Koshermente

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(Antes que comiences a leer, permíteme decirte que lo que diré a continuación es solamente mi forma de pensar de manera filosófica y no la explicación única. De hecho, cuando queremos saber los motivos de los preceptos Divinos, el único motivo para los 613 preceptos que dice la Torá (La Biblia) es justamente porque así lo dice la Torá y punto. Las órdenes de Dios no son cuestionables. Es por eso que en el siguiente texto, sólo me dedicaré a filosofar desde mi humilde punto de vista. Y no es con la finalidad de decir el motivo por el cual comemos Kosher, sino con el afán de sazonar los preceptos y encontrarle, tal vez, un sabor diferente).
En mis varios trabajos que he tenido como supervisor kosher, muchas veces me han preguntado qué es Kosher, por qué limpio tanto la lechuga, por qué no permito que nadie ponga nada a cocinar y únicamente debo hacerlo yo. La pregunta más fuerte, que no por eso difícil, fue por qué discrimino y no permito que otras personas no judías pongan a cocer una comida que es imposible comerla cruda. Esa pregunta me dolió porque jamás he discriminado, y mucho menos por motivos de creencias religiosas.
Hace muchos años, en las calles del barrio ‘Once’, en la Capital Federal de Buenos Aires, Agentina, un entrevistador llegó a mi con su micrófono y un acompañante con la cámara de una televisora italiana. El motivo de la entrevista fue porque cuatro días antes, una célula terrorista iraní voló el edificio de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) que dejó un saldo de 86 muertos. Entre tantas preguntas que me hizo, una de ella fue: “Ustedes (los judíos), ¿a quién o quiénes discriminan?” La respuesta que le di lo dejó helado. Le dije que si la pregunta me la estaba haciendo a mi, yo solamente puedo responder por mi y no por alguien más, y mucho menos por muchas personas.
“Y para sorpresa suya -le digo- le tengo “malas” noticias: yo sí discrimino”.
El periodista volteó mirando de frente a su cámara y dijo: “Ahora entendemos por qué muchos pueblos odian a los judíos y les ponen bombas. Aquí, el señor, en vivo y en directo para la RAI desde el barrio ‘Once’, donde muchos comercios son de judíos, me acaba de reconocer que ellos también discriminan. Por lo tanto es lógico que…”. Le interrumpí y le repetí que yo hablé solamente en mi nombre y no en nombre ni de la comunidad judía argentina y mucho menos de todos los judíos del mundo. Entonces me preguntó a quién discrimino yo.
“Yo discrimino a todos los que discriminan”, le dije sin dejarlo dar el siguiente respiro. Y continué diciendo: “Asimismo, por ley Divina, nosotros, los judíos, tenemos prohibido discriminar a quien sea por el motivo que sea. Únicamente nos defendemos de los ataques y ustedes, los medios de comunicación masiva antisemitas informan la noticia al revés”.
¿Alguien sabe por qué el entrevistador decidió que se apague su cámara y que eso no salga al aire?
¿Por qué será? Aún me lo pregunto.
Volviendo al tema que decidí escribir, cuando me preguntan por qué discrimino en la cocina sin permitir que otros cocinen y que esa actividad debo hacerla únicamente yo, les explico amablemente lo siguiente: (Aquí debe entenderse muy bien lo que escribí entre paréntesis al principio de este artículo).
