El colegio San Nicolás de Bari abre sus puertas a la comunidad judía

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El colegio San Nicolás de Bari ha celebrado el 30 de enero el Día de la Paz con un homenaje a la comunidad judía en Asturias, a la que «abrimos nuestras puertas y nuestro corazón». El acto central ha sido la plantación de un olivo con tierra de Avilés, de Jerusalén, del campo de concentración de Auschwitz y piedras del Muro de Berlín, al que siguió la colocación de banderas y piedras pintadas con este mismo símbolo de las distintas nacionalidades del alumnado a su alrededor. Hasta dieciséis distintas entre las que se ha tenido un recuerdo especial para Venezuela.

El párroco Alfonso López ha abierto un acto de «tolerancia, respeto y acogida», en el que se ha querido dedicar un recuerdo especial a los «millones de personas que han dejado este vida por la falta de tolerancia» y a los «millones de niños a los que nadie les dejó tener futuro».

Recordó a los «judíos, polacos, rusos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, entre los que se encontraban seis presos políticos avilesinos» que murieron en los campos de concentración de la Alemania nazi.


A Aida Oceransky y Golda Bat Abraham, que representaron a la comunidad judía, les faltaban adjetivos al final del acto para descubrir su emoción. «Ha sido magno, grandioso», destacaban de una celebración en la que también tuvieron oportunidad de decir unas palabras. Resaltaron lo infrecuente que resultaba asistir a un acto de estas características y recordaron la tragedia del Holocausto. «Hemos conseguido salir adelante y las comunidades nos vamos recomponiendo. Queremos celebrar aquí la alegría de vivir en paz. Toda persona de bien tiene la obligación de quererlo. Si no hay paz, no hay vida», destacó Oceransky.

Román Antonio Álvarez, autor del ensayo ‘Avilés. Las huellas de Sefarad’, explicó la presencia judía en la ciudad antes y después de la expulsión decretada por los Reyes Católicos en 1492.

Tras la lectura de un manifiesto por la paz y de rezar sendas oraciones judías y católicas, Luz Covadonga Ramírez interpretó una pieza al violonchelo. Previamente, su compañera Adela Villarías había tocado el himno de Israel con el saxofón, que era la canción que cantaban los judíos cuando eran conducidos a las cámaras de gas.

El recogimiento del acto tornó en alegría en la última parada del guion: el cántico conjunto de «los niños que cantan por la paz y la esperanza». El broche, una foto de familia.

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