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Volví a entrar el miércoles por la misma puerta de hace 80 años, con la misma emoción de aquel día.

Nunca imaginé, nadie puede imaginar algo así: que el desempeño de mi oficio durante 7 décadas sería considerado merecedor de una placa en la escuela primaria de un barrio popular del México viejo, adonde llegaron con ese único motivo el presidente de la República Enrique Peña Nieto, el Jefe de Gobierno de la Ciudad donde nací Miguel Ángel Mancera, el Secretario de Educación Pública Emilio Chuayffet, entre otros funcionarios, mi esposa, hijos, nietos, amigos y colegas. Y los alumnos actuales de mi escuela atentos a un hecho que el tiempo fijará en su memoria con la hondura de los acontecimientos irrepetibles.

El acto en el patio de tierra suelta donde fuimos campeones con pelota de trapo habló la profesora Judith Martínez Orobio, directora de la escuela: “Nos sentimos muy orgullosos de contar con su presencia en esta, nuestra escuela, que lo vio crecer donde se inició su educación académica. Estas aulas atestiguaron la formación de uno de los periodistas más importantes de este país. Ahora es usted, para los alumnos que están aquí presentes, un ejemplo a seguir, por su calidad humana, sencillez, profesionalismo y alto sentido del deber para con su profesión”.


El Jefe de Gobierno, licenciado Mancera, terminó su discurso diciendo: “…Jacobo Zabludovsky ha aceptado ser Presidente del Consejo que va a transformar La Merced… es solamente una de las cosas que hace de manera diaria. Todos los días está aportando algo, sigue contribuyendo, sigue informándonos, sigue narrándonos; ha hecho crónicas de los eventos más trascedentes para el país… significa la esperanza que vemos en los rostros de estos niños que hoy nos acompañan… Para mí, es un motivo de satisfacción poder rendir homenaje a su trayectoria”.

El señor Peña Nieto dijo en parte: “…Como Presidente de la República….es una gran distinción acompañar a un personaje y a un hombre de nuestra época… Pero, más importante y más allá de ello, hacer un referente de la descripción del tiempo de estos últimos setenta años y demás en que, estoy seguro, usted seguirá haciendo narrativa y crónica y manteniendo debidamente informada a la sociedad desde su óptica y desde su visión del diario acontecer de nuestro México y del mundo entero.

“Por ello, por ese testimonio valioso que usted está dejando y que, sin duda, se inscribirá en las páginas de la historia de este momento, muchas gracias, muchas gracias…. hoy me enorgullece y me distingue estar con usted en este muy merecido homenaje a su persona. No quiero extenderme, pero estoy seguro que para usted resulta muy emotivo estar en este espacio en donde recibió las primeras lecciones que le permitieron seguir una trayectoria de éxito dentro de la carrera periodística y de haberse formado con gran orgullo dentro de la escuela pública, lo mismo en la primara, en la secundaria, en la preparatoria, cursar sus estudios profesionales en la Universidad Nacional Autónoma de México y a partir de ahí ir sembrando y haciendo camino en lo que, sin duda, le ha deparado en su vida, una experiencia de éxito profesional y sobre todo familiar.

“Esto debe de llenarle de gran satisfacción, porque hoy aquí, para estos jóvenes, para estos niños la ceremonia quedará inscrita en su memoria y en su corazón”.

Conmovido por las frases de extremado encomio y frente a rostros afectuosos improvisé unas palabras, recordando cuando tenía cinco años y medio en 1934. Gobernaba el presidente Abelardo Rodríguez. Mi papá escogió esta escuela por tres razones poderosas: la primera, porque era laica, segunda porque era gratuita y tercera porque era la más cercana a nuestra vecindad. Nosotros vivimos en las casas vecinas. Y los seis años de la primaria el niño solo iba y venía de San Jerónimo 134 al 112-Bis, sin bajar de la banqueta.

Y después, los tres años de secundaria también en la escuela oficial, en esta secundaria Uno, en la misma manzana. Vivíamos a la vuelta, en la calle de Correo Mayor; no tuve que atravesar la calle ni bajar de la banqueta. Nueve años así todos los días hábiles.

Nuestros maestros dejaron profunda huella en nosotros, como en millones de mexicanos de varias generaciones. Mi gratitud y agradecimiento. Fueron segundos padres, vecinos, amigos conductores. Su vocación de gremio merece un reconocimiento nacional. Sin ellos no se explica el México de hoy.

En uno de estos salones dentro de un mes hará 80, al iniciar el curso la profesora Josefina Huitrón tomó mi mano en la suya y me enseñó lo primero que aprendí: agarrar un lápiz.

Y marcó mi vida para siempre.

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