De acordeonista del coro de Auschwitz a rapera con 91 años

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La voz de la libertad es fuerte / El puño en el bolsillo y la mirada arriba / Los pensamientos son libres, nadie puede capturarlos / Mis ojos están cansados, pero tengo mis manos…”.

No es fácil imaginar, tras la voz que rapea estos versos con el grupo alemán de hip hop Microphone Mafia, a aquella niña de la foto sepia. Han pasado 71 años. El miércoles el mundo entero lo conmemoró. La mujer del rap ya no era la pequeña pianista que aprendió a tocar el acordeón para sobrevivir en Auschwitz. Ahora Esther Bejarano encontró un escenario sacro (la iglesia evangelista Antoniterkirche de Colonia) para dar rienda suelta a su pasión, la música, la que le salvó del infierno. La que ahora le sigue salvando. Tiene 91 años y un apellido sefardí que le dio su marido, descendiente de judíos españoles.

En la semana en que se celebró el 71º aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz (Polonia), vamos al encuentro de la niña que en la única foto que conserva de aquella tragedia aparece esquinada, más pequeña que nadie. Más indefensa. Pero sobrevivió. Por ella. Por los suyos. Por la música. Hoy es rapera.


Cuenta la nonagenaria que es una mujer con suerte y dichosa. Sin embargo, ni quiere ni puede perdonar: “Jamás he sentido odio por los alemanes ni por Alemania. Pero sí lo siento por las personas que mataron a mi padre, a mi madre y a mi hermana. Por desgracia, no todos fueron castigados, muchos hicieron carrera en Estados Unidos o se resituaron en el establishment de Alemania. Este país aún no se ha enfrentado al crimen que cometió; entiendo que es muy duro aceptar que tus antepasados fueron capaces de esa masacre, pero ese momento aún está por llegar”, asegura con un punto de emoción en la voz.

Bejarano tuvo una infancia feliz en la Alemania de los años 20 y 30 inmediatamente anterior a la ascensión de los nazis. Una arcadia idílica en la que florecía la burguesía ilustrada judía de Hamburgo, la ciudad en la que nació y donde sigue viviendo. Es hija de un representante político de su comunidad y profesor de piano, talento que le salvaría la vida. Como recuerda en su libro de memorias, a los 15 años fue deportada a un campo de trabajo a las afueras de Berlín. De allí fue a parar a Auschwitz, donde se libró de una muerte fulminante porque se presentó voluntaria para la siniestra orquesta femenina del más ominoso de los campos de concentración, cuyo cometido era tocar marchas para las cautivas por las mañanas antes de que se fueran a trabajar, y por la noche cuando llegaban medio muertas.

Más adelante, la orquesta también tocaba para recibir los trenes cargados de judíos que iban directos a las cámaras de gas. “Los nazis querían que la gente estuviera tranquila y pensaron que si al llegar se encontraban con unas chicas haciendo música los deportados creerían que Auschwitz no podía ser tan malo”. Recuerda Bejarano que tocaba el acordeón con lágrimas en los ojos cuando veía cómo los pasajeros las saludaban con sus pañuelos sonriendo. “Ellos no sabían pero nosotras sí”.

Ella misma se presentó voluntaria, consciente de que las chicas de la orquesta vivían en mejores condiciones y que no las mataban. Gracias a ello sobrevivió ados enfermedades porque tuvo cuidados médicos. Fue un “milagro”, asegura: ella sólo sabía tocar el piano, como le había enseñado su padre, pero necesitaban una acordeonista. Pidió un poco de tiempo para “calentar” pero en realidad jamás había tocado ese instrumento. Para su sorpresa, la música brotó.

Dice que la vida, en cualquier caso, es un don preciado, pero aunque fue una niñacreyente y religiosa como su familia, después de Auschwitz no ha vuelto a creer: “En el campo todos nos preguntábamos por qué si Dios existe estaba permitiendo que nos hicieran eso. He visto cometer los crímenes más horribles del mundo con mis propios ojos. Después de Auschwitz, es muy difícil creer en Dios”.

Música por comida

Para conseguir un poco más de comida, algunas veces Bejarano les cantó arias deBach o Mozart a los comandantes nazis. Asegura que nunca vio humanidad en ellos: “Nunca ha existido eso de la banalidad del mal. Eran personas débiles y miserables. Los nazis se aprovecharon de una situación de depresión económica y de bajo orgullo nacional para darles un falso sentido a personas que en la vida normal no tenían ningún futuro. Ellos entendieron muy bien que las personas débiles necesitan oprimir a alguien para sentirse mejor consigo mismas”.

Pasados 71 años de la liberación del campo, Esther despliega una frenética actividad. Además de lanzar discos con Microphone Mafia y dar giras, visita escuelas para contarles su experiencia a los niños. Asegura que transmitir el legado de lo que sufrió es lo que la mantiene viva, para que no se vuelva a repetir. Y sí ha notado un cambio en Alemania: “Hasta mediados de los 60 era imposible hablar de Auschwitz en mi país y hasta hace no mucho tiempo me ponían problemas en muchas escuelas, me decían que el nazismo es un tabú”. Ella ha sido, desde que salió del campo de concentración, una mujer que habla claro. No le gustaron nada, por ejemplo, las caricaturas de Mahoma que publicó la revista satírica francesa Charlie Hebdo: le recuerdan a las de la prensa nazi sobre los judíos que ella misma vivió.

