Estos días que señalan un nuevo aniversario del renacimiento político de Israel refrescan la memoria y obligan la lúcida perspectiva. Felices circunstancias que me conducen a recordar a un intelectual que asumió certeras y creativas actitudes tanto respecto al judaísmo como a nuestra índole nacional.
Aludo a Y. Leibowitz (1903-1994), un personaje que acertó a ilustrar y a irritar tanto a rabinos como a políticos obligándolos a reconsiderar ideas que ellos creían inapelables.
Le conocí en persona y a través de sus textos. Cuando lo invitamos a disertar en la universidad de Bar Ilán le ofrecí recogerlo desde su hogar entonces localizado en los límites del barrio jerosolimitano de Rehavia. Me atendió su esposa con una sonrisa y sin recato alguno mientras él lidiaba con una torcida corbata. Mi laica semblanza no suscitó reacción alguna; para ambos la creencia en Dios no implicaba una particular vestimenta, incluso en el caso de los ortodoxos que hasta hoy visten prendas que se conocieron en el siglo XVII de Europa oriental. Ciertamente, un hábito que irritaba a los Leibowitz.
Fue grato el viaje de una ciudad a otra. Dos cercanos temas nutrieron el diálogo: la actitud de Maimónides sobre Dios y la postura del gobierno israelí respecto a los territorios palestinos conquistados en la Guerra de los Seis Días.
En ambos asuntos reiteró sus distancias respecto a las opiniones mayoritariamente aceptadas. Señalaba por ejemplo que la definición de Dios debe hacerse por lo que no es, y Él no conoce límites ni atributos ni está en algún definido lugar. Cualquier retrato positivo – como es eterno, es justo, es piadoso – incorpora limitadas cualidades humanas a una entidad que sustancialmente trasciende esta índole.
Por otra parte, politizar a Dios con el fin de justificar una conquista territorial con términos divinos es una aberración tanto teológica como doctrinaria.
Actitudes que tienen sólido fundamento en sus múltiples textos.
En la presentación ante los estudiantes reveló sus celebradas cualidades: filosa observación, coherencia analítica, y franco humor. No pocas porciones de la audiencia objetaron algunas de sus opiniones, mas el aplauso de todos fue unánime. Reveló entonces y una vez más excepcional honestidad y erudición.
Un creativo itinerario
Leibowitz llegó a la filosofía después de un laborioso itinerario en la medicina, en la bioquímica y en la neurofisiología. Conocimientos y títulos que adquirió en Alemania antes de llegar a Palestina en 1935. Muy poco tiempo después se integró a la universidad jerosolimitana para dictar clases en estas materias, se incorporó a las fuerzas del Palmaj, y multiplicó sus aportes a la Enciclopedia Judía que hoy se tornó relativamente dispensable con el Google.
Regularmente, sus actitudes críticas respecto a cualquier idolatría del Estado, a la ausencia de Dios en la humana Historia, o a la colonización de tierras palestinas hondamente irritaron a múltiples audiencias. Sin embargo, nadie se permitió negar su honestidad personal ni sus méritos intelectuales.
En 1993 mereció el Premio Israel por sus indisputables méritos, un hecho que suscitó protestas en círculos gubernamentales. Leibowitz decidió entonces renunciar a su pública recepción. No le interesaba provocar disputas que consideraba dispensables y menores. Altura personal e intelectual que jamás fue cuestionada.
Ciertamente, abundan sus páginas escritas y difundidas en decenas de libros y artículos. Temas como pirkei avot, Maimónides, los alcances de la ciencia y de la teología, las limitaciones de la política y la religión, y muchos más las colman.
Referencias obligadas en estos días cuando el país donde encontró generoso hogar y sustento para sus reflexiones conoce un año más de inquieta y creativa existencia.
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