El idealismo de lo absoluto

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Georg Wilhelm Friederich Hegel, fue  -es, porque persiste-  un filósofo idealista alemán. El último de los modernos y hasta, si se quiere, de los modernistas, entendiendo por tales a los que, en este caso, cronológicamente coindicen con ese nefasto proceso o movimiento, llamado “la Modernidad“. Nefasto para el futuro en la medida en que pretendió enterrar al Renacimiento, no tanto en lo que atañe, en cuanto a este último se refiere, a las artes y las letras, sino a la Filosofía y muy en particular a la filosofía de Aristóteles, a la Metafísica. Y más en particular aún a la de Platón.

Mucho más aún, porque a la Modernidad, siguió la “Transmodernidad“, término acuñado hace ya años, en unión de los conceptos de “capitalismo tardío“, “modernidad líquida” o “desierto de lo real“, expresiones en mi humilde opinión sumamente estúpidas y sin ningún contenido. Y, lo peor de todo, a la llamada “Globalización” actual, a la que acompañan y en ella se desarrollan, hoy en día, en el mundo, las más turbias y pervertidas ideas, sin implicar peyorativamente en ello  -aunque con su indispensable cooperación-  a la Tecnología punta, la “ciberontología” y “la razón digital”. En suma, esa peste de Internet tan útil y eficaz a otros menesteres, en especial al utilitarismo anglosajón, y de diversión o pasatiempo vacío a tantas mentes inferiores.

Sin embargo, en nada contribuyó a ello Hegel, porque él es, posiblemente más que ningún otro, el filósofo idealista de lo absoluto. Cierto es que, por desgracia, un par de ateos, de muy inferior calado filosófico, Karl Marx y Friedrich Engels, se aprovecharon impúdicamente de sus ideas, para invertir el sistema filosófico hegeliano y ofrecer una interpretación materialista de ellas, que adoptaron y adaptaron, afirmando que el ser humano  -sobre todos los de su género y especie- está subordinado e indefectiblemente depende de la materia.


Hegel, por el contrario cree rotundamente en la plena libertad del “yo”. Yo  -para él-  soy un ser que se realiza en la medida en que se conoce. El ejemplo más típico y humilde sería el de un muñeco que se fuese dando cuenta de que tiene cabeza, cuerpo, brazos, piernas, manos y pies. Y tan sólo cuando se da cuenta de ello, o mejor, en el proceso dinámico de su percepción, tiene o adquiere, en la realidad, cada una de esas entidades corporales. En un muñeco, no es esto posible, desde luego, aunque pudiera tratarse hoy de unos de esos robots antropomórficos que, dicen, serán el futuro de la Humanidad, para servirme la comida o darme un masaje en las cervicales.

Pero, tratándose de un ser humano, en cuanto a la cabeza  -que anatómicamente consta de cráneo y cara-  se es verdaderamente humano únicamente en la medida en que se percibe que, bajo el primero de ellos, se encuentra el cerebro y que es éste el que le permite pensar. Pero pensar idealmente, en la más pura abstracción de las ideas y de los conceptos de cada ser. No es justo atribuir exclusivamente a Descartes  -de cuyo pensamiento estuvo viviendo la Filosofía durante casi tres siglos-  el descubrimiento de la facultad realista del pensar: “Pienso, luego existo”. Esto también desde luego. Pero Hegel, más que pensar en existir, piensa en ser. De un modo ideal, lo que es una confirmación de la verdad en el proceso que conduce del realismo presocrático al idealismo platónico.

Y tan sólo lo ideal puede ser absoluto, porque todo lo temporal, en el que se produce el existir, es meramente relativo. Todo. Y esta filosofía hegeliana entroncará con la Sociología formal, en la obra del austriaco Othmar Spann, en cuanto a la superación  -en lo que concierne a la sociedad-  del individualismo, como simple agregado de individuos, para alcanzar el universalismo, sin negar el valor interno imprescindible del individuo y de su autonomía moral. “Lo más esencial del universalismo  -dice Spann en su Filosofía social-  es que no concibe al individuo como basado espiritualmente en sí mismo y autodeterminado, sino como miembro de la sociedad.” Lo cual quiere decir que también la sociedad, el cuerpo social, es Espíritu objetivo, que conduce a un sobre-ti social y procede de un sobre-ti metafísico.

Pero, volviendo a la Filosofía pura de Hegel, al margen de toda consideración sociológica, tres son los postulados, íntimamente enlazados entre si: La consideración de la Lógica como Metafísica; la realidad como desarrollo y auto-comprensión del Espíritu, y el Espíritu como sujeto de la Historia. La Filosofía hegeliana no es precisamente de fácil exposición, aunque sí lo sea de comprensión inolvidable, una vez desgranados todos sus cimientos esenciales. No es posible por ello, en un simple artículo como este, exponer el contenido de estos tres postulados ya indicados, aunque baste con el enunciado de los mismos para aceptar que el ser humano se hace en la medida en que se conoce, siendo así que únicamente su auto-comprensión espiritual le lleva a hacerlo, por lo que el sujeto de la Historia universal es la realización plena del espíritu objetivo. “La Historia Universal  -escribe Hegel-  es el desenvolvimiento, la explicitación del Espíritu en el tiempo, del mismo modo en que la Idea se despliega en el espacio como Naturaleza.” Sin duda este modo de pensar conduce al descubrimiento de que los valores espirituales constituyen la más profunda dimensión de la realidad, individual y social.

