Viktor Orban, al frente de su partido Fidesz, fue electo por cuarta ocasión como primer ministro húngaro, el domingo pasado. Durante su gestión en ese puesto han ido creciendo sus discrepancias con la Unión Europea (UE) de la que forma parte. La calidad democrática exigida a los miembros de la UE se ha visto mermada en el caso húngaro hasta el punto de que la Comisión Europea acaba de anunciar su intención de activar el llamado mecanismo de condicionalidad para sancionar a Budapest por la violación de los valores básicos de la UE. Tal sanción significaría la suspensión del otorgamiento de fondos europeos en razón de una fragilidad evidente en la vigencia del Estado de derecho en Hungría.
Orban ha sido un feroz opositor a la inmigración, al movimiento LGBTQ+ y a los “burócratas de Bruselas”, presentándose como un defensor de la cristiandad europea contra los migrantes musulmanes. Al haber erosionado muchas de las instituciones democráticas que funcionaban en su país, se ha ganado la admiración de diversas fuerzas nacionalistas de derecha con tintes francamente autocráticos, tanto en Europa como en Estados Unidos.
De hecho, desde hace tiempo se habla de Hungría como una democracia iliberal, con importantes niveles de corrupción, reacia a someterse a la normatividad que rige dentro de la UE, como con claridad se observó con su rechazo a compartir responsabilidades en cuanto a la recepción de refugiados de guerra del Oriente Medio en el periodo 2016-2020.
La postura de Orban y su gobierno en relación con la invasión rusa a Ucrania, oficialmente presentada como de neutralidad, ha mostrado fuertes contrastes con la asumida por los otros 26 miembros de la UE. Aun cuando Orban condenó la invasión y ha manifestado su disposición a ser un mediador entre los dos contendientes, su postura es más de cercanía y simpatías por Putin, que de solidaridad con Ucrania.
En su discurso de la victoria, tras su triunfo electoral el domingo pasado, Orban se vanaglorió de haber podido derrotar a las “abrumadoras fuerzas” que lucharon en su contra –“la izquierda nacional, la izquierda internacional a nuestro alrededor, los burócratas de Bruselas, el imperio de Soros con todo su dinero, los medios de comunicación internacionales y, finalmente, el presidente ucraniano”. George Soros, filántropo judío estadunidense de origen húngaro, fundador, entre otras instituciones, de la Universidad Centroeuropea y promotor de la sociedad abierta y el pensamiento crítico, ha sido desde hace años el chivo expiatorio preferido de Viktor Orban.
No sorprende entonces que Putin, muy cercano a Orban desde siempre, lo haya felicitado de inmediato por su triunfo, ni que Hungría sea el único país de la UE que se ha deslindado de la postura unificada de sus miembros para permanecer presuntamente neutral. Zelensky definió a Orban como un líder ajeno al resto de Europa, continente donde prevalece un consenso de absoluta condena a Putin, la disposición de envío de armas en respaldo a Ucrania, y un acuerdo sin cortapisas en la política de duras sanciones contra Rusia. Los comentarios críticos de Zelensky hacia el gobierno húngaro provocaron una airada respuesta del ministro de Exteriores húngaro, Péter Szijjártó, en la que los calificó como insultantes.
En estos últimos días, el mandatario húngaro afirmó, además, no tener problemas en aceptar la exigencia rusa de pagar en rublos las compras de gas, en contradicción con la postura de la Comisión Europea, la cual considera inaceptable esta demanda.
Es, sin duda, interesante observar cómo los gobernantes que apoyan a Putin en la coyuntura actual, poseen muchas afinidades entre sí. Comparten con el jerarca ruso –como ocurre con Al Assad, Maduro, Díaz-Canel y el propio Orban– el carácter autocrático de sus regímenes, su obsesión por el control absoluto y vertical, su capacidad y disposición para la represión, y el uso de una terminología populista y ultranacionalista para convocar a sus seguidores y mantenerlos apegados a su peculiar proyecto político.
Se ha repetido mucho que la crisis ruso-ucraniana engendrará un nuevo orden mundial, en el que muchas cosas serán distintas. Una de ellas será la modificación que sobrevendrá en cuanto a las condiciones para el mantenimiento de Hungría en la Unión Europea. Los actuales acontecimientos han acentuado la polarización que de por sí se registraba entre ambas partes, cuyos respectivos valores y formas de organización y gobernanza son cada día más disímbolos.
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