De Buchenwald a Disneylandia

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En 1957, Elie Wiesel era un joven periodista residente en Nueva York que trabajaba como corresponsal en las Naciones Unidas para el periódico israelí Yediot Aharonot, entonces una versión minúscula del Yediot contemporáneo. Entre otras labores también escribía una columna en yiddish para el periódico The Forverts. Aquél año, el dueño de Yediot Dov Yudkovsky y su esposa Leah visitaron Estados Unidos y llevaron consigo a Wiesel de viaje por el país. En sus memorias All Rivers Run to the Sea, Wiesel ofrece esta impresión:

“Carreteras interminables desaparecían en un horizonte azul que rodeaba montañas altas incrustadas en cielos de colores cambiantes. Había ríos en cascada y arroyos pacíficos, valles verdes y colinas amarillas, tormentas violentas y espectaculares puestas de sol. Nunca antes había estado tan cerca de la naturaleza. Desde las colinas de San Francisco contemplamos pequeños pueblos flotando en la niebla como en un sueño. En las Montañas Rocosas, las nubes parecían llevar una corona de nieve, para tocarla tendrías que subir al trono de Dios. Espejismos encantadores, son tan desconcertantes que no se puede saber cuál está cerca y cuál está lejos, cuál es real y cuál no. Tienes la sensación de estar presente en una recreación del mundo”.

Intrigado por este párrafo, Menajem Butler, coordinador de programas sobre ley judía e israelí en la Universidad de Harvard, quiso conocer más detalles de ese viaje. Para su sorpresa, no halló referencias en la vasta literatura académica dedicada a la obra de Wiesel en el último medio siglo. Un especialista le dijo que aún no se había hecho un esfuerzo en estudiar todos los artículos que Wiesel había escrito para The Forverts. Tras un año de investigación manual en la biblioteca del Centro de Estudios Judaicos en Yiddish (IWO) de Nueva York, dio con alrededor de mil artículos firmados por Elie Wiesel en las páginas de aquél periódico en yiddish. Allí estaban todos los que el sobreviviente del Holocausto había dedicado a su periplo estadounidense. Entre ellos destacaba uno por su título peculiar: “Una visita a la maravillosa Disneylandia”. A partir de este hallazgo, Butler publicó una nota reveladora a fines de junio en la revista Tablet.


Así iniciaba Wiesel su crónica:

“No sé si un Jardín del Edén espera adultos en el más allá. Sin embargo, sí sé que hay un Jardín del Edén para niños aquí en esta vida. Lo sé porque yo mismo visité este paraíso. Acabo de regresar de allí, pasé por sus puertas, salí del reino mágico conocido como Disneylandia. Y cuando me despedí de ese reino, entendí por primera vez el verdadero significado del dicho francés «partir es morir un poco» [partir, c’est mourir un peu].

Maravillado por la velocidad con la que Disneylandia fue construida (un año y un día según él dice), observa que entonces es creíble que Dios haya creado el mundo en apenas seis días y agrega: “Hablando de Dios, todavía no me queda claro si debemos agradecerle por haber creado el mundo y la humanidad, pero estoy seguro de que todos los niños que visitan el paraíso de Walt Disney lo agradecerán sin cesar por haber construido Disneylandia”.

También se muestra complacido por el trato dado a los animales:

“Un reino cuyos ciudadanos son felices; un reino que se relaciona, no solo con el hombre, sino también con los animales, humanamente. Por ejemplo: cualquier caballo que trabaje en Disneylandia no puede trabajar más de cuatro horas al día o más de seis días a la semana. En muchos, muchos países, la gente moriría por tales condiciones de trabajo”.

Dice del parque de diversiones: “Ante tus ojos asombrados se revela un reino mágico, donde las preocupaciones y los problemas diarios no tienen lugar”. Y sobre Walt Disney: “La persona que creó esta tierra, este universo, debe ser un genio, un genio singular [… ] Si los niños tuvieran derecho a votar, votarían a Disney como su presidente. Y el mundo entero se vería diferente”.

Según narra Butler, Wiesel concluye su descripción con un recuerdo que data de cuatro años antes, cuando cubrió periodísticamente el Festival de Cine de Cannes en la Riviera francesa y entrevistó a Walt Disney, entonces galardonado con la Légion d’Honneur (Wiesel recibirá este mismo premio en 1984). Wiesel le pregunta qué aspira a lograr con sus películas, a lo que Disney responde tras unos segundos de meditación: “Infancia. El objetivo de mi trabajo siempre ha sido despertar un sentido de juventud en los hombres, en los adultos. Porque la mejor parte de la vida del hombre es su infancia”. Wiesel dará, entonces, este cierre a su nota: “Por difícil que sea admitirlo, no entendí sus palabras en ese momento. Ahora las entiendo mejor, sin embargo, después de haber estado en Disneylandia. Hoy visité no solo Disneylandia, sino también, y especialmente, mi infancia”.

Apenas doce años antes, Wiesel sufría en las barracas de Buchenwald. Es difícil saber si él estaba al tanto de que el padre del ratón Mickey y el pato Donald había ofrecido un tour de sus estudios a Leni Riefenstahl, la cineasta oficial de Adolf Hitler, en 1938, un mes después del pogromo de la Kristallnacht. En cualquier caso, si el mundo que creó Walt Disney le devolvió la sonrisa a un sobreviviente del Holocausto un día remoto de 1957, podríamos pasar ello por alto.

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