En España, entre 1285 y 1492, fecha del decreto de expulsión de los judíos, las imágenes del arte estimularon los intercambios entre cristianos y judíos pero también difundieron sentimientos antijudíos entre la población, muchas veces como defensa pero también como afirmación identitaria.
También se utilizaron para animar a la conversión durante los primeros tiempos de la Inquisición y al mismo tiempo propiciaron la colaboración entre artistas de ambas comunidades.
En esta exposición del Prado se muestran casi setenta obras, entre las que hay algunas de los talleres de Van Eyck, los retablos de Berruguete para la iglesia de Santo Tomás de Ávila y las cantigas de Alfonso X el Sabio, además de otras procedentes de unas treinta iglesias, museos, bibliotecas, archivos y colecciones particulares.
En conjunto se ofrece una panorámica de la importancia de las imágenes en las relaciones entre judíos y cristianos en la Edad Media, regida por razones religiosas, sociales, políticas e incluso raciales. Las obras aquí expuestas destacan por su valor estético, pero también por su significación social al tratarse en algunos casos de caricaturas, sambenitos o esculturas bizarras.
La conversión de los judíos
Como consecuencia de los pogromos de 1391 se registró una masiva conversión de judíos al cristianismo. Las imágenes de culto se convirtieron en pruebas para afirmar la sinceridad de los conversos o para acusarlos de herejía, para lo que fue fundada la Inquisición en 1478.
Esta institución hizo uso de las imágenes para visualizar la sinceridad de los conversos. Las imágenes religiosas desempeñaron un destacado papel porque las acusaciones de su profanación fueron los argumentos más utilizados contra los procesados.
De la misma manera que los partidarios de la catequesis persuasiva consideraron que las imágenes eran necesarias para incitar a los conversos a practicar las formas de devoción cristiana, los delirios de los inquisidores vieron en su maltrato una acusación perfecta para condenarlos por prácticas judaizantes.
Torquemada, inquisidor general de Castilla, convirtió el convento dominico de Santo Tomás de Ávila en una de las principales sedes de la Inquisición. Para ello contó con la colaboración de Pedro Berruguete, uno de los pintores más afamados del momento.
La supuesta existencia de un gran movimiento de falsos conversos, más que una realidad tangible fue producto de la imaginación de los inquisidores. El clima de desconfianza impulsó a muchos conversos a encargar imágenes religiosas para despejar las sospechas. Los cristianos favorables a la evangelización, por su parte, utilizaron las imágenes para transmitir la necesidad de la conversión.
En la primera parte de la exposición se recogen las transferencias e intercambios entre judíos y cristianos habitantes de un espacio compartido.
Artistas judíos realizaron obras para cristianos y viceversa. La élite judía encargaba sobre todo manuscritos iluminados (hagadás) parecidos a los códices cristianos y de su misma cultura visual.
Los artistas cristianos elaboraban escenas de las costumbres y de la vida ritual de los judíos. En «El ángel apareciéndose a Zacarías» se representa una tradición esotérica inspirada en la Cábala. Otras veces se representaba la circuncisión para darle un sentido cristiano.
La Biblia de Arragel es un ejemplo de cooperación entre judíos y cristianos, mientras «La Fuente de la Gracia» traduce el pensamiento de destacados obispos de origen converso, como Alonso de Cartagena.
Otra de las secciones de la exposición trata de la unidad del Antiguo y Nuevo Testamentos y de la censura de los obispos cristianos al criticar la incapacidad de los judíos para aceptar la naturaleza divina de Jesús.
En estos casos se representaban como personajes ciegos bajo la influencia del diablo. Ciegos por no reconocer al Mesías, según los obispos. En este sentido, para San Agustín los judíos actuaban con plena consciencia y por tanto eran culpables de deicidio.
La sección tercera se ocupa del antijudaísmo a partir del siglo trece a través de una variada iconografía antisemita (caricaturas, indumentarias, profanaciones) con la que se les representa como enemigos de la fe cristiana, un sentimiento que en realidad ocultaba los miedos de los cristianos: acentuando la maldad de los judíos se buscaba aumentar el sentimiento de conmiseración y de dolor de los fieles cristianos ante el sufrimiento de Cristo.
Crucifijos y estatuas de la Virgen reivindicaban el culto a las imágenes y estigmatizaban al pueblo judío. Los predicadores cristianos defendían que el pueblo judío podría ser salvado si asumía su error y participaba de una conversión universal pero el proselitismo y el recurso a la predicación siempre fueron acompañados por amenazas y medidas segregadoras.
En realidad fueron pocos los conversos que siguieron manteniendo creencias propias del judaísmo. Otra cosa es que en algunas imágenes se ofreciese una mirada cristiana con tintes judíos. Es esa original mirada la que se refleja en pinturas de Bartolomé Bermejo, probablemente un pintor converso descendiente de judíos.
- TÍTULO. El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval
- LUGAR. Museo del Prado. Madrid
- FECHAS. Hasta el 14 de enero de 2024
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