Aquellos años como esclava de los nazis fue incapaz de recordarlos hasta los 70, según confiesa. No rompió su silencio hasta que vio una manifestación de laultraderecha en su ciudad y tuvo la sensación de que si no hablaba, el recuerdo de Auschwitz podía perderse o difuminarse. “Me sigo sin considerar alemana porque condeno absolutamente la pasividad del Gobierno con los neonazis”, dice rotunda la anciana rapera.

Esther salió de Auschwitz para ingresar en un campo de trabajo porque tenía unabuelo “ario”. Durante los últimos días de la guerra, la acordeonista y otros prisioneros se escaparon aprovechando unas marchas por el bosque. De forma clandestina emigró en 1945 a la entonces Palestina, donde se casó con Nissim Bejarano, un conductor de camión con origen sefardí y oriundo de Bulgaria. Cuenta que llegó cargada de esperanzas al nuevo país con la voluntad de crear un nuevo Estado modélico, pero la realidad violenta de la zona acabó por desilusionarla. “A partir de la llegada de Ben Gurion comenzó una escalada bélica que mi conciencia no podía permitir”, dice.

A mediados de los años 50, su marido fue llamado a filas para la guerra del Sinaí y a su vuelta se prometió que jamás empuñaría un arma. Y los Bejarano regresaron a Alemania.

Hoy, la rapera mantiene una actitud muy crítica con Israel y denuncia con frecuencia la política del Gobierno de Netanyahu. Se dice preocupada porque, asegura, ve señales inquietantes en la Europa actual con el ascenso del Frente Nacional en Francia o las actitudes de rechazo a los refugiados, una causa con la que está muy comprometida. “No comparto la ideología de Angela Merkel”, dice, “pero aplaudo la valentía con la que se está enfrentando a su propio partido para defender a los refugiados. Mi hermana murió porque en la frontera suiza no la dejaron pasar, y eso jamás podré olvidarlo”, cuenta. Su esperanza: que los jóvenes de hoy quieren conocer su relato. “La emigración de otras partes de Europa, como España, o de Turquía y otros lugares del mundo lo ha cambiado todo”, dice sobre sus charlas con estudiantes. “Ahora esos chicos descendientes de emigrantessienten el racismo en sus propias carnes y están más interesados”.

La vida, para ella, nunca se detuvo. Cuando los de Microphone Mafia le propusieron colaborar juntos pensaba que el rap “no era música”. De hecho, cuando oyó el nombre de la banda al otro lado de la línea su primera reacción fue preguntarles: “¿Mafia? ¿Qué mafia?”. Dos discos y más de 80 conciertos después, la que quizá es la MC (como se llama a los raperos en su jerga) más vieja del mundo asegura que lo único que le molesta es que en los conciertos sus compañeros a veces se excitan demasiado y la marean con sus saltos. Ante el público, Bejarano es una figura diminuta rodeada de hombretones con visera que le doblan en estatura, pero mantiene una dignidad mayestática y canta y rapea con inusitada fuerza dominando la escena.

Las letras con las que arranca este reportaje son del disco Ciao Bella Ciao.

Cuando ella dijo ciao (adiós) a Auschwitz nunca imaginó que un día, siete décadas después, su voz sonaría en un gran templo de Colonia. [Las próximas semanas, la rapera y su banda tocarán por diez ciudades alemanas hasta culminar en Berlín, a finales de febrero, su tercera gira conjunta].

Denuncia social

La niña del coro tiene nuevos compañeros de viaje. Y un claro mensaje, de vida y rebeldía, que transmitir. El insólito grupo mezcla en su repertorio canciones tradicionales en yiddish (idioma de las comunidades judías), turcas o himnos antifascistas como el Avanti popolo con nuevas rimas raperas en las quedenuncian la situación política actual con especial atención a los refugiados.

Cuenta Bejarano que en el primer disco se dejó llevar por sus compañeros sin tener muy claro si el experimento saldría bien, pero que en el segundo, La vita continua (la vida continúa), se ha implicado a fondo, y eso que confiesa que el rap sigue sin ser su género favorito aunque ha llegado a apreciarlo.

Para la artista es importante que en el grupo haya una judía como ella, unmusulmán como el alemán de origen turco Kutlu Yurtseven y un cristiano, un italiano que se hace llamar Signore Rossini. A veces, también los acompaña su hijo Joram, bajista. “La gente nos ve y no se cree que podamos estar juntos. Sin necesidad de palabras, nosotros somos un ejemplo de lo que queremos decir con nuestras letras: la unión de las religiones y la colaboración entre generaciones”, reflexiona ella.

Los conciertos de Microphone Mafia comienzan con Bejarano leyendo pasajes de su autobiografía en los que recuerda: “Todas las mañanas y todas las tardes, cuando las reclusas iban y venían del trabajo, teníamos que tocar. Muchas morían y siempre veíamos cómo los soldados se llevaban los cadáveres en carretillas al crematorio. Más de una mujer no podía soportarlo y se suicidaba”.

Tras este solemne inicio, comienza el concierto de rap que Bejarano considera tanto un acto musical como político porque no entiende una cosa sin la otra. Asegura que lo que le da sentido a su vida es luchar contra el fascismo. Señor presidente / No quiero hacer la guerra / No he venido a la tierra para amenazar a la pobre gente / No es por contradecirle / Pero debo decirle que yo deserto, rapea pletórica con su grupo de MCs.

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