Prácticamente no hay semana en la que Irán no acapare la atención internacional. El régimen de los ayatolas se ha propuesto desarrollar una política expansiva destinada a obtener hegemonía regional a toda costa y en ese sentido constituye un actor agresivo y desafiante tanto en su ámbito interno como en sus relaciones con el resto del mundo. Ejemplo de lo primero es lo ocurrido hace unos días cuando al mismo tiempo que el gobierno iraní celebraba triunfalmente el aniversario número treinta de la toma de la embajada de Estados Unidos por parte de las fuerzas revolucionarias islámicas, reprimió con lujo de violencia la manifestación paralela organizada por quienes continúan protestando por el fraude electoral de junio pasado gracias al cual Ahmadinejad se reeligió como presidente.
Pero es en cuanto a sus actos desafiantes hacia la comunidad internacional donde un recuento de lo ocurrido en el corto lapso de una semana puede dar la medida de la gravedad contenida en los comportamientos del gobierno fundamentalista de Teherán. En primer lugar cabe mencionar las ambivalentes y confusas respuestas que éste ha venido dando a la propuesta aceptada en principio por los negociadores iraníes de enviar el 70% de su uranio a Rusia para que ahí se lleve a cabo el proceso de su enriquecimiento con objeto de asegurar que su destino no sea el de conseguir armamento nuclear. Los pretextos aducidos para retardar la puesta en práctica de dicho acuerdo indican que una vez más Teherán juega a ganar tiempo mediante subterfugios sin fin para evitar plegarse a las demandas de la comunidad internacional.
Y el miércoles pasado se registró otro acontecimiento que expresa la magnitud del desacato iraní a la normatividad bajo la cual debería comportarse. Se trató de la captura por parte de fuerzas navales israelíes de un barco, el Francop, de propiedad alemana, operado por tripulación chipriota y con bandera de Antigua, detenido en el Mediterráneo cerca de las costas de Chipre. De ahí fue trasladado, sin oposición de los tripulantes, al puerto israelí de Ashdod, donde se reveló el monto extraordinario de la carga: 500 toneladas de armamento que incluían más de 3000 cohetes de mediano alcance, piezas diversas de artillería, granadas de mano y miles de municiones para rifles Kalashnikov con destino a Siria o Líbano a fin de pasar a manos del Hezbolá. Los servicios de inteligencia aseguran que el remitente de dicha carga es sin lugar a dudas Irán, uno de cuyos objetivos principales es fortalecer militarmente a dicha organización libanesa que opera en consonancia con y bajo directrices del régimen de los ayatolas.
Este gigantesco contrabando de armas viola tanto la resolución 1701 del Consejo de Seguridad que prohíbe a Hezbolá armarse, como resoluciones de mismo Consejo que prohíben igualmente a Irán la exportación de materiales de guerra hacia Siria y Hezbolá. Diversos analistas han señalado que Teherán considera como una de sus más importantes prioridades el convertir al Hezbolá libanés y al Hamas palestino que controla la Franja de Gaza en bastiones militares formidables que estén en capacidad de actuar directamente contra Israel.
No está por demás decir que la captura del Francop complació por añadidura a otros actores en el escenario del Oriente Medio, tan preocupados como Estados Unidos, Israel y la Unión Europea por la onda expansiva iraní. Se trata del bloque de países árabes sunnitas encabezado por Egipto y Arabia Saudita, cuyos temores por el avance del chiísmo islámico iraní crecen día con día. De hecho, los altercados entre Irán y los gobiernos de Riad y El Cairo han sido múltiples en los últimos tiempos. Algunos de sus ejemplos son las belicosas advertencias que el régimen de los ayatolas ha hecho a las autoridades sauditas en el sentido de que no tolerará ningún maltrato ni discriminación contra los peregrinos iraníes que viajarán a Saudiarabia para la celebración anual del Haj, o el cierre la semana pasada del canal de televisión iraní Al-Alam que transmitía en Egipto y en Arabia. La causa de la clausura fue que las autoridades de ambos países consideraron que ese medio se dedicaba sistemáticamente a la incitación contra los gobiernos locales y a “la transmisión descarada de propaganda iraní” a fin de promover la jihad o guerra santa de corte chiíta. Aún así, la inquietante pregunta que queda sin respuesta es cuántos barcos con cargas similares habrán llegado previamente a su destino, y cuántos más conseguirán burlar la vigilancia en el futuro.
Excélsior, 8 de noviembre, 2009.
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