El próximo martes Israel jugará en un cuarto torneo electoral. Dura y áspera perspectiva si se considera la agresiva retórica de todos los contendientes, el desempleo masivo como resultado del covid, el rápido crecimiento de la deuda externa, y la alta probabilidad de un choque militar con Irán.
De los factores señalados el más importante – a mi juicio- es el carácter que asumirá en esta jornada el duelo entre los líderes políticos. De momento exhibe áspera fisonomía más allá de las expresiones retóricas en los medios. Lamentablemente, no pocas manifestaciones públicas han conocido la ácida burla e incluso la violencia por parte de los respectivos rivales, actitudes capaces de subir tono en las próximas horas.
Felizmente, la confianza pública en la Policía y en Tzahal es alta en las presentes circunstancias. Nadie duda que el equilibrio que han revelado en todo momento no conocerá fracturas en los próximos días. Y es robusta la confianza que desde siempre ha merecido el presidente Reuvén Rivlin como figura que representa los valores e intereses de todo el país, sin distinción de pertenencia política, étnica o religiosa.
Creo que un consenso parece verificarse entre los partidos en pugna: primero, neutralizar cualquier acto de violencia y, después, enhebrar por fin un entendimiento dirigido a alejar la perspectiva de un quinto combate electoral. Sin embargo, la retórica de los contendientes es de momento áspera y puede conducir a las masas que forman parte de las diferentes agrupaciones a tomar agresivas actitudes.
Pienso que de momento no es importante quién obtendrá el triunfo en este torneo. Preservar la democracia y la unión interna del país es el imperativo que tanto Israel como las diásporas deben fortalecer y predicar. Cuando los resultados verán la luz asumiendo formas gubernamentales activas podremos estimar hacia dónde y con qué perspectivas Israel se enhebra desde aquí en el plano nacional, regional e internacional.
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