Kiddush ha-hayyimm: remembranzas de un viaje al Berlín “judío”

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Coincidiendo con la onomástica de mi cumpleaños, el 19 de mayo pasado y hasta el 23 del citado mes, viajé con dos entrañables amigos (Carlos y Juan Manuel) a Berlín. Alemania se convertía así por tercera vez en destino de nuestro viaje anual, desde que en las dos ocasiones anteriores lo habíamos hecho a Múnich y al año siguiente a Francfort.

Como visitas programadas teníamos la del Museo Judío (Jüdisches Museum Berlin), conformado en la actualidad por dos edificios: uno, antiguo Palacio de justicia (Kollegienhaus), construido en el siglo XVIII, y el otro de creación en la década de 1990, diseñado como anexo del primero. El trazado de este último se asemeja al de una torcida Estrella de David, recayendo la autoría de tal proyecto en David Libeskind (1946- ), reputado arquitecto nacido en Polonia y nacionalizado estadounidense en 1965. Su apertura pública, que tuvo lugar en 2001, no estuvo exenta de controversia, pues, los 50 millones de dólares asignados a tal obra por el senado alemán, iban a ser retirados, siendo tal partida presupuestaria dedicada a gastos imprevistos de la reunificación y a la seria posibilidad de que Alemania albergara y fuera anfitriona de unos juegos olímpicos próximos. Alertada de ello la prensa internacional, y siendo apoyada tal iniciativa de la fundación de tal museo judío por figuras como B. Netanyahu, T. Kollek, J. Lang, M. Hier ó el propio Libeskind, el Parlamento berlinés anuló la decisión senatorial en octubre de 1991, reanudándose las obras en noviembre del año siguiente hasta su total terminación.

Previo a esto, cabe señalar que la creación de tal museo en Berlín se produjo en 1933, ubicándose el mismo en Oranienburger Strasse, en cuyo distrito actualmente está la sinagoga judía, que, concluida en 1866, con su resplandeciente cúpula dorada aún sorprende a quien allí se acerca, a la que no pudimos acceder por una mera arbitrariedad horaria, desde que según la estación del año sus horarios fluctúan, llegando nosotros a sus puertas sólo 5 minutos antes de que éstas cerraran. Custodiadas por 2 anchos policías, me sentí como Moisés, que, divisando la Tierra Prometida, se le impidió entrar. En nuestro caso, es justo decir que, tal ansiado acceso no se debió a dudas de fe, sino a la lógica implacable del tiempo, objetividad-subjetividad que mereciera ser objeto de debate, eso sí, con rabinos y padres de la ley hebraica pero no con los dos enormes custodios de ese lugar.


Como alternativa ante lo que consideramos un obstáculo, nos dirigimos a visitar la zona cercana, antaño asentamiento de la comunidad judía, de la que como único vestigio, en una calle lateral, cuyo nombre no recuerdo, hallamos, frente a un pretérito cementerio, un grupo de piezas humanas de hormigón, a las que como un grupúsculo de turistas dejamos en su base de ladrillo piedras. Madre e hija, padre y vástago estaban así representados, ó al menos a mí me lo parecía, como si de tal prueba proyectiva-figurativa se tratase, mirándonos delicada y fijamente a los ojos, sin rabia, sin retaliación, sino silenciosamente, para imbuirnos de su aflicción pero también fuerte vínculo amoroso que entre ellos habita, aun en medio de su tragedia: la Shoah que no debemos olvidar, santificación de la vida y no del martirio (Kiddush ha-Shem).

Tras esta digresión, en cuanto a la intrahistoria del museo, afirmar que fue cerrado por el régimen nazi en 1938, renovándose el interés por él en 1975, cuando una asociación para la existencia de un museo judío fue creada con tal fin, siendo en 1988 cuando se propone un concurso público para seleccionar el mejor diseño propuesto. De lo sucedido después, en nuestro artículo, ya hemos dado cuenta en la página anterior.

