Dicen que las personas se van y nos dejan, quizás eso sea físicamente, pero siempre se queda la enseñanza, los recuerdos, su amor por la cultura, los libros, las pláticas familiares, los buenos y malos momentos.
Así mismo los malos y entendidos y las disculpas, los besos y abrazos, sus momentos de buen humor y sus enojos, sus recriminaciones justas e injustas, en fin todo forma parte de una relación de ida y vuelta, donde al final prevalecía el entendimiento en la mayoría de los casos.
Mi madre venía de una familia tradicional, mi abuelo venía de Rusia, se casa con mi abuela alemana, primero viene solo a México antes de la primera guerra mundial y luego los trae, aquí nace mi mamá.
Nunca le faltó nada, sin embargo trabajó desde que estudiaba, tocaba el piano muy bien, yo crecí entre el juego del América y los conciertos de música clásica del viernes con el Maestro Herrera de la Fuente por televisión.
Leía, podía hablar de todo; una vez en mi casa impresionó a periodistas teatrales y críticos por sus conocimientos, los dejó boquiabiertos, lástima que nunca se dejó grabar.
En el entierro le dije al rabino que era de esas generaciones que nunca vuelven, entregada totalmente a su familia, estuvo cuidando a mi papá hasta el último momento, logró sobrevivirlo por más de 8 años, siendo un ejemplo de paciente en sus últimos años cuando estuvo muy enferma, falleciendo el 11 de marzo del 2012.
Mucha gente se acuerda de ella, habla con cariño de esas épocas cuando si tanta tecnología había una mayor comunicación directa, esto no significa que “estos no hayan mejorado nuestra calidad de vida”, pero sin abusar un equilibro es lo más recomendable.
El mejor recuerdo es seguir su ejemplo, manteniéndola viva en nuestro corazón.
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