La judía de Montevideo, 16va. parte

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Del otro lado del muro

Re:

Querida Lea:


Espero que no te ofendas.

Estuve leyendo largo rato tu poema “En la mira de los lamentos”. Para empezar, me parece que es un tanto escolar, o si lo preferís, simplista. Pero además, no estoy de acuerdo con esta falsa solidaridad que trasmite tu poema.

Como te dije en otro correo, hace un tiempo, Israel comete atrocidades contra las víctimas inocentes palestinas. El ejército israelí es tan asesino como los nazis a quienes ustedes no se cansan de nombrar.

Una amiga libanesa con quien (como te conté en otro correo) salía, siempre hablaba de los atropellos que hizo Israel en el Líbano, “La ex Suiza de Oriente”.

Indudablemente, este no es un buen poema.

Augusto.

Fw:

Augusto:

Para empezar, tanto tu amiga libanesa como yo somos parte, no tenemos una visión objetiva de todo esto. Yo no tengo problema en asumirlo.

Primero, los victimarios de los palestinos (los primeros) no son los israelíes. A los palestinos nadie los echó, ellos dijeron que no en 1948 a dos estados. Y te paso más datos. En 1948, Uruguay votó afirmativo, Argentina votó negativo. Claro que eso no es tan importante ahora, o sí, no sé.

Creo que ya yo también te expliqué como sucedió en un correo anterior.

Te adjunto un fragmento del libro “Refugiados”:

Tío Yussef había llegado con mi padre a Ramlé transmitiendo la decisión de los dirigentes árabes; abandonar Palestina. Decisión trágica. Monstruosa. En los pocos días que transcurrieron desde la partida de mi padre a Haifa y su regreso en compañía de tío Yussef, el mundo pareció haberse transfigurado. La paz y la alegría de mi infancia quedaron repentinamente cortadas por un tijeretazo violento. Las mujeres y los niños lloraban, mientras los hombres iban y venían malhumorados impartiendo órdenes y contraórdenes, según el resultado de las improvisadas reuniones, corrillos y consejos celebrados a puertas cerradas o en plena calle. Mi tío Yussef era un hombre respetado: recibía informaciones directas, se le confiaban misiones importantes y se escuchaba con atención su palabra. Recibirlo era un acontecimiento que nos honraba. Con respetuoso temor me acerqué a su lado; acarició mis cabellos, contemplándome con ojos tiernos. Infundió ánimo a los parientes, formulando votos para que pronto estemos de regreso en nuestros hogares y nos acordemos con la risa que provocan las anécdotas felices, de los días que vivíamos entonces. Pero ni la seguridad ni la fuerza convincente de su voz, pudieron deshacer la congoja que nos amenazaba. En pocas horas se llenaron cofres y baúles, se encajonó y empaquetó lo más valioso y esencial. Ropas, frazadas, joyas y recuerdos familiares se mezclaron rápidamente. Mi padre, luego de impartir brevemente sus instrucciones que no podían ser discutidas, acompañó a tío Yussef en su recorrida por la ciudad. Una parte considerable de la población se negaba a partir, mientras familias enteras ya esperaban en las puertas de sus viviendas. Nosotros estábamos también listos para el viaje cuando regresó mi padre. Vino muy excitado, como consecuencia de las acaloradas discusiones que mantuvo con sus vecinos. Comentó que, felizmente, habían llegado varios emisarios más y una gran parte de Ramlé sería evacuada. Pero se refirió con amargura a Ibrahim Masra, quien rechazó la orden de destierro. Ibrahim Masra vivía al lado de nuestra casa. Su hijo Hussein tenía mi edad y éramos amigos; juntos solíamos corretear por los peldaños de la Torre de los Cuarenta y hacer mil travesuras. Por la tapia del patio interior de nuestras casas solíamos comunicarnos a través de caminos “secretos”. Me gustaba ir con frecuencia a casa de Hussein porque allí me convidaban con dulces exquisitos. Mi padre veía con buenos ojos esta amistad; a su vez él era amigo de Ibrahim Masra. Pero ese día terminó también su amistad. Nuestros bultos, mis hermanos y hermanas, mi madre, varios parientes y otras familias trepamos a un camión. Las puertas y ventanas de la casa de Ibrahim Masra permanecieron cerradas. Quise despedirme de Hussein, pero mi padre lo impidió violentamente.

