Es verdad; no «conquistamos» Cisjordania en 1967, apenas la «liberamos». Lo que no entiendo hasta hoy es por qué en marzo de 1968, siendo yo soldado del Ejército regular israelí, caminamos más de 90 kms durante tres días seguidos por los territorios, y cuando entramos en las ciudades de Tul Karem, Shjem y Jenín, mi brigada recibió la orden de «desfilar» por la avenida principal entonando marchas triunfales mientras sus habitantes nos observaban atemorizados.
Es verdad; la Tumba de los Patriarcas en Hebrón es parte principal de la narrativa hebrea. Según la Torá, allí están enterrados nuestros antepasados; entre ellos Abraham, quien la adquirió. Pero el interrogante en el judaísmo es cuál Abraham debemos adoptar: aquél que discutió con Dios, fiel a su humanismo, y trató de interceder por los habitantes no hebreos de Sodoma y Gomorra para que no fuesen exterminados, advirtiéndole al Creador que pagarían justos por pecadores, o el Abraham del Dr. Baruj Goldshtein, un racista judío, que en Purim de 1994, en la misma Tumba de los Patriarcas, asesinó a sangre fría a 29 árabes mientras rezaban en el lugar e hirió a más de 100, y cuya tumba constituye hoy un centro de pereginación y admiración para muchos.
Es verdad; somos demócratas y tolerantes; pero Itzjak Rabín fue asesinado por Ygal Amir, que le disparó tres balazos por la espalda; y si pretendemos ser honestos cabe la siguiente pregunta: ¿El sábado 4 de noviembre de 1995, Ygal Amir se levantó con el pie izquierdo y como no tenía otra cosa que hacer, no encontró nada mejor que matar a Rabín? ¿Alcanza ese argumento? ¿No será que sucedieron hechos más trascendentales que influyeron directamente en su decisión? ¿Rabinos fanáticos que llamaban abiertamente a matarlo y líderes nacionales, que hoy nos gobiernan, y que en aquel entonces vociferaban en manifestaciones que el gobierno de Rabín – electo en las urnas – «¡no era legal por sus convicciones!», mientras miles de escuchas portaban carteles de Rabín con el uniforme de la Gestapo y gritaban «¡Muerte a los árabes»?.
Es verdad; los árabes y los musulmanes, en su mayoría, no nos aman demasiado; el sionismo no es exactamente su ideología; el terrorismo como su arma de convicción fracasó y seguirá fracasando. Pero acaso por ello alguien propone modificar nuestra Acta de Independencia: «El Estado de Israel promoverá el desarrollo del país para el beneficio de todos sus habitantes; estará basado en los principios de libertad, justicia y paz, a la luz de las enseñanzas de los profetas de Israel; asegurará la completa igualdad de derechos políticos y sociales a todos sus habitantes sin diferencia de credo, raza o sexo; garantizará libertad de culto, conciencia, idioma, educación y cultura; salvaguardará los Lugares Santos de todas las religiones; y será fiel a los principios de la Carta de las Naciones Unidas».
Es verdad; no somos racistas; ¿pero acaso algún rabino que ordenó no vender o alquilar viviendas a ciudadanos árabes fue investigado por infringir la ley? ¿Alguno de los habitantes que se manifestaron hace poco en la ciudad costera de Bat Yam, exigiendo «limpiar la ciudad de árabes», fue detenido y puesto a disposición de la justicia por incitar al racismo.
La xenofobia no es una enfermedad cuyo virus llega con los árabes y termina cuando ellos desaparecen. Al contrario, es contagiosa, se expande como una epidemia que ya afecta a beduinos, etíopes, trabajadores extranjeros y refugiados africanos.
Es verdad; no somos racistas; pero no podemos negar que las luces ya estaban encendidas hace tiempo. Una encuesta realizada por la radio del Ejército israelí, «Galei Tzáhal», publicó en marzo de 2011 que el 68% (!) de los alumnos de escuelas secundarias en Israel – entre 13 y 17 años – no aceptaba a la minoría árabe del país como ciudadanos legítimos, se oponía a que participe en las elecciones municipales y legislativas, ya sea como candidatos o electores, y no debía recibir los mismos derechos sociales que la población judía.
Es verdad; no somos racistas; al contrario; Israel es una luz para los pueblos, una isla de democracia en un océano islamista radical y opresor. Sin embargo, hay en nuestros pagos mujeres que se ven obligadas a viajar en la parte trasera de los autobuses, niñas sefaradíes de 6 años que no pueden estudiar en escuelas ashkenazíes y refugiados africanos, que según nuestro ministro de Interior, son todos criminales y la principal causa de nuestras enfermedades; y ello no tiene nada que ver con árabes o musulmanes.
Esta semana, el periódico «Haaretz» publicó una encuesta según la cual una amplia mayoría de los judíos de Israel apoyaría el establecimiento en el país de un régimen de «apartheid» discriminatorio hacia la minoría árabe en el caso de que el Estado hebreo anexionara Judea y Samaria. Además, un 69% (!) estaría a favor de una ley que prohibiera a los 2,5 millones de palestinos de Cisjordania el derecho de voto.
Es verdad; no somos racistas; somos «ilustrados». Pero la inscripción ya estaba escrita en la pared. La xenofobia está aquí desde hace demasiado tiempo; el largo proceso que vivenciamos es claro, así como es clara la política de nuestros líderes que no hacen nada por detenerla y que cada vez que pueden agregan combustibe a las llamas.
Es verdad; no somos racistas; somos demócratas, tolerantes, ilustrados, liberadores y una luz para los demás pueblos. Y que nadie venga a fastidiarnos con datos auténticos ni hechos reales.
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