El fin de semana pasado fue testigo de una crisis repentina que estalló en el área fronteriza entre Israel y Siria. Un dron iraní, que sobrevoló el espacio aéreo israelí, fue derribado cerca del kibbutz Kfar Ruppin, a lo cual Israel reaccionó bombardeando los arsenales sirio-iraníes desde los que salió el dron. En el operativo, un avión F-16 israelí fue alcanzado por un proyectil sirio, aunque sus dos tripulantes lograron salvar la vida y se encuentran recuperándose en un hospital de la ciudad de Haifa. Se trató de un incidente a tal punto grave que en las siguientes horas cundió la preocupación de que una nueva guerra entre formidables contendientes podía desencadenarse en ese frente.
Afortunadamente, a medida que pasaron las horas una relativa tranquilidad se fue imponiendo. ¿Qué fue lo que impidió una escalada de la violencia? La respuesta se supo no mucho después: una llamada telefónica entre el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente ruso, Vladimir Putin. Como es sabido, Rusia ha conseguido convertirse en el mandamás dentro del intrincado conflicto que vive Siria. Moscú ha operado en calidad de guía y aliado firme del presidente sirio, Bashar al-Assad, y de las fuerzas militares iraníes, que desde el principio de la guerra civil entraron a participar como refuerzo vital para el mantenimiento en el poder del dictador sirio. Putin ha aprovechado la ausencia de una política exterior coherente de Estados Unidos en Oriente Medio para operar hábilmente y ser de hecho la mano que mueve los hilos en ese escenario de acuerdo con sus intereses.
Para llevar a cabo con éxito su política regional, el jerarca ruso paradójicamente, no ha tensado sus relaciones con Israel, sino todo lo contrario. Numerosas han sido las reuniones entre Putin y Netanyahu en los últimos años, no obstante el hecho de que los dos aliados de Rusia —Al-Assad e Irán— son enemigos acérrimos de Israel. Incluso puede decirse que hoy por hoy los negocios entre Moscú y Jerusalén son considerables
y, que existen acuerdos tácitos entre ambos de que aunque a veces se llegue a jugar con fuego, hay que tener el cuidado de no traspasar ciertas líneas rojas a fin de evitar incendios graves.
Es así que si bien Israel ha bombardeado esporádicamente convoyes de armas iraníes destinados al Hezbolá libanés que se mueven de Siria hacia Líbano, sin que Rusia objete mayormente, también está el hecho de que para Rusia es prioritario proteger de tales bombardeos a sus soldados y asesores que están en el área, tal como ocurre con la base militar cerca de la ciudad de Palmira. De ahí, la necesidad de contactos frecuentes entre los liderazgos ruso e israelí, ya que una equivocación podría ser fatal al romper el delicado equilibrio que hasta ahora ha prevalecido.
Una de las lecciones que deja el incidente de la semana pasada es por tanto que a pesar del crecimiento de la presencia militar iraní en Siria y de la amenaza que ello le implica, Israel no puede dejar fuera de su cálculo la peligrosidad de un escalamiento en la confrontación, pero que al mismo tiempo, también Rusia debe tener presente que permitir desafíos graves del aparato militar iraní a Israel conlleva el riesgo de que la contención israelí se venga abajo y desencadene una guerra abierta de consecuencias más que alarmantes. Putin y Netanyahu lo saben, pero no es seguro que eso baste para que factores imponderables e incontrolables puedan imponer otra dinámica, mucho más peligrosa por cierto.
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