Me llamo Gabriel señora, para servir a ustedes, me dijo el conductor de la chinampa. Era delgado, bajito y risueño, me llamó la atención, ver una persona tan sonriente, e inicié una conversación con él. Le pregunté si era casado me dijo que sí y con una amplia sonrisa, le comenté: debes estar feliz con tu esposa. Me repuso que en efecto está muy feliz, que tiene una nena de cinco años. Nos contó que tiene una parcela donde siembra verduras que vende en el mercado, que le va bien con sus ventas. Además tiene una chinampa propia que conduce otros días de la semana y así produce lo que necesita para vivir. En suma nos pareció muy satisfecho con su vida. Esto fue el domingo pasado, fui a pasear con unos amigos que deseaban ir a Xochimilco, por cierto que esperaban ver un Xochimilco como era 20 años antes, con las chinampas adornadas con flores naturales ” no es posible, las flores están muy caras” nos dijo Gabriel. Ese día me di cuenta de lo poco que nos interesamos en los demás. No tenemos ni idea de cómo vive un joven que conduce una chinampa en Xochimilco… ¿está contento, qué hace cuando no está en su chinampa? Tiene sin duda alguna una vida, familia, amores, goza, sufre, ríe y llora.
Gabriel se ve muy fuerte, hay que ver como conduce su embarcación, en Xochimilco el fondo de la laguna o lago tiene mucho lodo, es difícil manejar la chalupa, vimos como remaba y sudaba, a más de eso, de pronto empezó a hacer un gran ventarrón y para colmo al poco rato estaba cayendo un fuerte aguacero. De un momento a otro el cielo se puso gris ¡pobre Gabriel! Remaba y remaba, avanzaba muy lentamente, la embarcación fue a dar al lado de la maleza y estábamos bastante atrapados en ella, Gabriel no se inmutó, siguió adelante con determinación y dando una buena batalla. Vio que nos estábamos mojando y se acercó a cerrar las cortinillas, nos dijo que las podíamos cerrar más, para que no nos mojáramos. De pronto trató de acercarse a otra chinampa que estaba por delante de él: al remero se le había caído el remo, Gabriel se apresuró a recogerlo y a lanzárselo, de otra manera éste no podría seguir su trayectoria y se vería totalmente estancado en el lago. Asimismo dejó pasar una embarcación que traía muchos pasajeros, nosotros solo éramos tres. Nos pareció un gesto muy noble ya que su colega tenía más dificultad para salir adelante por el peso que acarreaba.
Así siguió batallando contra los elementos, no podíamos pensar como saldríamos de la chinampa. Gabriel no dijo que no nos preocupáramos que ya se vería como solucionaban el problema, alguien nos ayudaría en el embarcadero. El aguacero arreció y se convirtió casi en una tormenta, el joven siguió como si nada y determinado a llevarnos a puerto seguro. Nos causó verdadera admiración, su trabajo nos pareció ingrato pero él lo hacía parecer como un trabajo heroico, parece mentira pero yo iba un poco asustada con los truenos y los raudales de lluvia que nos caían encima. Ya estábamos mojados pero no nos atrevimos a quejarnos.
Finalmente llegamos al embarcadero y Gabriel hizo las maniobras necesarias para dejar la chinampa en buen lugar. El hombre con quien contratamos el paseo se apresuró a pedir prestada una sombrilla de mesa con un gran anuncio de cerveza, nos ayudó a salir de la embarcación y muy pronto nos dejaron sanos y salvos debajo de un Kiosko.
Nos despedimos de esta gente con respeto y agradecimiento. ¡Todavía hay mucha gente que vale la pena en nuestro país! Y en los lugares más inesperados. Nos sentimos orgullosos de este joven mexicano. Es esta una anécdota o relato muy sencillo, pienso que es importante reconocer la labor de algunas personas aunque no nos parezca tan excepcional. Lo comparto con ustedes amables lectores.
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