La AMIA y el Congreso Judío harán un acto para recordar la quema de libros de Berlín de 1933

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El evento es organizado por la AMIA y el Congreso Judío Latinoamericano y tendrá lugar en la sede de la Mutual Israelita, Pasteur 633.

La tarde del 10 de mayo de 1933, una multitud de 70 mil personas se reunió en el Opernplatz de Berlín. Estudiantes universitarios habían acarreado hasta allí más de 20 mil libros en carretillas y camiones. El propósito de esta noche quedaría grabado en un discurso lleno de odio del líder estudiantil nacionalsocialista Herbert Gutjahr. “Hemos dirigido nuestro actuar contra el espíritu no alemán. Entrego todo lo que lo representa al fuego”, gritó el joven estudiante de 23 años para luego arrojar una pila de libros a la llamas de un hoguera alimentada por miles de libros ardientes.

Escenas como la descrita se repitieron ese 10 de mayo en toda Alemania. Estudiantes en prácticamente todas las ciudades universitarias quemaron títulos de autores que no cuadraban con sus marcos ideológicos. Unas semanas antes, universitarios habían comenzado a retirar los libros, de escritores, poetas y periodistas considerados indeseados, de los estantes de las bibliotecas públicas y de las academias. Para ellos, los libros contenían un ideario que consideraban nocivo para Alemania, o bien sus autores eran considerados enemigos de los nazis. Representados por socialistas, comunistas, pacifistas y autores judíos. Nadie se les interpuso en su camino.


A finales de enero habían tomado el poder los nazis y se acababa la república de Weimar, un mes más tarde ardía el Reichstag, Hitler obtenía poderes dictatoriales, ahora comenzaba la conquista de las mentes alemanas. “El Estado ha sido conquistado. Faltan las Universidades”, fue la proclama de La Unión Alemana de Estudiantes en abril de 1933. El motor detrás de las acciones era la Unión de Estudiantes Nacionalsocialista que había iniciado en abril de ese año la Acción contra el espíritu no alemán y que culminaría en la quema de libros. Una muestra de la iniciativa propia de los estudiantes universitarios en estos actos de barbarie, que no requirió de la planificación de la plana mayor nacionalsocialista.
También autores de libros infantiles

La quema de libros en el Opernplatz de Berlín fue el acto central que fue transmitido a los hogares alemanes a través de la radio. Muchos de los estudiantes habían aparecido en uniformes de las organizaciones nazis. Algunos líderes estudiantiles seleccionados arrojaban pilas de libros, alimentando las llamas con denominadas proclamas de fuego.

A medianoche intervino el ministro de propaganda del Reich y doctor de filología germánica, Joseph Goebbels quien declamaba: “Hombres y mujeres de Alemania, la era del intelectualismo judío está llegando a su fin y la consagración de la revolución alemana le ha dado paso también al camino alemán”.

“Donde se queman libros se terminan quemando también personas”, había predicho Heinrich Heine. El poeta, de origen judío, era uno de los tantos autores que los nazis querían hacer desaparecer de las bibliotecas. La frase de Heine, muerto en 1856 en su exilio parisino, resultó profética. Solo algunos años más tarde, comenzaría el genocidio contra todo tipo de minorías y personas consideradas indeseables, entre ellos seis millones de judíos, conocido ahora como holocausto.

Un país sin poetas y pensadores
Entre los intelectuales y artistas alemanes comenzó en 1933 un éxodo sin precedentes. La nación a la que desde el exterior a menudo se refería con admiración como país de poetas y pensadores obligó a muchos de sus talentos a la emigración: los hermanos Thomas y Heinrich Mann, los hijos del primero Erika, Klaus y Golo, los escritores Anna Seghers y Lion Feuchtwanger y tantos otros de su talla. Muchos se organizaron para luchar contra los nazis. El premio Nobel Thomas Mann, cuyos libros aún se habían salvado ese 10 de mayo, habló a través de las ondas de la emisora británica BBC a los oyentes en Alemania. “Es una voz de advertencia- advertirles es el único servicio que un alemán como yo puede prestar hoy”, alertó.

A autores que no emigraron, como Erich Kästner, se les prohibió la publicación de sus libros en Alemania. Ya para 1934, existía una lista con más de 3 mil publicaciones censuradas.

La mayoría de los alemanes, sin embargo, entre ellos muchos intelectuales acríticos y profesores universitarios aceptaron en silencio, la quema de libros y la censura. Algunos incluso la aprobaron. Tal vez, tan preocupante como lo anterior sea el rol determinante que desempeñaron los estudiantes en destruir y aplanar la diversidad de la creación intelectual alemana.

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