La siguiente historia ilustra hasta qué grado un gran Rab entendió la obligación de “imitar a Dios”:
Rab Yejezkel Abramsky (1886-1976) era un estudioso y sabio de la Torá sumamente destacado. Luego de haber pasado por una cirugía, Rab Abramsky solía dar una caminata diaria por su barrio en Jerusalem para recuperar las fuerzas, y a menudo los niños del barrio lo seguían. Un día, Rab Abramsky notó que en el césped estaba sentada una pequeña niña de cinco años llorando. Él se inclinó y le preguntó:
—¿Por qué lloras?
—Porque Miriam dijo que mi nombre y mi vestido no son bonitos —le respondió la niña, y comenzó a llorar nuevamente.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Rab Abramsky.
—Shoshana —le respondió la niña suavemente.
El Rab la miró y le dijo con firmeza:
—Dile a tu amiga que tu nombre es bonito y también tu vestido es bonito.
La pequeña niña se fue corriendo alegremente, ya que había recibido los elogios de un rabino sumamente importante.
Los niños que habían sido testigos de lo ocurrido, no podían creerlo. Rab Abramsky era famoso por su apariencia severa, la cual infundía respeto y reverencia, e incluso temor. Parecía algo fuera de lo común que él hubiera notado la presencia de esa niña, y mucho más, que se hubiera involucrado en un problema tan trivial.
Algunos días después, alguien preguntó a Rab Abramsky por qué se había detenido a conversar con esa pequeña. Él respondió:
—Los Sabios nos dicen que debemos imitar a Dios; así como Él es bondadoso y considerado, nosotros debemos serlo. El profeta dice: “Que el Eterno, Dios, borre las lágrimas de todos los rostros”. ¿Por qué este versículo enfatiza la expresión “todos” los rostros? Porque se refiere a secar las lágrimas incluso del rostro de una pequeña niña de cinco años.
Artículos Relacionados: