La epopeya de los colonos rusos judíos en Argentina

Su llegada marcó el inicio de una nueva fase en la rica historia de la comunidad judía argentina, cuya diversidad de caminos y contribuciones enriqueció aún más el tejido social del país Por:
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Durante la impresionante ola migratoria que barrió nuestro país a partir de 1860, llegaron diversas comunidades, entre las que destacaron la italiana, la española y otras que buscaban un nuevo hogar y una mejora en su calidad de vida, escapando de las dificultades en sus lugares de origen.

En este crisol de culturas, no podemos pasar por alto la llegada en abundancia de colonos rusos judíos.

Este capítulo fascinante de nuestra historia no ha recibido la atención que merece, siendo abordado por pocos investigadores.


Uno de ellos es la licenciada Sofía Ehrenhaus, cuyo trabajo ilumina la travesía de esta importante colectividad hacia tierras argentinas.

América como una alternativa

En la Rusia zarista del siglo XIX –un escenario turbulento marcado por la sombra de las persecuciones–, se desarrolla una narrativa épica: la emigración de colonos judíos hacia las vastas tierras argentinas.

Este capítulo crítico de la historia se entreteje con la diáspora de los rusos, gestándose en el escenario de implacables persecuciones que siguieron al asesinato del zar Alejandro II.

Bajo el mandato de Alejandro III, el imperio ruso experimentó un cambio drástico. Abandonando las reformas de su predecesor, optó por intensificar las campañas de rusificación cultural y religiosa.

Este viraje afectó desproporcionadamente a ucranianos, polacos y, especialmente, a la comunidad judía, que se convirtió en blanco de una escalada de pogromos.

La marea de persecuciones, exacerbada por rumores infundados que implicaban a personas de ascendencia judía en el complot que llevó a la muerte del zar, llevó a muchos miembros de la comunidad a considerar la emigración como una opción, quizás no deseada, pero sí aceptada como un salvavidas ante la adversidad.

Desde la perspectiva de los primeros grupos de colonos, se delinearon dos destinos posibles: uno de naturaleza industrial en los Estados Unidos, con la perspectiva de trabajar como obreros, y otro de índole agrícola en Argentina, donde además de trabajar, podrían aspirar a convertirse en dueños de sus propias tierras.

La elección se volvió trascendental, llevando a un grupo de aldeanos a enviar delegados a París para establecer contacto con la Alliance Israélite Universelle (Alianza Universal Israelita).

Eliezer Kauffman, uno de estos intrépidos delegados, negoció un convenio crucial con Frank, representante de Rafael Hernández y agente comercial de la Oficina de Inmigración Argentina en París.

Según este trato, los colonos recibirían tierras de Hernández y el gobierno argentino se encargaría del pasaje a cambio de un pago de seña de 400 francos. Este paso, impregnado de incertidumbre y esperanza, ilustra vívidamente cómo la diáspora judía, enfrentada a la adversidad, buscaba nuevos destinos en tierras lejanas.

Moisés Ville, la tierra prometida

La travesía de los colonos judíos desde el Imperio Ruso hasta la Argentina fue una odisea marcada por la esperanza y las adversidades. Después de esfuerzos significativos para reunir los fondos necesarios, el generoso comerciante alemán Sigmund Simmel allanó el camino para que los colonos embarcaran en el vapor Wesser desde Bremen hasta Buenos Aires.

 

La epopeya de los colonos rusos judíos en Argentina

Llegada a Buenos Aires de colonos rusos en el Siglo XIX.

 

El 14 de agosto de 1889 marcó un hito trascendental, cuando la primera comunidad judía rusa organizada llegó a tierras argentinas.

A su llegada, se encontraron con Pedro Palacios, un terrateniente que les ofreció tierras al norte de Santa Fe. Sin embargo, los desafíos no terminaron ahí. La espera se convirtió en una prueba de resistencia, ya que tuvieron que aguardar dos meses en las tierras alrededor de la estación, con la ayuda de obreros del ferrocarril y algunos nativos locales.

Las difíciles condiciones de vida y las enfermedades cobraron la vida de cerca de 60 niños.

La situación empezó a cambiar con la llegada del médico higienista Guillermo Loewenthal, quien, conmovido por la penosa situación de los colonos, contactó al ministro de Relaciones Exteriores y Culto Estanislao Zeballos, así como al propio Palacios.

La intervención del doctor Loewenthal tuvo dos consecuencias significativas: la ubicación permanente de los colonos, con tiendas proporcionadas por el terrateniente y la posibilidad de trabajar en sus tierras y las de sus vecinos; y la elección del nombre Moisés Ville, propuesto por el rabino Aarón Halevi Goldman en honor a Moisés –líder que guió a los judíos hacia una tierra propia–, simbolizando la salida de la opresión zarista rusa hacia la libre Argentina.

 

La epopeya de los colonos rusos judíos en Argentina

Recordatorio de Moisés Ville, lugar en donde se estableció parte de la colonia rusa.

 

Sin embargo, al llegar se enteraron de que Hernández se retractó del convenio firmado debido al aumento considerable del valor de las tierras, anunciándoles la devolución del dinero adelantado.

