En ocasiones, cuando leemos un determinado texto bíblico, no captamos totalmente el significado de aquel escrito ya que no conocemos del todo el medio en que se desarrollaba la vida cotidiana de los judíos en la época bíblica, así como sus usos, costumbres y tradiciones contenidos en el texto de la historia que estamos leyendo. Si conociéramos y entendiésemos dichos aspectos de la vida cotidiana de aquel pueblo, nuestra comprensión de los hechos narrados en la Biblia sería más completa y efectiva para cada uno de nosotros.
Y este precisamente es el objetivo del presente estudio: el de dar a conocer de una manera lo más sencilla posible la forma de vida cotidiana del pueblo judío entre el cual vivió, predicó y murió Jesús. Así comprenderemos muchas cosas que hasta ahora habíamos ignorado o malinterpretado.
LA NATURALEZA Y LA FE
La mezcla de culturas ha logrado encubrir los contrastes entre las dos grandes civilizaciones fluviales, la egipcia por el Nilo y la mesopotámica por el Tigris y el Éufrates. Mientras que Mesopotamia estaba expuesta a ser invadida tanto por los pueblos de las montanas como por los nómadas del desierto, Egipto se encontraba más seguro en su aislamiento. Las planicies bajas de Mesopotamia también eran amenazadas por imprevistas inundaciones debido a los caprichos del clima y a los derrumbes que ocasionalmente formaban presas en los grandes ríos tributarios del Tigris.
Las aguas de esta forma contenidas, irrumpían soltando enormes torrentes de agua. La amenaza de salinidad, que tornaba infértil la tierra, quizás explique la migración general hacia el norte, a las planicies medias de Mesopotamia, después de la caída de la civilización sumeria.
DE NOMADAS A ADMINISTRADORES DE LA TIERRA
La llegada de los pueblos del mar a las costas de Palestina, de los cuales los filisteos eran los mejor conocidos, hizo que se introdujera el empleo del hierro, evento muy significativo en aquella época.
La transición efectuada desde nómadas a un estado de vida sedentario por parte de los israelitas en Palestina durante el siglo XII a.C., es reconocida como un evento decisivo en la región. Pero el proceso que dio base a todo ello es de índole más crucial aún, como en el caso de la separación de Abraham del mundo mesopotámico y la posterior emancipación de Moisés de las costumbres egipcias.
El concepto que de la naturaleza tiene el hombre determina su uso de ella. El conocimiento del Dios Creador característico de los israelitas, les inculcaba una actitud muy diferente hacia la naturaleza y el manejo de la tierra, confiando en su promesa: “Y si vosotros obedecéis puntualmente mis mandatos que yo os prescribo hoy, amando a Yahvé, vuestro Dios, y sirviéndole con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, yo daré a vuestra tierra la lluvia a su tiempo, lluvia de otoño y lluvia de primavera, y tú cosecharás tu trigo, tu mosto y tu aceite; yo daré a tu campo hierba para tu ganado, y comerás y te hartarás” (Deuteronomio 11:13-15).
LA VIDA DOMESTICA
Los patriarcas, Abraham y los demás, eran semi nómadas. Vivían en tiendas y se trasladaban de un lugar a otro con sus manadas y rebaños en busca de pasto y de agua fresca. Su vida era muy similar a la de los beduinos de hoy en día. Pero después del Éxodo el pueblo de Israel se asentó en la Tierra Prometida. Y desde entonces, a través de los diversos cambios políticos, la aparición de reyes y la división del reino, la vida de la gente común varió muy poco.
La vida domestica estaba centrada en el hogar, el cual era construido para llenar las exigencias del clima y los límites impuestos por el status social. Durante la mayor parte de año el clima era seco y caliente, solamente interrumpido por las lluvias tempranas del otoño y las tardías de primavera. El agua escaseaba, principalmente en la zona meridional, de poca precipitación. Por ello las casas se construían dotándolas del máximo frescor posible, tratando de minimizar en lo que se podía el consumo de agua.
Los pobres vivían en casas de un solo aposento construidas de adobe sobre cimientos de piedra y, posteriormente, de tierra caliza. El techo plano ofrecía espacio para el almacenamiento y servía de azotea, llegándose hasta él por medio de una escalera exterior. Las ventanas eran pequeñas, apenas una rendija, o aperturas tapadas con celosías que impedían la entrada de cualquier intruso, pero admitían la luz del día y el aire.
