No sólo en política se tiene que elegir entre inconvenientes, parece que también en el tema de la seguridad. Frente a la red de complicidades entre el crimen organizado y las fuerzas encargadas de combatirlo, la decisión de retirar paulatinamente a los cuerpos militares de tareas diseñadas para las policías y compensar el vacío con una Guardia Nacional, integrada por lo mejor que pueda encontrarse entre lo que ya se tiene y nuevos reclutas, luce como la opción de menor daño para el gobierno electo.
La realidad es tirana e impone obligaciones. Ya fuera de la campaña, todo político ganador debe enfrentarse con los datos duros y elegir entre las posibles soluciones que pueden darle viabilidad a su proyecto de gobierno o cumplir con sus promesas sin importar el costo.
Un hombre de Estado -no nada más un presidente, no sólo un líder político- tiene el deber de asumir determinaciones que, por el bien del país, pueden contraponerse con la plataforma que lo llevó al poder. Recomiendo un excelente libro al respecto de Yves Roucaute y Denis Jeambar que, curiosamente, se llama Elogio de la traición (ed. Gedisa). En este, los autores sostienen que renunciar a lo propuesto es una forma de salvaguardar las transformaciones que necesita una nación para consolidarse.
De arranque, el mensaje de la creación de la Guardia Nacional es el de apostar por el orden, al mismo tiempo que se construyen condiciones económicas y sociales que le arrebaten recursos humanos a la delincuencia. Un elemento que encaja en estos dos escenarios, es buscar que miles de los efectivos que hacen falta salgan de ese mismo segmento de jóvenes que hoy ven al crimen como una opción de vida.
Luego, el plan que ya se ha hecho público, aborda la prevención, el combate a la corrupción y a la impunidad, como ejes para crear una clara división entre una sociedad que exige todos los días vivir tranquila y una industria criminal que se nutre de las dos últimas condiciones para prosperar, teniendo en cuenta que todo este plan debería ejecutarse bajo un mando civil.
Es muy temprano para anticipar los resultados de un plan que, al menos, cuenta con el diagnóstico de lo que nos está sucediendo desde hace dos sexenios. Optar por crear un cuerpo dedicado a la seguridad entrenado por las dos instituciones con mayor experiencia, el Ejército y la Marina, debilita los esfuerzos por mejorar la profesionalización de las policías, pero brinda una oportunidad de enfrentar de inmediato la crisis. De nuevo, es la elección entre dos inconvenientes.
Antes de que se pusiera de moda hablar bien de los cuerpos policiacos, la evidencia documental y estadística recabada por el Consejo Ciudadano de la Ciudad de México, demostró que era indispensable mejorar las condiciones de los elementos que a diario batallan contra el delito, pero sin la confianza de la propia sociedad a la que deben proteger.
Creo que, en el camino para aplicar estas estrategias, surgirán nuevos factores que permitirán aprovechar lo bueno (que lo hay) de cada corporación, en específico de la Policía Federal. Y no considero que con ello se está traicionando una promesa, simplemente se estará eligiendo entre nuevos inconvenientes.
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