Dramáticos giros se verifican en estos días en Israel. El levantamiento de una pesada coalición gubernamental – 36 ministros que emplean a un equipo de asesores y choferes que cuenta con más de cien componentes- bajo el firme liderazgo de Netanyahu es uno de ellos. Otro alude a la cambiante ofensiva del covid-19 que prefiere como víctimas particularmente a los sectores judíos ortodoxos y árabes musulmanes. Tendencia que paraliza a dos tercios de la economía y a algo más de la cuarta parte de la fuerza laboral. Y, en fin, la inclinación de todos los partidos a olvidar lo que prometieron a lo largo de tres torneos electorales completa este melancólico escenario.
Un escenario en el que sobresale la decadencia irreparable de un partido y de una ideología que modelaron a Israel durante tres décadas. Se trata del Laborismo israelí que desde los inicios del siglo XX, bajo el liderazgo de David Ben Gurión, Moshé Dayan, Shimon Peres – imágenes hoy en el olvido – levantó las bases del Israel contemporáneo. Partido e ideología que en el andar del tiempo adelgazaron relativamente su peso, pero siempre fueron significativos e importantes. Y en estos días se diluyeron.
Su líder Amir Peretz resolvió integrarse a la inestable coalición gubernamental acaudillada por Bibi Netanyahu tentado por una pobre cartera ministerial. Decisión que implica no sólo una traición a los intereses de las masas obreras y a las instituciones culturales que el Laborismo protegió durante varias décadas. Señala el colapso de una ideología y el fin de una etapa creativa en la vida de Israel que implican el advenimiento de un nuevo escenario en Israel que habrá de ampliar las distancias ideológicas y sociales poniendo en riesgo la sobrevivencia nacional. Adicional materia de inquietud.