El interior de la casa era fresco y sombreado. Una plataforma levantada en un extremo proveía el espacio para cocinar y para dormir, y el resto del suelo de tierra servía para almacenar las grandes tinajas y utensilios, inclusive el molino de mano, con capacidad además para el cobijo de los animales.
Los ricos tenían casas construidas con piedra labrada y con las ventanas provistas de rejas metálicas. Algunos construían sus casas de varios pisos, mientras que otros edificaban horizontalmente para permitir uno o más patios, muchos de los cuales tenían atractivos jardines. Los beduinos del desierto eran los más pobres, pues vivían en carpas hechas con piel de cabra, tradicionales desde los tiempos de Abraham.
Dentro de la habitación los pobres se sentaban y dormían en esteras, iluminados por una lámpara de aceite. Por su parte los ricos se sentaban frente a una mesa, dormían en camas y eran atendidos por criados, quienes les servían vino y manjares mientras sonaba música de fondo. Pero los pobres debían conformarse con leche de cabra, aceitunas y pan de cebada, que era su dieta acostumbrada.
CLASES SOCIALES
En el aspecto socio económico, en la época de Jesús por lo general no existía la clase media. Sólo habían dos estratos sociales, sin tomar en cuenta a los esclavos: los ricos y los pobres.
Los ricos eran pocos en número, pero muy poderosos. Eran conservadores en temas religiosos y también en los asuntos políticos. Generalmente pertenecían al grupo de los saduceos, quienes eran los grandes comerciantes y terratenientes. Varios de ellos eran ancianos, miembros del Sanedrín.
Los sacerdotes jefes de familia eran integrantes de la aristocracia de Jerusalén, y pertenecían a unas dieciséis familias aproximadamente. Era gente muy rica, con los grandes ingresos y poder que producía una religiosidad y culto montados en relación al Templo. Eran además los principales administradores del tesoro, y esta administración llevaba un dominio usufructual, pues se aprovechaban de todas sus rentas. También las familias de los Sumos Sacerdotes se encontraban entre las más ricas del país.
Sin embargo, la mayor parte de la población estaba compuesta por gente pobre, entre quienes se encontraban:
Jornaleros: Asalariados que ganaban el sustento con su trabajo. Se les pagaba un denario más la comida, por cada día de trabajo de sol a sol.
Escribas: No tenían un oficio concreto ni ejercían el comercio. Como la enseñanza de la Ley debía ser gratuita, estos escribas eran generalmente pobres y vivían de las ayudas que recibían de sus seguidores, de la hospitalidad espontánea que les ofrecían, y de las invitaciones a tomar parte en los banquetes celebrados en otras casas. El Evangelio dice acerca de ellos: “Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes, y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa” (Marcos 12:38-40).
Esclavos: La mayoría de ellos estaban en el palacio de Herodes y venían a ser como criados domésticos no libres. Los judíos solo podían ser esclavos durante seis años, y si el dueño no era judío, el esclavo debía ser rescatado por sus parientes. El servicio de esclavo no era considerado deshonroso; inclusive el jornalero vivía de forma mucho más insegura que el propio esclavo.
Mendigos: Jerusalén era ya en tiempos de Jesús un centro de mendicidad. Los mendigos se concentraban en torno al Templo y vivían de la limosna de la gente piadosa. La limosna era una de las tres prácticas fundamentales de la piedad judía, junto con la oración y el ayuno.
‘Am ha’aretz’: Así se denominaba al pueblo de la tierra, los campesinos, quienes eran considerados por los sacerdotes como ignorantes de la Ley e incapaces de cumplirla.
La clase media prácticamente no existía, y la poca que había estaba concentrada en Jerusalén. Pertenecían a ella pequeños comerciantes, artesanos propietarios de sus talleres, y los dueños de las hospederías de Jerusalén.
LA ALIMENTACION
La familia campesina tenía que trabajar arduamente para poder vivir. El hombre labraba el campo mientras que la mujer y los niños se encargaban de los quehaceres domésticos, sacando agua del pozo del pueblo antes de que calentara el día, con un balde hecho de cuero de cabra o en tinajas.
