(Por el embajador de Israel en Chile, Gil Artzyeli – Opinion.Cooperativa.cl) Una misión de la ONU, liderada por la representante especial sobre violencia sexual en los conflictos, Pramila Patten, reveló esta semana que hay «argumentos razonables para creer que ocurrió violencia sexual en varios lugares en los ataques de 7 de octubre» y que adicionalmente existe «información clara y convincente» de violencia sexual contra las mujeres israelíes que siguen secuestradas en Gaza.
Este reporte se suma a una investigación publicada en el New York Times, que reveló que los ataques perpetrados por Hamas contra las mujeres israelíes no fueron eventos aislados, sino parte de un plan más amplio para poner la violencia de género al servicio de la ideología del terror.
Lamentablemente, por la magnitud de la barbarie, el 7 de octubre los policías no se concentraron en recolectar muestras de semen, solicitar autopsias o examinar de cerca las escenas del crimen, porque la prioridad estaba puesta en neutralizar a los terroristas, rescatar los rehenes e identificar a las víctimas. Y debido a que según la tradición judía los funerales se realizan lo antes posible, muchos cuerpos con señales de agresión sexual fueron sepultados sin exámenes médicos, lo que significa que muchas pruebas de los abusos y las violaciones están bajo tierra.
A pesar de ello, los relatos de las sobrevivientes y las imágenes registradas por Hamas son más que suficientes para identificar las intenciones de esta estrategia brutal y repulsiva de los terroristas palestinos. En efecto, estos actos de salvajismo sexual inéditos en la historia moderna fueron perpetrados como táctica de guerra para deshumanizar a las mujeres.
Por eso, quienes han intentado justificar lo ocurrido por una presunta «ocupación» de Gaza, se ahogarán en el pantano de la inmoralidad, primero porque Israel abandonó completamente este territorio en 2005, segundo porque ninguna disputa política puede ser usada para explicar la operación genocida de Hamas, y tercero porque la defensa de los abusos sexuales y físicos cometidos en contra de personas de todos los géneros y edades es simplemente repugnante.
Los mandantes y perpetradores de las aberraciones sexuales del 7-10 actuaron con planificación y premeditación, y de hecho los actos de violación y abuso estaban desde un inicio entre sus «prioridades operacionales».
Los terroristas sabían que, en la religión judía, así como en el islam y el cristianismo, el cuerpo de la mujer tiene un status de santidad especial. Pero eso nos les importó, al contrario, lo utilizaron para multiplicar el efecto de la masacre. Esto refleja el nivel de deformación moral de los terroristas palestinos, que no solo desprecian profundamente la vida y la dignidad de seres humanos que no pertenecen a su cosmovisión, sino que también rebajan el status de la mujer a su mínima expresión, a ser un mero objeto sexual. Pero esto no es nuevo. La Carta Fundacional de Hamas llama a exterminar a los judíos en cualquier lugar del mundo, y bajo este predicamento los terroristas del 7-10 consideraron que las violaciones de mujeres judías eran una obligación religiosa musulmana y además un acto en favor de la causa palestina.
Pese a que Israel fue la víctima de esta asonada genocida, hay quienes en nombre de los «derechos humanos» niegan el derecho de Israel a defender a sus ciudadanos. Esta postura, además de ser absolutamente inconsistente, empodera a los terroristas que ya han expresado su intención de repetir la masacre.
La ignominia es aún más alarmante en el caso de organizaciones internacionales dedicadas a la defensa de las mujeres, las cuales guardaron un largo silencio cómplice frente a las atrocidades sexuales cometidas por Hamas. Algunas de ellas, como ONU Mujeres y la Oficina de la Relatora Especial de la ONU sobre la violencia contra las mujeres y las niñas se pronunciaron sólo semanas después de la masacre, con la cuestionada modalidad del demasiado tarde y demasiado poco. Otras organizaciones supuestamente defensoras de los derechos de las mujeres, de frentón han tomado posición por el «patriarcado terrorista», incurriendo en una dolorosa y repudiable revictimización de las mujeres israelíes abusadas.
La activista Einat Fisher Lalo, de la Red de Mujeres de Israel, ha retratado a la perfección este panorama, al señalar que el lema feminista «Me too» se ha convertido en «Yes, but», cuando se trata de mujeres israelíes asesinadas y abusadas por Hamás.
Frente a este notable abandono de deberes, la diputada Pina Picierno, una de las vicepresidentas del Parlamento Europeo, señaló que «todas las organizaciones internacionales y de mujeres deben condenar a Hamas y defender a las víctimas», acusando a algunas de ellas de «fingir no ver (…) por razones políticas».
Y este es precisamente el quid del asunto: la cínica utilización de las agendas políticas por sobre principios éticos y morales. En otras palabras, en varios casos la animadversión hacia Israel nubló la mente de quienes debieron salir a defender la vida y dignidad de las mujeres israelíes víctimas del terrorismo. Y ni hablar de quienes tomaron posturas a favor de Hamas basados en su odio a los judíos.
En estos días estamos conmemorando un nuevo aniversario del Día Internacional de la Mujer y la Equidad de Género. En Israel será un día dedicado a la memoria de aquellas mujeres asesinadas el 7-10 y a la recuperación emocional de las que sobrevivieron a la masacre, pero que cargarán de por vida sobre sus hombros el peso del horror, el abuso y el miedo. Este 8 de marzo, nuestros corazones están con aquellas almas abusadas el 7-10. Abusadas por ser israelíes, judías y mujeres.
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