En 1943

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Hace setenta años cambió mi vida. La vida de un hombre puede cambiar una o mil veces, según las circunstancias, la suerte, los astros o la disciplina, el estudio, el trabajo, o todo junto más una migaja de esa especie de magia conocida con el nombre de casualidad. Puede ser un maestro, un amigo, un libro, un viaje o un sueño. El cambio se da a veces sin entender la causa, sin que uno lo perciba. Otras es buscado y nunca llega.

En 1943 entré a la Universidad Nacional Autónoma de México por una de las dos puertas de la Escuela Nacional Preparatoria sobre San Ildefonso, la más cercana a la calle de Carmen. Muerto de miedo ignoraba entonces la magnitud del cambio: más allá de los tres patios del bicentenario edificio se ocultaba un porvenir sorprendente.


Hace 70 años el bachillerato de humanidades me abrió las puertas al conocimiento de mundos jamás imaginados. Algunos fueron productos del pensamiento, otros de la realidad material. Conocí la habilidad del maestro que modela tu inteligencia como si fuera arcilla. Eduardo García Máynez hizo fácil diferenciar el valor de una conducta según la intención, orientándonos, como a niños en un parque, del diálogo socrático al universo kantiano. Joaquín Ramírez Cabañas fundamentó en la ley y no en la voluntad de Juárez el proceso, sentencia y ejecución de Maximiliano. Manuel García Pérez nos descubrió la raíz de nuestro idioma en los difíciles vericuetos del griego y el latín. Julio Torri nos presentó a Cecilia, la frutera del “Volador”, y a Crisanto Lamparilla, el abogado de “Los Bandidos de Río Frío”, cuando nos llevó del México de Manuel Payno al París de Honorato de Balzac y nos hizo leer en voz alta la vida triste del padre Goriot. El maestro Larroyo logró hacernos entender la lógica de los silogismos. Don Juvencio López Vázquez nos hizo amar, aun sin hablarlo, el francés fascinante. Erasmo Castellanos Quinto, el viejo barbón de tenis y cachucha, nos montó sobre Rocinante para atestiguar gloriosas batallas perdidas y recorrer los campos de La Mancha nutriéndonos del diálogo del hidalgo con su amigo, un campesino rústico y analfabeto y sin embargo sabio. De la mano de Salvador Azuela llegamos a la Piazza de la Signoría cuando quemaban a Savonarola sobre las cenizas todavía tibias de los libros que condenó a la hoguera.

Todas las luces del conocimiento eran encendidas por maestros dignos de llevar ese nombre, al pie de los murales de Rivera y Orozco, junto al salón del Generalito amueblado con los sillones, esculturas en madera, rescatados de San Agustín. La educación superior, gratuita, laica y popular nos abría las puertas a un nivel superior del entendimiento y, por tanto, de la concordia y la tolerancia.

Ese año, hace 70, inicié mi oficio jamás abandonado al publicar en el Grupo A-14 de la Prepa “El contra ataque” y “El humorista técnico”, periódicos manuscritos que conservo. Sábados y domingos a “El Nacional” para ayudar en la corrección de pruebas a Luis Felipe Ureña Uribe, vecino de San Jerónimo 124. En ese periódico la revisión de artículos de grandes colaboradores fortaleció mi vicio por la lectura y fomentó mi deseo de hacer de los placeres de leer y escribir una manera de ganarme la vida.

Traté de ingresar ese año, hace 70, a las redacciones de noticieros radiofónicos. “Eres un chamaco”, me decían: no había cumplido 15 años. Me colé en Cadena Radio Continental y ayudé a don José Castellot, padre de Gonzalo, a redactar noticias. Empecé a tramitar mi permiso de locutor para leerlas yo. Inicié ese 1943 el proceso que entre la burocracia y la necesidad de pagar “los derechos” se llevó casi 18 meses. Mi permiso de locutor está fechado el primer día hábil, 3 de enero, de 1945, legitimado por los timbres fiscales del pago. La de radio es la especialidad periodística más rica y placentera, según opinión de este veterano que ha sido de todo, desde director de un diario hasta proveedor de flashes para marquesinas de foquitos que corren de izquierda a derecha, pasando por la dirección de un noticiero de cine, las columnas impresas y la dirección de noticieros en la más importante empresa de televisión en el mundo hispano.

Se cumplen 70 años. No olvidé decir, pues lo dejo intencionalmente para finalizar este recuerdo, que fue en la breve calle, una sola cuadra, de San Ildefonso donde el estudiante de la Facultad de Derecho y la alumna de la Preparatoria se encontraron un día, decidieron suprimir la separación de las dos aceras y caminar juntos por la misma para el resto de sus vidas. En eso estamos desde entonces.

El principio de un nuevo año propicia nostalgias, despierta ilusiones frescas y una constante curiosidad a pesar de 70 años de tarea ininterrumpida. Este año, vivo o muerto, cumpliré 85.

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