La Academia sueca siempre toma posición. Habla, en sus dictámenes, de lo que pasa en mundo. De lo que le interesa de lo que pasa en el mundo.
Lo hizo cuando premió a Orhan Pamuk, en 2006. El escritor había sido llevado a juicio por el Estado turco por reconocer el genocidio armenio. Y lo había hecho cuando se discutía el ingreso de Turquía a la Unión Europea. Pamuk apoyaba esa idea. La Academia pareció indicar qué clase de Turquía esperaba Europa.
Quizás sea más complejo saber qué decían en 2012, cuando premiaron a Mo-Yan. El autor chino era miembro del gobernante Partido Comunista, vicepresidente de la Asociación de Escritores del PC y se mostró tolerante con la censura. En 2010, China había sido el país Invitado de Honor en la Feria del Libro de Frankfurt y no había habido más que discusión sobre la censura. ¿Ahora la Academia le daba la bienvenida a la potencia económica china sin mayores reparos?
Modiano es el escritor de la Ocupación nazi de Francia. Y más: señaló la colaboración francesa con los alemanes. ¿Tiene algo que ver eso con el Nobel? “Ha habido un rebrote de antisemitismo en Francia”, decía ayer en Twitter la socióloga Ana Wortman.
Este año un cómico, Dieudonné, ironizó con las cámaras de gas. Una marcha contra Hollande terminó con saludos nazis y la consigna “Judíos, fuera de Francia”. Judíos religiosos fueron agredidos. Después, dos marchas que denunciaban el bombardeo israelí a Gaza terminaron con ataques a una sinagoga y a un mercado kosher de la comunidad judía.
Frente a eso –y en una Europa preocupada por el avance del Islam y crecientemente hostil a los inmigrantes– la Academia parece tocar la campanita de la Francia que pisaban las botas nazis. Y que haga cling cling el recuerdo de la colaboración.
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