Con una superficie de 15.000 metroscuadrados, una vez en su interior, uno debe bajar por un acceso situado en un pasillo lateral a su sótano, dividido en una serie de zonas donde puede contemplar expresiones artístico-culturales del imaginario judío, existiendo también en la zona superior una representación de grabados, como un ordenador, de fácil manejo, en el que cabe trasmudar el nombre de uno a la lengua hebrea, como así hizo quien escribe estas líneas.

Con todo, hay otro lugar especial dentro del museo que es el llamado Garden of Exile, accesible desde el sótano referido, tras atravesar una puerta acristalada que comunica el edificio principal con tal dependencia externa. Allí, verticalmente, 49 pilares de hormigón, a modo de recordatorio de las singulares víctimas del holocausto parecen plantados. Y digo esto desde que en la parte más alta de tales pilares se aprecian ramas de olivo, tal como si olivo-hormigón conformaran una extraña mutualidad de elementos, uno vivo, muy simbólico de la etnia judía, y otro frío, cuasi marmóreo, funerario, pero que adquiere vitalidad en medio de aquel jardín tan emotivo, tan especial en su flora y en quienes se adentran entre sus arbustos pilares en busca de una respuesta pausible, capaz de conferir cierto sosiego y paz a descendientes de las víctimas, pero también a los que con espíritu de curiosidad y hermandad con el género humano allí se acercan.

Desde uno de los túneles inferiores del museo se puede llegar también a la Torre del holocausto, que, con una altura de 24 metros, sobrecoge a quienes miran al Cielo independientemente de lo que en éste busquen o se interroguen. En su viaje interior para diseñar y corporeizar arquitectónicamente creemos sus más profundos sentimientos, Libeskind leyó el Libro Memorial (Gedenkbuch), a la vez que usó como inspiración la ópera inconclusa de A. Schoenberg Moisés y Arón, determinando el número de secciones que comprimen el zigzagueante carácter del museo el ensayo de W. Benjamin One Way Street´s.

Otra muestra visible a nuestro entender de expiación y de Tikkun Olam (reparar el Mundo) es el monumento a los judíos de Europa asesinados, al que también se le conoce como Monumento del Holocausto (Holocaust-Mahnmal ó Denkmal für die ermodeten Juden Europas). Situado algo más allá al sur de la Puerta de Brandenburgo, en el suburbio berlinés de Friedrichstadt, al costado de donde una vez estuvo la residencia de los presidentes de la era Weimar (Reichspraesidentenpalais), constituye una suerte de terreno inclinado, de una extensión de 19.000 metros cuadrados, cubierto por una rejilla cuadriculada, en la que conviven 2.711 losas de hormigón. Éstas, de2.38 metros de largo y0.95 metros de ancho, varían en altura, oscilando desde0.2 metros a4.8 metros.

Diseñada tal obra en colaboración de Peter Eisenman y Buro Happold, arquitecto e ingeniero respectivamente, según recoge el proyecto del primero, las losas están diseñadas con tales dimensiones y así dispuestas (de hecho parecen representar un monumento funerario sin simbolismo para algunos) a fin de crear una atmósfera incómoda y confusa, lo que juzgamos es cierto, al ser tragado y absorbido el caminante entre las losas a medida que se adentra, pues el terreno es irregular, con pendientes ascendentes-descendentes, dando así la sensación de que uno se ha empequeñecido, tal vez enterrado entre el hormigón, para después salir y reencontrarse con la vida, el bien más preciado que quienes están representados en tales losas susurran, vociferan en silencio, tal vez para que tal horror y sinrazón no se repita. Un anexo subterráneo al que se le conoce como Punto de Información (Ort der Information) recalca aún más nuestro anterior anhelo, al contener los nombres de todas las víctimas judías del holocausto identificadas, listado que ha sido extraído del museo israelí Yad Vashem.

