El debate que no estamos teniendo sobre Siria

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Hay un vacío impresionante en el debate público acerca de la guerra que el presidente Obama está librando contra el Estado Islámico. Hemos prestado cierta atención al futuro político de Irak, asumiendo, correctamente, que una victoria a largo plazo contra el EI en ese país requiere tener en Bagdad un Estado capaz de ganarse el apoyo de todas las comunidades étnicas y religiosas iraquíes. De ahí el exitoso esfuerzo de la Administración por reemplazar a Nuri al Maliki con Haidar al Abadi. Queda por ver que Abadi esté a la altura de su propaganda como líder más integrador, pero lo que me resulta más sorprendente es que ni siquiera estemos teniendo esta conversación sobre Siria. ¿Qué clase de arreglo político querríamos tener allí, y cómo?

De momento estamos bombardeando un poco al Estado Islámico en Siria, así como en Irak, mientras planeamos adiestrar, a muy pequeña escala, a elementos del Ejército Libre Sirio (se espera entrenar a unos 5.000 combatientes el año próximo). ¿Cómo puede alguien pretender adiestrar a 5.000 combatientes para derrotar a los entre 20.000 y 30.000 hombres armados que tiene el EI? Y si el Ejército Libre Sirio no avanza, ¿hay verdadero riesgo de que el régimen de Asad recupere terreno perdido con la campaña estadounidense contra el EI? Son cuestiones a las que la Administración ha rehusado responder, al menos públicamente.

Puede que la Administración Obama se haya reconciliado con que Asad siga en el poder de forma indefinida como mal menor, pero el historial de los últimos tres años demuestra que el líder sirio es incapaz de acabar con la guerra civil de su país. Mientras siga ahí, la contienda proseguirá, con el catastrófico coste humano que ello implica. También significa que habrá lugar para que los extremistas salafistas sigan actuando en partes desgobernadas del país, a las que el control de Damasco no llega (en las zonas de Siria bajo control gubernamental hay otro tipo de extremistas que campan a sus anchas, los fanáticos chiíes de Hezbolá y de la Fuerza Quds iraní). Como escribía hace poco Frederic Hof, antiguo enviado especial de Obama a Siria:


Hacer volar por los aires en Siria objetivos relacionados con el Estado Islámico tiene mérito en sí mismo. Pero mientras exista el régimen de Asad, Siria será terreno fértil para los yihadistas y para otros criminales con planes políticos.

La única forma de rescatar a Siria de su pesadilla es derrocar a Asad y poner un Gobierno capaz de mantener el orden y de ganarse la aprobación de las diversas partes que constituyen el país. Como escribe Hof, “el fallo constituido por un vacío del Estado ocupado por el EI no se cubrirá hasta que un Gobierno nacional integrador sustituya a un negocio familiar que contaba con la complicidad de Irán y Rusia”. Llegados a este punto, tras tres años de guerra alimentados por tres años de inactividad estadounidense, hay que reconocer que parece una perspectiva fantasiosa.

Pero que nos cueste afrontar la enormidad del desafío no significa que éste deje de existir.

Alabo a Ken Pollack, de la Brookings Institution, por tratar al menos de pensar lo impensable en este ensayo, titulado “Necesitamos comenzar ya con la construcción nacional en Siria”. Pollack señala que, aunque Asad no caiga en un futuro inmediato, ahora es el momento de hacer planes para una Siria post Asad; la clase de planes que no hicimos en Irak ni en Libia. Pollack sugiere acertadamente que Estados Unidos debe encabezar una iniciativa internacional bajo los auspicios de Naciones Unidas. “Si todo esto se aborda de forma decidida”, sugiere, “ Estados Unidos debería aportar la mayor parte de la fuerza, los Estados del Golfo la mayor parte del dinero y la comunidad internacional la mayoría del conocimiento”. Hay mucho que debatir respecto a cómo podría llevarse a la práctica semejante plan, pero es un debate que debemos tener, y que no estamos teniendo.

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