“Todas las personas, incluso las cosas, las que se ven y las que no se ven, las que se oyen y las que no se oyen, estén tan cerca que las podamos ver y tocar o estén tan lejos que ni siquiera sabemos de su existencia, todas esas cosas influyen sobre nosotros. Por ejemplo, cada vez que nos ponemos una camisa, sabemos que esa camisa tuvo miles de personas para que llegue a nosotros. En el campo se siembra y se cosecha el algodón que luego será esa camisa. El campo tiene un dueño o varios. Los tractores son manejados por personas. La planta de riego es manejada por una o varias personas. En la fábrica hay quienes se encargan de los botones, de la costura, de la tintura, de la plancha, de enrollar la tela, de doblar la camisa. Hay proveedores para los botones y para las etiquetas, que a su vez también vienen de otros proveedores de materias primas. Los fabricantes de las bolsas, los que ponen los precios, los que acomodan en la tienda, etc. La lista sería casi interminable. Cada vez que nos vestimos esa camisa, nosotros estamos siendo influenciados por los pensamientos y sentimientos que todas esas personas tenían al momento que se estaba elaborando la camisa desde sus inicios. Está en nuestras manos la posibilidad de no dejarnos influenciar por cosas inconvenientes y quedarnos solamente con la camisa. Lo mismo pasa con los alimentos. Hubo una época, y todavía existen algunos grupos, que son idólatras. Y muchos de esos acostumbran a “alimentar” a sus deidades. Tanto es así que incluso crean utensilios específicos para sus ídolos. Cada vez que comemos algo hecho por personas que, en sus mentes tienen que la comida que hacen es para la idolatría, si es que nos llegáramos a comer ese alimento, estaremos siendo influenciados por esos pensamientos que, en suma, pueden ser muy fuertes. Esto llega a tanto que muchas veces pasa que de pronto sentimos la tentación de algo que no es acorde a nuestras leyes Divinas de nuestra Sagrada Torá. Como si algo nos invadiera y, sin saber por qué, sentimos deseos impropios a los que nuestra Sagrada Torá nos ha dictaminado. Nosotros no somos religiosos, porque los religiosos hacen las cosas que hacen simplemente porque les fue dictaminado, aunque eso fuera para mal. Nosotros sabemos con seguridad completa que todo lo que dice la Torá es para nuestro bien aunque no entendamos los motivos, incluso aunque no fueron dados a conocer. Si la Torá dice que hay que hacer tal cosa o no hacerla, pensar de tal manera o no pensar, es porque eso es para nuestro bien, y de eso no tenemos duda alguna. Lo hacemos porque Dios así lo dictaminó y por conveniencia porque es para nuestro bien. Comer un alimento que no sabemos en qué pensaba quien lo hizo, puede ser un perjuicio, pues si pensó en alimentar a sus deidades, eso mismo influye sobre nosotros. Esto llega a grado tal que aunque existe en la Torá una prohibición de borrar el nombre de Dios, si es que un renegador de Dios escribe una Torá, es una Mitzvá quemarla aunque contenga el nombre de Dios. Esto es porque el que la lee y sus oyentes estarán influenciados por el pensamiento del escriba. En los utensilios también existe una ley así. Antes de utilizarlos por primera vez (dependiendo el material del mismo) debemos llevarlos a la Tevilá (una especie de baño ritual donde se sumerge el utensilio en aguas de lluvia pura) para eliminar del mismo todo pensamiento que en él pudo influir su fabricante. También tenemos algo así en el vino. Aunque no existe diferencia en el modo de hacerlo, tanto para el judío como para las demás naciones, nosotros no tomamos vino si este no fue fabricado, embotellado y todas las labores que se requieren desde sus inicios hasta el envasado, si fueron hechas por un no judío. Y repito: no es por cuestiones discriminatorias, sino más bien por no dejarnos influenciar cuando sabemos que hay quienes hacían el vino para sus dioses. Y, aunque tengamos la seguridad que el que lo hace, sea el vino, sea el utensilio o sea una comida, no piensa en idolatría, al no ser judío, sí tiene creencias diferentes a las nuestras. Esto no quiere decir que no se respeten ni mucho menos. Son respetables en su totalidad, pero nosotros, al ser que no creemos en lo mismo, no nos dejamos influenciar ni siquiera de esa manera. La mente es tan fuerte que un juez puede fallar su veredicto si uno de los acusados le deja un regalo en su saco colgado afuera de las sala sin que éste se diera cuenta. Es por eso que no dejamos que nadie cocine más que nosotros”.
Existen estudios científicos que demuestran que un bebé que está siendo amamantado por su madre (u otra persona), la mujer que amamanta influye tanto en el bebé que si piensa, ve o escucha en ese momento cosas no buenas (como violencia, por ejemplo), el bebé absorberá ese pensamiento por medio de la leche materna.
Es por eso que las personas que cocinan kosher, ya sean o no supervisores, es decir, incluyendo a aquellas personas que cocinan sólo para sus familiares o amigos, deben cuidar mucho su mente, estén o no estén cocinando, pues esos pensamientos pasarán a sus alimentos que elaboren y serán consumidos por alguien más o por ellos mismos.
Mente Kosher, koshermente.

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