El lunes 27 de mayo, hacia las 20.00, salimos a las calles y a los balcones para recordar a los soldados y soldadas que se fueron de este mundo para defender un país y a un pueblo que desde antiguo no ha conocido la quieta calma. Por vez primera el gobierno de Israel prohibió el peregrinaje a los cementerios a fin de evitar que covid-19 multiplique las víctimas. Medida que no pocos pudieron o quisieron respetar. Les fue imposible soslayar el obligado silencio de estos jóvenes que, sin embargo, multiplican las lágrimas de no pocos, y no sólo en este día.
Muertes que abruman. No sólo a padres, hermanos y amigos: a todos los que aún gozamos una vertical libertad merced a ellos(as). Las sirenas vuelan en el aire, la memoria se humedece, y una solicitud encuentra miles de voces: ninguno más, nunca más.
Vendrá después un nuevo aniversario de la Independencia formal de Israel. Conoceremos en ese día el encierro obligado. Acerados aviones surcarán los cielos. Saludarán a los que aún estamos en este mundo. Y cada uno elevará oraciones a los Cielos o a la Historia. Y todos a esta Tierra.
Días estos en los que el olvido y la indiferencia son pecados imperdonables.
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