La teta de Venus

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No hay fruta más sensual ni agradable, al parecer de Jaques Brosse, famoso especialista en la mitología de las plantas, que el melocotón, sobre todo el que solía llamarse, en la Francia del siglo XVII y hasta bien entrado el XX, Teta de Venus. En nuestras tierras es común comparar los senos femeninos con limones, higos o, si son descomunales, melones, pero ya se sabe que los franceses son unos exquisitos de la sensualidad y no le hacen asco a las vellosidades ni les molesta que, por dentro, la aludida venusina y melocotona sea un hueso duro de roer. Dan por hecho que toda femme es, siempre, de un modo u otro, dura, laberíntica y fatal. Los chinos, por su parte, que cultivan el melocotón desde tiempo inmemorial, asocian su hueso al ideograma fu, alegría, felicidad. Por lo que todo, en esa fruta, es una maravilla tan sublime como delicada. Pocos árboles hay, es cierto, que atraigan tanto a las plagas si se exceptúa el naranjo, pero es que todo el mundo quiere morder lo precioso.

Algunos de nosotros hemos descubierto temprano en nuestras vidas que el verbo disfrutar procede de la palabra fruta, la cual a su vez desciende del latín fruir, gozar, deleitarse. Entonces no había tal abundancia de bienes en los mercados ni tampoco tanta química en torno al sabor. Existían pocas cosas y en algunos casos mejores al paladar que las actuales. En el nombre chino para el melocotón, shuiguo, el ideograma shui es agua, y la relación del placer con el líquido elemento es de larga data, tal y como corroboran las fuentes y los manantiales asociados a las aventuras del cariño. Por eso mismo el mejor melocotón será el más jugoso. Pero es que incluso nuestra palabra teta-por lo de Teta de Venus-, deriva de Tetis, una de las mitológicas nereidas, hija de Nereo, el Viejo del Mar, de donde parece que el agua no cesa de brotar cuando de gozo se trata. Hasta la mismísima Venus nació en ella, por obra y gracia de la espuma marina, en Pafos, playa de Creta, en donde he tenido el placer de estar y de comer rodájino, que es como los griegos llaman al melocotón recordando su tono rojizo, de mejilla adolescente en el momento de su mejor rubor.

Ahora se amontonan en las cestas esperando nuestras manos y ofrecen su dulce peso como una promesa sin igual. Podemos optar por tres o cuatro variedades, de las cuales la más dúctil pero no la mejor es el melocotón de viña. Brosse sostiene que la manera correcta de comerlos en sin piel y empleando un cuchillo, pero más de uno de nosotros, evocando su infancia, se negaría a tal operación.¡Qué importa que nos manchemos manos, labios y pecho si la fruta es buena! También es buena la teta de la madre para el bebé si la leche es sabrosa, y aunque su madre no sea precisamente una Venus seguramente la maternidad la habrá embellecido con su don generoso. Los pintores españoles-Ribera, Murillo-, se cuentan entre los artistas que mejor han sabido reflejar en sus bodegones y naturalezas muertas la extraordinaria riqueza frutal de esta tierra, la cual, a la hora de presentar sus productos no será tan preciosista como Francia, pero sin duda sí más gustosa en sus productos hortícolas simplemente porque ha tenido más asistencia solar que su vecina. De ahí los conflictos que cada año estallan en la frontera, los camiones volcados y las quemas de neumáticos entre las frutas machucadas y despreciadas. Si los melocotones españoles tuvieran, de verdad, el destino que se merecen, ninguno de los que cultivan los vecinos podría competir con ellos, al menos en lo que a sabor y gusto se refiere. Sean de la variedad que llaman Teta de Venus o procedan de alguna otra de sus famosas partes.


Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.