Era necesario, por tanto, para apartarse del camino hacia la verdadera realidad, destruir de raíz la filosofía hegeliana. Y de esta destrucción se encargó un burgués, que vivió maravillosamente instalado en la comodidad del bienestar material, con la inestimable cooperación de un capitalista, que pagaba las facturas. Los dos eran alemanes y vivían muy bien, nada de proletarios, hijos de la miseria y el hambre. El que era rico y opulento,  hijo del propietario de una importante fábrica textil en Mánchester, corazón de la Revolución Industrial, se llamaba Friedrich Engels, que era el que pagaba las facturas. El otro, que era más bien pobre pero le encantaba el consumo que las originaba, se llamaba Karl Marx. Este par de individuos, de muy escasa estatura filosófica ambos  -no se sabe a ciencia cierta quien influyó más en quién-  se encargaron de alterar y falsificar aquella gran verdad del espíritu, para tratar de encontrarla en la materia.

Se ha dicho reiteradamente, hasta otorgar su nombre a la falsa teoría, que el encargado formal de hacerlo fue Marx, o como tal ha pasado a la historia. En todo caso, no elaboró para ello reflexivamente una Filosofía propia, sino que, de modo totalmente reflexivo  -que no es lo mismo-  invirtió el sistema hegeliano. Marx, le dio la vuelta, porque era necesario “poner la cabeza en los pies”, según una de sus propias expresiones, para disfrazar la realidad de lo verdadero por la de lo falso. El espíritu, por la materia. Se ha debatido también si, en esta suplantadora visión, para llegar hasta la “realidad”, cuyo resultado es el materialismo histórico, frente al historicismo dialéctico de Hegel, fue la aportación de Marx la decisiva, o más bien si se debió tal cosa a las ideas y obras de Engels, fuente principal del materialismo histórico posterior, de Plejánov, Kautsky, incluso los propios Lenin, Trostky y Stalin y hasta la nada perspicaz mente filosófica, de aquel mendrugo tan obeso como semi-tarado mental, llamado Mao Tse Tung, a cuya hambrienta nación salvo de la penuria otro chino mucho más listo que él, llamado Deng Xiaoping, pese a haber sido perseguido por la barbarie del Primero, pero a costa de aceptar, eso también, los principios esenciales del “capitalismo Occidental”, dando lugar con ello a ese extraño y maloliente perfume comunista-capitalista, equivalente a tratar de obtener un aroma delicado a base de mezclar el olor a pescado podrido con la más pura y delicada fragancia.

Sin embargo, es dominante la opinión de que, lo que más radicalmente transforma o conduce, desde el historicismo dialéctico  de Hegel  -espiritualista-  al materialismo histórico, es la inversión del sistema hegeliano operada por Karl Marx. La concepción de éste, según la cual la cultura espiritual y sus movimientos históricos están determinados exclusivamente por la estructura y movimiento propio de los factores económicos.

En tal sentido, el materialismo expresa la inversión total de la tesis hegeliana. La realidad, no es ya el resultado del devenir dialéctico del Espíritu, sino la manifestación de la materia. En consecuencia, la realidad social nada tiene que ver con el espíritu ni mucho menos aún es el Espíritu realizándose en la Historia universal. De ello -aunque tal sentimiento no se exprese ni aparezca en el Manifiesto- nacerá el odio hacia Dios, la Iglesia católica o cualquier otra confesión o Congregación religiosa y el sentido mismo de la revolución, como el último momento de un ciclo constante y sucesivamente repetido, hasta alcanzar la última etapa: la abolición de todas las clases sociales  -porque es “la clase” la unidad social de este proceso- para llegar a la instauración de la sociedad comunista. Nada más falso, ni nada más injusto.

Desgraciadamente, por lo que parece en algunos lugares, resulta aún totalmente posible, hasta quebrar la dignidad humana, para perecer de hambre y de miseria, en uno de los países más ricos del mundo, Venezuela. Y cuando no sea de hambre  -para quien se oponga a tal barbaridad-  de un tiro en la nuca, al estilo del “Che Guevara”, el argentino en Cuba, de modo paralelo o similar al polaco en Rusia, que fue Félix Dzherzinski, “Felix de hierro”, mano derecha de Lenin y terror de la Cheka. Como afirma Jiménez Losantos, aquel truhan asesino, ídolo de la mal informada juventud, española y mundial  -el de las camisetas con su aborrecible imagenlo primero que hizo en La Habana, después del triunfo de la revolución, fue matar… instalado en el fortín militar de La Cabaña”. De Maduro, el conductor de autobuses en Caracas, aún no se sabe ni la décima parte. Pero se sabrá todo y sin duda será estremecedor.

Mientras tanto, aquí en España, parece tomarse en broma este satánico asunto del comunismo, argumentando que “eso ya pasó”. Aquí, no puede pasar. Lo mismo dijeron los cubanos de los rusos soviéticos; los nicaragüenses de los cubanos; los ecuatorianos de los nicaragüenses, salvadoreños, bolivianos y otros y, por último los venezolanos de todos los anteriores.  Parece habernos llegado el turno. Nosotros somos españoles, no venezolanos. Aquí no puede pasar.

Acerca de Luis Madrigal Tascón

Nace en León (España), el día 19 de Mayo de 1936, en el seno de una familia cristiana. Pertenece por tanto a la generación que no tomó parte en la Guerra Civil española (1936-1939). Cursó estudios de Bachillerato en el Instituto Nacional Masculino de Enseñanza Media "Padre Isla", de León. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca. Ejerce la Abogacía, ante los Tribunales de Justicia, desde el año 1967, siendo en la actualidad el Letrado 9.336 del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. Escribe Poesía, de cuyo género es autor de 9 Poemarios, todos ellos inéditos, así como Ensayo sobre temas históricos y filosóficos. Ha escrito también una novela, "El secreto para ser feliz", ambientada en la India, en la mitología hindú y el panteón hinduista, asimismo inédita.

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