Yo tuve un abuelo ciego. Sentada en su regazo, a mis escasos tres años, aprendí a cantar en ruso y también en Idish. Le recorrí la cara y escudriñé los ojos buscando su mirada yerma. Hice que tocara mi cara, mis rulos, mis orejas y hasta mis dientes de leche. Y reímos juntos hasta el hartazgo. Y cantamos al unísono.
Y él no necesitó verme para saberme.
No precisó mirarme para conocerme.
La maravillosa complicidad jamás borrada de mi memoria, permanece intacta, a pesar del tiempo, a pesar de que el abuelo hace tanto, ya no está.
No olvidemos que muchos vemos con el alma; y para eso- los ojos-no tienen ninguna utilidad.©®
Artículos Relacionados: