El inédito Holocausto austríaco

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Algunos se sorprenderán por el título elegido para este artículo pero les aseguro que lo que relato es cierto, pues realmente el Holocausto en este país es algo absolutamente desconocido para la mayoría de los austríacos e inexistente para las nuevas generaciones de jóvenes. Inédito es algo que no ha sido nunca publicado o dado a conocer al público, tal cual como ocurre con el Holocausto en Austria, un “asunto” obra de criminales alemanes u otros vecinos, pero nada que tenga que ver con los austríacos, tan nobles, inocentes e ingenuos durante aquellos terribles y luctuosos años que ya duermen en la noche del olvido y la desmemoria colectiva.

Así lo explicaba el diario español La Vanguardia al referirse en una nota a una reciente encuesta: ”Más de la mitad de los austríacos no saben que seis millones de judíos fueron asesinados durante el Holocausto, y hasta un 68 % piensan aún que su país fue tanto víctima como ejecutor de ese crimen, señala una encuesta emitida en Viena y que desvela un preocupante desconocimiento de la historia nacional”.

Sin embargo, desgraciadamente el Holocausto sí existió y, como en otras partes de Europa, miles de austríacos participaron activamente en la ejecución de la tristemente conocida como la “solución final”, engrosando la larga lista de nacionalidades que aportaron al nazismo los conocidos como los verdugos voluntarios de Hitler. En 1993, Hitler llega al poder democráticamente y en apenas unas semanas destruye hasta el último vestigio del sistema democrático en Alemania, incluso desde sus raíces, incendiando el parlamento y encarcelando, o asesinando, dependiendo del caso, a todos sus oponentes. En el punto de mira del nuevo líder del Reich destinado a durar “mil años”, sin que nunca lo ocultara, estaba la pequeña Austria.


Viena, además, era la gran capital judía de Europa del Este junto con Varsovia y Budapest. En esos años previos a la Primera Guerra Mundial y al periodo de entreguerras (1918-1938), los judíos de Viena conquistaron la literatura, la ciencia, la música, el teatro, la industria, la banca, e incluso los deportes. Durante casi medio siglo, la confluencia de las culturas judías y austríaca produjo una Edad de Oro similar al Renacimiento italiano y en este sentido, “quizá la función de los judíos (fue) como la del grano de arena que se incrusta en la ostra para producir la perla”, en palabras del escritor Frederic Grunfeld.

La entrada triunfal de Hitler en Austria

“¡De la noche a la mañana! Todo sucedió de la noche a la mañana”, así definía la entrada de los nazis en Viena una testigo de excepción, Erika, judía vienesa. El 15 de marzo de 1938 entraba en Austria un triunfante Adolfo Hitler al frente de sus tropas y hordas, siendo recibido, en un ambiente eufórico y henchido de patriotismo, por el populacho vienés y por todos los lugares por donde pasaba. El cardenal de Viena, Theodor Innitzer, llevado por el éxtasis que le produjo la triunfante entrada de los SS, con sus uniformes negros y sus escudos con la calavera, hizo repicar las campanas de todas las iglesias de la ciudad a modo de saludo al nuevo orden en donde ya no cabían ni los judíos ni lo demás “subhumanos”, se supone que “gracias a Dios”. Hitler se anexionó Austria gracias al silencio cómplice de Europa, que prefirió mirar para otro lado, y al delirio nacionalista de miles de compatriotas que le empujaban para que lo hiciera.


“Creo -declara Hitler en Viena, el 9 de abril de 1938- que la voluntad de Dios al enviar a un niño de aquí al Reich, de dejarlo crecer y hacerlo el Führer de la nación para permitirle devolver su patria al Reich. Hay una voluntad superior y nosotros somos su instrumento”, aseguraba Hitler al cumplir su nunca ocultado plan de volver a Viena para doblegar a los judíos, para comenzar su funesta obra, precisamente desde aquí, de destruir a la “judería internacional”, en sus propias palabras.


Un entusiasmo casi histérico se apoderó de toda Austria y en Viena, llevados por la emoción de la triunfante entrada de su Führer, miles de vieneses, con porras y palos, obligarían a los judíos a limpiar las calles de la ciudad en unas imágenes que todavía insultan a la humanidad y al alma austriaca. ”Agradecemos al Führer que por fin haya dado trabajo a los judíos”, gritaba la chusma envalentonada que actuaba ayudada por la Gestapo y los camisas pardas. El 23 de marzo de 1938, el corresponsal del New York Times en Viena escribía: “En las primeras dos semanas, los nacionalsocialistas han conseguido aquí someter a los judíos a un trato de mayor dureza de lo que habría sido posible en Alemania en el curso de varios años”.


“La euforia popular por Hitler, el nacionalsocialimo y la unificación con Alemania estaban emparejados con el odio y la violencia contra los judíos, que sobrepasó a cualquier manifestación pública sucedida en Alemania hasta esa fecha. La mayoría de los 191.000 judíos austríacos vivía en Viena y representaba el 10% de esta ciudad. Después de Varsovia y Budapest, los judíos vieneses constituían la tercera comunidad de Europa. Sin embargo, las cifras poco importaban. Los SA y otros nazis los arrojaron a las calles para que limpiaran las letrinas de los cuarteles y fregaran las aceras con sus manos desnudas y, a veces, simplemente por “diversión” con sus propios cepillos de dientes y ropa interior”, escribieron sobre estos sucesos los autores Dwork y Jan van Pelt en su monumental obra “Holocausto. Una historia”.

Una vez instalados en el poder, comenzó el latrocinio organizado de los bienes judíos, los saqueos de las viviendas, las ventas forzadas de negocios y propiedades a precios irrisorios a los nazis y también las huidas. “La exhaustividad de la rapiña es el resultado de la suma de una intención práctica y otra genocida: por un lado, aprovechar todo lo que signifique alguna clase de riqueza y todo lo que pueda tener un segundo o tercer uso en una economía de guerra; por otro, borrar completamente el rastro de un enemigo interno a suprimir”, escribía la historiadora María Sierra al referirse a estos hechos.

“El fin de Estado austríaco acarreó en cinco semanas una violencia contra los judíos austríacos incomparable al sufrimiento que los judíos alemanes llevaban cinco años soportando bajo Hitler. Quienes mandaban en Austria eran casi todos nazis, pero operaban en unas condiciones de hundimiento del Estado que les permitían avanzar cada vez más rápido. Resulta irónico que las SA, que habían sido humilladas en Alemania en la Noche de los Cuchillos Largos en 1934, llevasen a cabo algo parecido a la “segunda revolución” que sus líderes asesinados habían querido, solo que en Austria en vez de Alemania”, señalaba el historiador Timothy Snyder.

Pero también comenzaron los suicidios de los judíos en Viena debido a su adversa suerte al verse atrapados por los nazis. Cada día se suicidaban en la nueva Viena más de diez judíos y la cifra fue aumentando hasta el medio centenar antes de la Segunda Guerra Mundial. Los artistas, escritores y propietarios judíos eran apaleados hasta la muerte por grupos de nazis organizados en comandos “móviles”. En apenas unas semanas, la vida judía se había apagado para siempre y la nueva Austria se rendía al nuevo orden ante el silencio generalizado de la sociedad y la complacencia de la Iglesia católica.


La suerte de los judíos austríacos

La Enciclopedia del Holocausto de US Holocaust Memorial Museum nos aporta los datos de la población judía de entonces: “En 1938, Austria tenía aproximadamente 192.000 habitantes judíos, lo cual representaba casi el 4 por ciento de la población total. La abrumadora mayoría de judíos austriacos vivían en Viena, la capital, un importante centro de la cultura, el sionismo y la educación judíos. Los judíos constituían cerca del 9 por ciento de la población de la ciudad. Sin embargo, en diciembre de 1939, esta cantidad se había reducido a solo 57.000, principalmente debido a la emigración”.

