Discriminación inmigratoria a favor de españoles e italianos católicos durante los primeros días del gobierno del General Juan Domingo Perón.

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El militar y político Juan Domingo Perón tuvo la preocupación de configurar una nueva nación argentina étnicamente armónica. No fue ajeno, durante 1944, al diseño de la nueva política poblacional de la auto llamada “Revolución Nacional”, en función de proyectos de desarrollo económico industrialistas y rurales emanados del Consejo Nacional de Posguerra, creado por iniciativa de este, en ese momento vicepresidente de la Argentina (agosto) y presidido por el mismo. Una de las medidas adoptadas en marzo de 1946, por el gobierno de Farell fue la creación de la Oficina Etnográfica, un mes después del triunfo electoral de Perón y poco antes de su asunción en julio, que luego se transformaría en el Instituto Etnico Nacional ( IEN).

El primer Plan Quinquenal (1946- 1951) que el Presidente Perón heredó de sus compañeros golpistas o revolucionarios de 1943, según la narrativa que se elija, pretendía una nueva valoración técnico profesional del “inmigrante deseable” que se buscaba reclutar en la Europa de la posguerra, con una preferencia de índole étnico religioso ideológico que favoreciese especialmente a inmigrantes latinos de fe católica para los planes de industrialización del país. La nueva política no sólo puso especial celo en la llegada de la inmigración económicamente útil, sino que también controló su selección conforme al principio de mejor asimilación de las corrientes a la sociedad receptora. Ciertas ideas étnicas estaban presentes en el discurso inmigratorio tendiente a fundamentar el perfil poblacional de la “nueva Argentina”.

A fines de ese año se creó la Comisión de Recepción y Encauzamiento de Inmigrantes (CREI), presidida por el presidente del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) y la Delegación Argentina de Inmigración en Europa (DAIE). Mientras la DAIE realizaba la selección de los candidatos en Italia y España, gestionando los permisos de ingreso, la CREI tenía la función de conseguirles trabajo en la orilla occidental del Río de la Plata. Recibió amplias atribuciones en mayo de 1947, con la finalidad de autorizar a entidades o empresas en la tramitación de inmigrantes de llamada, para contratar técnicos especialistas, artesanos, obreros con oficios y colonos, con compromiso de trabajo por parte de los llamantes. Se condicionaba a que los candidatos residan en países donde actúen delegaciones argentinas. De este modo, la selección, dice Leonardo Senkman ( Etnicidad e inmigración durante el primer peronismo), privilegiaba a inmigrantes latinos y católicos de los dos países donde actuó la DAIE: Italia y España. No fue por casualidad que la primera misión enviada a Roma y Madrid fuese encabezada por el ministro plenipotenciario Adolfo Scilingo, acompañado por un miembro del Clero, el presbítero José C. Silva, de la Orden Salesiana. El nombramiento de este sacerdote, dice el ex Profesor de la Universidad de Jerusalén, no sólo satisfacía la expectativa de reclutar colonos para zonas despobladas de la Patagonia, sino que garantizaba también que los candidatos fuesen católicos, serios y trabajadores, tal como la misión trasmitió a la embajada española en Buenos Aires.


La mayor interdicción étnica y religiosa pesaba sobre los desplazados judíos sobrevivientes del holocausto, que hasta la creación del Estado de Israel no tenían un puerto donde desembarcar y por eso vivieron en campos de refugiados, principalmente en la Alemania y Austria administrados por las grandes potencias. La presidencia de la Dirección General de Migraciones (DGM) estuvo a cargo por el manifiesto antisemita Santiago Peralta. Su sucesor Pablo Diana, desde 1947 a 1949 tampoco modificó la política de admisión hacia los judíos, que luego de la creación del estado judío en mayo de 1948, se descomprimió. La Importancia asignada a la etnicidad, dice Beatriz Gurevich ( Proyecto Testimonio, Tomo I) quedó reflejada en el decreto de creación del IEN. En el punto primero de ese decreto quedaba establecida la importancia de regular la formación del pueblo argentino del futuro, con la misión específica de clasificar al inmigrante y esto se determina por las leyes de la sangre. La concepción oficial en materia migratoria adquirió materialidad en la ficha antropológica y antropométrica. Su objetivo era dotar a los cónsules de un instrumento que les permitiera obtener información objetiva sobre los postulantes a inmigrar. La aceptación o el rechazo del requirente dependía de la opinión del funcionario diplomático. Este debía de interpretar, a partir del cruce de datos, en que casos el solicitante venía a “explotar al hombre” ( prejuicio antisemita) o “venía a explotar la tierra”. El carácter etnocéntrico de esta concepción, dice Gurevich, se reflejó, también en las consideraciones que sustentaron el gesto por el que Perón autorizó, a través de la DGM, el ingreso de judíos mayores de sesenta años, en 1947. Interrogado Héctor Magistralli durante el sumario administrativo instruido a la DGM en 1949 sobre ese ingreso, explicó que Perón había atendido a la necesidad de esas personas sabiendo que por su edad, su fertilidad era baja.

La interdicción ideológica discriminaba a los comunistas, fueran o no latinos y favorecía a los no latinos anticomunistas. Desde 1947 a 1949, dice Senkman, la DAIE hizo caso omiso de la no latinidad de varios miles de refugiados croatas, ucranianos, polacos del ejército del General Anders, húngaros y bálticos y demás colaboracionistas con la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, la Argentina de Perón, se sumó a las potencias occidentales a la hora de captar técnicos y científicos de la ex Alemania nazi, con fines militares y científicos. De esta manera la nacionalidad alemana fue la tercera fuente de inmigración de ese período.

Acerca de David Malowany

Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

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