Su construcción, iniciada el 1-04-2003 y finalizada el 15-12-2004, si bien su inauguración no aconteció hasta el 10-05-2005 (haciéndolo así coincidir con la celebración del 60 aniversario del Día de la victoria en Europa), abriéndose al público 2 días después, no estuvo exenta de agria polémica. En efecto, el 14-10-2003, la publicación suiza Tages-Anzeiger se hizo eco con una serie de artículos de denuncia de la participación de la compañía Degussa (lo que se le llamó en medios periodísticos el incidente Degussa) en la impregnación de las losas con una sustancia llamada protectosil, con la que se deseaba proteger a aquéllas de actos vandálicos como grafitos y/o pintadas. No era a tal cosa claro está a lo que se dirigía la campaña emprendida, sino a que tal empresa hubiera estado involucrada en el pasado en distintas formas de persecución nazi contra los judíos. Es más, una compañía subsidiaria de aquélla, Degesch, era la que había producido el Zyklon B, del que no hace falta señalar más acerca de cuál era su perversa y mortífera aplicación.

Con tales antecedentes, no es de sorprender que la comunidad judía reaccionase para que a Degussa se le rescindiera su vínculo con tal proyecto, pensándose así en contratar los servicios de otra compañía. Como objeción se planteó, sin embargo, que ya muchas losas habían sido impregnadas con tal producto y que eliminar ahora eso supondría un coste de 2.34 millones de euros. Sin acuerdo entre representantes judíos y del gobierno responsable de tal monumento, el 13 de noviembre se tomó la decisión, ignorando nosotros en base a qué argumentos, al no haberlos encontrado en las fuentes consultadas, de seguir trabajando con Degussa, lo que generó fuertes críticas. A otro nivel, referir también que, durante el primer año de su apertura pública, según los registros oficiales, fueron pintadas en 5 ocasiones esvásticas sobre las losas.

Como último lugar en nuestro viaje judío a Berlín fuimos a lo que en su día constituyó la sede de la Gestapo, ubicada hoy en Niederkirchnerstrasse 8, donde se ha erigido un centro de exposiciones y documentación, en el que se puede visitar también, a modo de restos arqueológicos, la estructura de lo que albergó celdas y dependencias administrativas y de interrogatorio-tortura de la maquinaria y barbarie asesina nazi.

Curiosamente, tal centro, abierto el 7-05-2010, linda muy cerca de lo que en otro tiempo fue el muro de Berlín, pareciendo así el travieso destino jugar con los hombres, al dividir primero a los superiores (arios) de los inferiores (judíos y otras etnias), para después hacerlo de los alemanes occidentales y orientales. De todo ello, en la actualidad, tenemos esas piedras y extensa documentación (escrita y fotográfica) para testimoniarlo, de lo que deberíamos tomar nota, para así pensar en cómo una posible convivencia pudiera existir entre musulmanes, cristianos y judíos, al fin y al cabo todos hijos de la Tierra.

En otro plano, además de tales vivencias personales y profundos deseos de hermandad, más hoy en que la situación en Oriente Medio y especialmente para Israel es muy complicada, cargué en mi maleta con dos libros: Topografía del terror. Gestapo, SS y la oficina principal de seguridad del Reich en Wilhelm y Prinz-Albrecht Strasse. Una documentación (2010) y La “Casa Prisión” en los cuarteles de la Gestapo en Berlín. Terror y Resistencia 1933-1945 (2ª edición revisada y extendida en 2007). Ambos, editados en inglés y alemán, forman parte de un material que quien es autor de estas líneas planea escribir acerca de la tragedia judía desde una perspectiva historiográfica-psicológica.

Y ya, por último, quisiera dedicar este trabajo a mi querido primo Antonio Escudero, de quien partió la idea y me animó a su redacción; esperando que haya alcanzado su contenido las cotas mínimas para que pueda ser publicado.

Francisco Balbuena Rivera

Doctor en Psicología por la universidad de Sevilla desde 1996, trabaja desde 1999 a la actualidad en el Departamento de Psicología Clínica, Experimental y Social de la universidad de Huelva, donde es profesor contratado doctor y responsable de la materia Fundamentos de Psicología: Ciencia e Historia. Su formación e intereses, como muestran sus publicaciones, libros y artículos, giran acerca de la historia del saber psicoanalítico, del que en los últimos años se ha centrado en las aportaciones teórico-técnicas a la condición psicótica y autista. Igualmente, el ser-pensar judío, es objeto de su interés intelectual para comprehender y dar sentido a su propia identidad y la de otros.
F. B.

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