De varias bocas salieron insultos contra Masra; le decían “traidor” “vendido a los judíos” “tendrás tu merecido junto con los sionistas”. Un muchacho saltó de nuestro camión y corrió hacia la casa de Masra. Con un carbón dibujó rápidamente en su puerta dos triángulos opuestos. La infamante estrella de David. Regresó corriendo. Le ayudaron a subir. El vehículo se puso en marcha. Reinaba mucha agitación y yo no me daba cuenta de lo que realmente ocurría, Mirando por la abertura posterior, vi por última vez a nuestra casa y la calle por donde correteé diez años. También vi a hombres, mujeres y niños sentados sobre sus bultos en las aceras, esperando. Tras nuestro camión venían otros más. Era una caravana. Avanzamos por un territorio donde no había judíos, supongo, porque nadie nos molestó. El viaje duró varias horas. El camión se bamboleaba sin cesar. Mi garganta estaba anudada porque no venía Hussein. Temía no verlo nunca más. Tío Yussef tampoco estaba con nosotros para brindarnos consuelo. Arriesgando su vida, viajó a otras localidades con el propósito de continuar estimulando la evacuación de Palestina; luego se nos uniría en la montaña. Mi padre trataba de infundirnos valor, explicándonos una y otra vez que pronto estaríamos de regreso en nuestro hogar y recibiríamos nuestro premio por este sacrificio.

Lea.

(Fuente: Refugiados- Marcos Aguinis)

Asunto: Líbano

Augusto:

Volviendo al tema de tu amiga libanesa, hay cosas que (seguramente) no te contó. Porque nunca se cuentan. Porque nadie las dice.

Nuevamente, y del mismo autor, otro fragmento con referencia al Líbano.

P.D. Y si querés, podés mostrárselo a tu amiga.

Lea

Diario de un palestino.pdf

El fin de la hermosa Beirut- la que me pintaron en colores- empezó a comienzos de los setenta. Un fin negrísimo porque la demolición fue aterradora. Empezó con el ingreso de palestinos. Eramos miles. Yo iba en los brazos de mi madre, que aún debía amamantarme. Tenía dos hermanas. Papá encabezaba un grupo de combatientes leal a Abú Mussa. Nos habíamos salvado por casualidad de las balas jordanas y luego de las sirias. Sólo evocarlo me estruja el alma y hace hervir la sangre.

La Organización para la Liberación de palestina (OLP) había sido creada unos seis años antes, en 1965, y había sufrido una aplastante derrota junto a Egipto, Siria y Jordania en la llamada guerra de los Seis Días. En lugar de borrar el Estado sionista, como se esperaba, ese Estado se fortificó y expandió hasta cerca de El Cairo, en el sur, y de Damasco, en el norte. Los guerreros palestinos al mando de Ahmed Shukeiri tuvieron que huir despavoridos y concentrarse especialmente en Jordania, desde donde iban a continuar sus ataques contra la nueva frontera.

Pronto urdieron otra estrategia: apoderarse de la misma Jordania. Jordania había sido desde siempre una parte de Palestina, dato que el mundo había dejado de tener en cuenta. Había sido creada por Gran Bretaña artificialmente en 1922, cuando la Liga de las Naciones le otorgó un mandato sobre toda Palestina. Decidió que los dos tercios del territorio que estaban al este del río Jordán se llamasen Reino Hashemita de Transjordania y sentó en el trono a un hijo de Arabia, llamado Abdulah. Abdulah fue un títere de Londres, al extremo de que su entrenada Legión Arabe estaba dirigida por un oficial inglés.

Transjordania se opuso al Estado sionista, pero luego traicionó a los palestinos sin sonrojarse. No lo olvidaré nunca: tras la guerra de 1848 sus tropas se quedaron con Jerusalén Este y toda la Cisjordania; lejos de proclamar un estado árabe palestino con Jerusalén como su capital, o mantener esas tierras en reserva, hasta conseguir la recuperación de los territorios que pasaron a llamarse Israel, Abdullah decidió asimilarlas a su reino sin el menor escrúpulo. Para consolidar la usurpación cambió el nombre de su país, que dejó de llamarse Transjordania, para ser conocido como Jordania. Nadie protestó entonces ni después, nadie pensó en nosotros.

Su hijo, el pequeño rey Hussein, mantuvo la misma línea. En consecuencia, Transjordania y Cisjordania formaron dos partes de un mismo país. ¿Y Palestina? Desapareció. Se evaporó. No había posibilidad de dar nacimiento a un Estado Palestino. Nos inculcaron que Palestina quedaba donde se había establecido Israel solamente. Nos acostumbraron a llamarlo “Palestina usurpada”, pero a nadie se le cruzó por la cabeza que hasta hacía poco también era Palestina la Cisjordania anexada por Abdullá-Hussein. Curioso, ¿no? Como si el robo cometido por un hermano no fuese también un robo.

(Fuente: Asalto al Paraíso- Marcos Aguinis)

Continuará: “Suicidas”

Acerca de Anna Donner Ryba

Anna Donner Rybak nace en Montevideo el 21 de setiembre de 1966. Es analista en sistemas, escritora y artista plástica. Escribe diversos géneros: Cuentos históricos, cuentos de humor, Columnas de actualidad, Ensayos, Poesía y Fantástico. En 2007 participa como integrante del coro ACIZ CANTAMOS en el encuentro Interamericano de Coros en la Ciudad de Buenos Aires, abriendo la presentación leyendo un cuento de su autoría: Intermitencias de la Muerte. En 2009 lee Retazos Blancos, Negros y Sepia

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