La Noche de los Cristales Rotos, o Kristalnacht por su nombre en alemán, tuvo graves repercusiones para las comunidades judías de Austria, provocando la desaparición de 27 de las 33 y forzando la salida de miles de judíos austríacos, tanto legalmente como ilegalmente. Según datos del centro de documentación de Yad Vashem, “al comienzo de la guerra, 126.445 judíos habían logrado escapar de Austria y 58.000 quedaron en el país. De estos, aproximadamente 2.000 consiguieron emigrar hasta octubre de 1941, cuando los nazis cerraron totalmente la emigración judía del Reich”.

Dos de los más grandes y conocidos exiliados vieneses fueron el científico Sigmund Freud y el escritor Stefan Zweig. Freud, consumido por el dolor, moriría en el exilio norteamericano, aunque sin conocer la trágica noticia de que cuatro de sus hermanas habían fallecido en los campos de la muerte; y Zweig, presa de una terrible desesperanza y sin fuerzas para vivir, se acabaría suicidando junto con su esposa, en 1942, en la ciudad brasileña de Petrópolis.

Muy pronto, en apenas unos meses, la maquinaría nazi se puso en marcha y el verano de 1938 se abrió el campo de concentración de Mauthausen, donde, por cierto, acabarían sus días la mayor parte de los refugiados republicanos detenidos por la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial.

En lo que respecta a la población judía austríaca, las páginas del Yad Vashem nos explican la aciaga suerte de los que no pudieron huir: ”En octubre de 1939, 1.584 judíos austríacos fueron deportados al distrito de Lublin, Polonia, como parte del plan Nisko y Lublin de concentración de todos los judíos de los países conquistados en una zona del Gobierno General (Generalgouvernement). En febrero y marzo de 1941, alrededor de 5.000 judíos austríacos fueron deportados a Kielce, Polonia, y exterminados durante 1942 en Belzec y en Chelmno. En octubre de 1941, los nazis comenzaron a deportar en masa a los judíos de Austria. Miles de ellos fueron enviados a Lodz y a guetos en la región del Báltico. Después de la Conferencia de Wannsee en enero de 1942, en la que se elaboró el exterminio coordinado de los judíos europeos, las deportaciones se aceleraron. Miles fueron transportados a Riga, Minsk y Lublin. Durante la segunda mitad de 1942, casi 14.000 fueron enviados al campo de concentración de Theresienstadt. La comunidad judía de Viena fue liquidada en noviembre de 1942, dejando en Austria a sólo 7.000 judíos, la mayoría de ellos casados con no-judíos. Los que poseían suficiente fortaleza física fueron enviados a realizar trabajos forzados”.

En total, según cálculos oficiales de la comunidad judía austríaca, entre 66.000 y 67.000 austríacos -cifra que incluye a algunos refugiados judíos alemanes escondidos en este país y apresados después por los nazis- fueron asesinados en los campos de concentración o fallecieron debido a las matanzas o a las duras condiciones de vida a las que fueron sometidos por sus captores. Un censo de población del año 1951 señalaba que en toda Austria había viviendo unos 9.000 judíos, aunque seguramente muchos de ellos procedían del Telón de Acero, es decir, de los países de Europa del Este donde ya se habían instalado regímenes comunistas y las condiciones de vida habían empeorado drásticamente. A principios de este siglo, había en toda Austria algo más de 6.000 judíos y es posible que la cifra haya decrecido en los últimos años.

Fuentes:

Yad Vashem: https://www.yadvashem.org/es/holocaust/encyclopedia/austria.html

US MHolocaust Memorial Museum: https://www.ushmm.org/collections/bibliography/anschluss

La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/internacional/20190502/461998099078/el-50–de-los-austriacos-ignora-cuantos-judios-fueron-asesinados-por-nazismo.html

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