la O.N.U., Ban-Ki-Moon, tomó la palabra y declaró que “la autoridad palestina está institucionalmente lista para asumir su responsabilidad como nación”, agregando que Jerusalén debe ser la capital de ambas naciones. Afortunadamente, también dijo que los cohetes lanzados desde Gaza eran contrarios a los intereses palestinos.

Hasta aquí mi “reporte”. Mientras eso sucedía, llevaba en mis manos el NY Times, el menor de mis favoritos, abierto en las páginas editoriales. Un periodista judío, Thomas Friedman, escribía en su columna que Israel enfrenta el aislamiento mayor desde su fundación, dando como referencia al hecho de que Turquía retiró su representación diplomática, que Egipto y Siria, convulsionadas como están, representan un grave problema al estado (judío) de Israel, que Hamas y Hezballah dominan Gaza y Líbano, respectivamente.

Reconoce que el Primer Ministro de Israel lo advirtió previo a la “primavera árabe” pero que optó por la táctica de no hacer nada, mas Friedman tiene la “atingencia” de echarle sus piropos al Primer Ministro palestino Salam Fayad, al grado de solicitar apoyo para éste “para que no se desestabilice el frágil esquema y provoque un incendio en el mundo árabe, el mismo que originó la caída de dictaduras”, y, al mismo tiempo, advertir que Israel, de seguir por ese sendero, sacrificará su propio carácter democrático.

Anochecía cuando salí de esa jaula de animales políticos que es el edificio de la O.N.U.

Fiel a mi costumbre y a pesar de ser judío, me metí a mi bar irlandés favorito, el Four Leaf Clover, en la Séptima y 42. Ya saben: una jarra de cerveza y un filete – steak, le llaman – para llenarme de algo más sano que la mugrosa política internacional actual y, por qué no decirlo, recordar tiempos mejores.

Sumergido como estaba – podría decir embebido – en mis impresiones, volteé a mirar a mi alrededor. Trajes y corbatas, gorros y chamarras, muchachas vestidas con sedas y tacones altos, música, la televisión sin sonido, risas, bebidas…

Entre bocado y trago me preguntaba: ¿A quién le importa si un pequeño pedazo de tierra judío, agredido por tantos al grado de la calumnia, con sus habitantes vituperados por razonamientos o incoherencias barbáricas – o cuando menos estúpidas -, que han demostrado una y otra vez que el esfuerzo y la capacidad humana pueden salir avante después de la Gran Tragedia, si vive o desaparece?

Afortunadamente, así como me sumerjo en mis dudas, del mismo modo me regresan los recuerdos de mi vida en Israel. Veo a hombres y mujeres, jóvenes y viejos, con un actitud sólida, firme, comprometida con un destino judío.

Veo a mis hijos y nietos, nacidos en mi México, viviendo, luchando, “echándole ganas” en Israel y reforzando el lazo entre nosotros en el mundo.

En ese momento ya no me importan los”políticamente correctos”, incluyendo aquellos que… bueno, existen también.

Tampoco me importan los periodistas de la industria del anti-sionismo, aquellos que, a pesar de haber sido criados y educados a mi usanza, cargan una losa que no han podido ni querido entender: el judaísmo.

Para muchos, incluyendo a este escribidor, judío e Israel son lo mismo. Quien ataca al uno, afecta al otro y viceversa. Pero los ataques siguen.

Acerca de Salomón Lewy

Nacido el 30 de Enero 30, 1939, se considera oriundo de Orizaba, Veracruz, donde residía su familia y fue llevado a los tres días de nacido.Su Creación Literaria abarca grandes reconocimientos como: Primer Lugar en los Certámenes XVIII y XIX del C.D.I., Mención Honorífica en el Certamen XX del CDI.Dentro de sus publicaciones podemos encontrar: MI AMIGO ISAAC, EL CORAZÓN NO ES UN PASAJERO (Editorial Libros para Todos, EDAMEX).Idiomas:Español, Inglés, Alemán, Hebreo, Yiddish.Especialidades:Temas Judaicos, Israel, Política Mexicana, Relaciones Internacionales, Costumbrista Mexicano.

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