Así, la comunidad judía afrontó desafíos y desilusiones, pero también plantó la semilla de una nueva vida en la tierra prometida argentina.

La transformación de una comunidad

La historia dio un giro significativo cuando el doctor Loewenthal contactó al filántropo barón Hirsch, quien, conmovido por la situación, decidió embarcarse una empresa de bien a gran escala: ayudar y promover socialmente a los judíos del Imperio Ruso.

Su obra tomó forma con la creación de la Jewish Colonization Association (JCA) en Londres, en 1891 con un objetivo claro: comprar extensas tierras en Argentina para la colonización y facilitar la emigración de sus correligionarios.

Esta institución se convirtió en el motor detrás de un movimiento migratorio masivo hacia Argentina.

En este contexto, el cónsul en Odessa informó al cónsul general Eduardo García Mansilla sobre los planes del comité bajo el nombre de Jewish Colonization Association, que tenía a su disposición doscientas mil hectáreas de tierra en Argentina adquiridas por un señor de apellido Leloir.

Este terreno sería cedido gratuitamente a los agricultores judíos que salieran de Rusia con un capital mínimo de dos mil rublos.

La Asociación de Colonos Judíos estableció criterios para la selección de colonos: debían estar físicamente aptos para el trabajo agrícola, casados y con hijos solteros capaces.

Sin embargo, la premura por enviar a los judíos orientales, principalmente campesinos rusos, llevó a flexibilizar estos requisitos, ya que los judíos occidentales temían que el gran contingente afectara su imagen de “gente próspera”.

Este cambio de rumbo no solo abrió nuevas oportunidades para los colonos judíos, sino que también marcó un hito en la relación entre el barón Hirsch y Argentina, estableciendo las bases para una migración masiva que cambiaría la faz de la comunidad judía en el país sudamericano.

Los gauchos judíos

En el fascinante capítulo de la migración judía a Argentina, la urgencia y la premura marcaron el destino de los colonos occidentales, alemanes, franceses e ingleses. Con el temor de que el abrumador contingente de campesinos rusos judíos pudiera alterar la percepción de ellos como “gente próspera”, la selección de colonos no fue particularmente rigurosa. Este hecho, combinado con la prisa por embarcarlos, resultó en que las parcelas con sus casas y herramientas no estuvieran completamente listas para su llegada.

Así, en diciembre de 1891 los primeros colonos, apodados cariñosamente “pampistas” por su travesía en el vapor Pampa, emprendieron su viaje hacia nuevas tierras. Este grupo de 800 personas experimentó una travesía menos traumática que sus predecesores en el vapor Wesser, aunque no estuvo exenta de tragedias, como la pérdida de varios niños.

Afortunadamente, estuvieron bajo la protección constante del doctor Loewenthal.

Después de un breve período de aclimatación en Mar del Sur, en la provincia de Buenos Aires, los colonos fueron enviados a las colonias Clara y San Antonio, en Entre Ríos.

 

La epopeya de los colonos rusos judíos en Argentina

A los migrantes rusos que vivían en la zona rural se los llamaba ‘Gauchos judíos’.

 

Aquí, muchos adoptaron el estilo de vida de los nativos, ganándose el apodo de “los gauchos judíos”. En 1894, la JCA construyó escuelas que sirvieron tanto a los inmigrantes como a los niños locales, actuando como un puente crucial hacia la integración.

Hacia 1913, las colonias judías fundadas por la JCA se multiplicaban por la geografía argentina: en Santa Fe se destacaban Moisés Ville y Montefiore; en Entre Ríos, Lucien Ville, Clara, López y Berro, San José; en Buenos Aires, Colonia Mauricio; en La Pampa, Barón Hirsch y Narcise Leven, y en Santiago del Estero, Colonia Dora.

De esta manera, un mosaico vibrante de comunidades judías tejían su historia en la vastedad de la tierra argentina.

Aunque la Asociación fue un pilar fundamental en la creación de colonias judías en Argentina, no todas estaban bajo su ala protectora. Algunas, como Médanos y Timote, en Buenos Aires, o Colonia Rusa en la provincia de Río Negro, eran emprendimientos independientes que forjaron su propio camino.

A principios de la década de 1910, el flujo masivo de hebreos provenientes del Imperio Ruso empezó a cambiar y a disminuir. Se dirigían en gran número a la Argentina atraídos por las Asociaciones coloniales israelitas allí establecidas que les procuraban trabajo en el campo, incluso no siendo ellos agricultores.

Este movimiento emigratorio ha ido disminuyendo paulatinamente y hoy se reduce, salvo excepciones, a individuos aislados que van en busca de una ocupación en las ciudades que responda al oficio o conocimientos que tienen.

Los recién llegados, en contraste con sus predecesores, mostraron una preferencia por establecerse en las ciudades en lugar de las colonias agrícolas. La mayoría de los judíos se integraron a la población argentina a través de la educación académica. A diferencia de los alemanes rusos, que eran más tradicionalistas y vinculados a la tierra, muchos judíos enviaron a sus hijos a estudiar en universidades y se dedicaron a los negocios, las artes o la política. Esta transformación marcó el inicio de una nueva fase en la rica historia de la comunidad judía argentina, donde la diversidad de caminos y contribuciones enriqueció aún más el tejido social del país.

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