Desfigurar el placer

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En Irán, una mujer, Sakineh Mohammadi, ha sido condenada a la lapidación. Para quienes (afortunadamente) no conocen este término ancestral, explico: la enterrarán hasta el cuello y le lanzarán piedras que destrozarán su cara hasta que la muerte, magnánima, acabe con su sufrimiento.

La matan por donde pecó: por la cabeza. Su pecado: libertad. Porque las mujeres tienen la libertad entre las sienes. Porque este espacio, de unos cuantos centímetros cúbicos, contiene un refugio infinito, desde el cual pueden escapar del mundo que las oprime.

Se le acusa de adulterio. Sakineh es viuda, ¿cómo puede ser adultera? ¿ A qué hombre está traicionando? En una sociedad islámica, Sakineh, como toda mujer, no es dueña de su propio cuerpo. ¿Quién es su dueño? La sociedad entera. El Estado. Los hombres. Los hombres que lanzarán las piedras, destrozando su rostro, su rostro hermoso, suplicante, desesperado. También tenderán piedras a sus hijos para que las avienten y, con ello, laven la mancha familiar. A pesar de su dolor, podrán lapidar su amor pueril, demostrando así que son hombres, que han entendido las reglas del juego y que las aplicarán más adelante.


Me pregunto: ¿vale la pena arriesgar el honor, la familia, la vida, por quince minutos de placer? Sakineh pensó que sí. Quizás porque escuchó sus instintos. Probablemente porque quiso, al violar las reglas, recuperar el dominio de su cuerpo. El control de su vida. Una mujer que detiene el mando de su cuerpo, que se siente merecedora de placer, desestabiliza a la sociedad iraní entera (y a muchas otras).

Sakineh podía, casándose, acostarse con un hombre compasivo que quisiera “acogerla”. Sería la cuarta o quinta esposa de alguien. Pero, si en la República Islámica de Irán, una mujer vale la mitad de un hombre (en los tribunales por ejemplo), ¿qué vale una viuda?

Sakineh salió de la prisión de su vida a explorar algo nuevo: una piel que sólo sirve para el placer, a la cual no debe rendir pleitecía, a la cual no debe nada: ni el apellido, ni la casa, ni los hijos. Una piel sin obligaciones ni dolor. Una piel que no puede desposarte a los nueve años, ni violarte cuando le da la gana, ni divorciarte pronunciando tres palabras “Talika, Talika Talika”. Una piel de libertad, pues, porque libertad es algo por lo cual vale la pena arriesgar la vida. Mujeres de luz que caminan sus sombras negras por las calles, y necesitan develarse o morir sin nombre, en la celda cotidiana del tchador.

De Sakineh, no se sabe mucho: es simplemente un nombre y un rostro. Según Levinas, el rostro es “de entrada ético”, es “el que prohibe matar”: ha sido el que permitió lanzar una campaña en su favor. Primero le cubrieron el cuerpo, luego el cabello, y conocemos su semblante gracias a los requerimientos del pasaporte. Ee Irán, velar la cara es la cumbre del “recato” y de la “modestia”. Revestir a un ser humano de negro es hacerlo anónimo, vulnerable, desechable, sustituible. Una de tantas, educadas de la misma manera, en hilera, en las madrasas donde ellas sacrifican infancia, juventud, feminidad, futuro profesional y aspiraciones, donde se ayuda a formar un mundo de liderazgo masculino y de mujeres esclavas.

Sakineh aún tiene rostro. El que permitió conocerla, el que será destrozado por las piedras, como una humillación final, tras noventa y nueve latigazos y cuatro años de prisión. Ese rostro fino aparece en su pasaporte, junto a la nacionalidad maldita que permitirá que le sean arrancados sus ojos, su boca, sus mejillas: República Islámica de Irán.

Para votar por su liberación:
www.freesakineh.org

Para saber más
http://www.youtube.com/watch?v=5Nm8dkD30Gg
http://hotair.com/archives/2010/07/08/videos-the-stoning-of-sakineh-mohammadie-ashtiani/

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