Luego escogían la semilla para eliminar así cualquier partícula contaminada. Mientras algunas semillas eran colocadas en una lamina de metal caliente, la mayor parte se trituraba en el molino de mano y se formaban tortillas que eran cocidas en hornos de barro. El pan crecía en tamaño al añadirle parte de una masa con levadura, preparada el día anterior.
LA VESTIMENTA
La vestimenta estaba condicionada por el clima. Se usaban mantos largos y holgados para mantenerse fresco, pero el tipo de tela lo determinaba la riqueza y el estatus social de cada persona.
El campesino usaba un delantal o una túnica, y manto. La túnica del hombre era blanca y llegaba hasta la rodilla, de manera que para trabajar o correr había de recogerla alrededor de la cintura, lo cual se conocía como ceñirse los lomos. La túnica de la mujer era parecida, pero más adornada y colorida. El manto externo era largo y de lana, con franjas alternadas de tonos color café, partido desde los hombros hasta los brazos.
Como la mayoría de los telares judíos median tan solo un metro de ancho, se cosían juntos dos pedazos de tela para así poder lograr la longitud deseada. La túnica inconsútil de Jesús fue la excepción.
Los ricos podían darse el lujo de poseer telas teñidas en brillantes colores, y usaban una chaqueta corta encima de la túnica. A menudo la ropa era la señal de la profesión de la persona.
El calzado del pobre, si lo tenía, era una suela de cuero atada al tobillo por una faja que pasaba entre los dedos de los pies. Si se era más pudiente podía usarse zapatillas de cuero.
Como había que proteger del sol la cabeza, se usaba un turbante o una tela cuadrada sujetada a la cabeza con un cordón.
Los pobres no tenían qué ponerse para dormir. Simplemente se aflojaban el cinturón y se envolvían en el manto.
VIDA LABORAL
Los israelitas vivían principalmente como una comunidad agrícola, por lo cual su trabajo se relacionaba básicamente con la agricultura, o con algún tipo de trabajo manual artesano domestico común.
Había cuatro tipos de trabajos básicos en la época de Jesús que eran llevados a cabo por la gente sencilla:
Agricultura: Era la ocupación más importante. Cuando las lluvias tempranas del otoño suavizaban la tierra se hacían eras con un sencillo arado de madera tirado por un buey. La semilla se esparcía a mano y las lluvias tardías de la primavera producían la cosecha.
Para cosechar se arrancaba la planta de cuajo, o si no, se cortaban los tallos con una hoz de madera en cuyo filo había aristas cortantes. Se llevaba el grano a un piso duro de tierra nivelada, llamado desgranador, en donde por las pisadas de los bueyes se separaba el grano de la paja.
Cuando soplaba la brisa de la tarde se aventaba el grano con un gran tridente. El viento se llevaba la paja liviana, que posteriormente era recogida y amarrada para servir de combustible en los hornos caseros. Se finalizaba la tarea mediante el uso de una pala, que también removía el polvo. Luego el grano puro se medía y se empacaba para su uso o venta.
Otras cosechas importantes eran las uvas, las aceitunas y los higos. Las uvas se pisaban en un lagar y se fermentaba el jugo para preservarlo y elaborar posteriormente el vino. Las aceitunas se majaban también para elaborar el aceite, elemento indispensable para la cocina, las lámparas, la medicina y la limpieza.
Pesca: En tiempos del Antiguo Testamento se pescaba poco y, además, los israelitas no eran buenos marineros, de manera que la pesca se limitaba a unos pocos ríos y lagos, en especial el lago de Galilea.
Pero ya en tiempos de Jesús florecía la industria pesquera en Galilea. En el lago abundaba la pesca, de tal manera que era posible atrapar los peces con solo lanzar un círculo con pesas, o bien una red desde la ribera y luego recogerla hacia la playa. El procedimiento más corriente era el de suspender entre dos barcas una red barredera con pesas abajo y corchos por encima, atrapando así el pescado en un círculo de redes en medio del lago, o si no arrastrándolo hacia la playa para atraparlos en los bajíos. Parte de la pesca se vendía enseguida y el resto se salaba para su conservación.
También se pescaba con arpón y aún con canas y cuerdas. La tarea podía ser peligrosa porque a menudo se levantaban tormentas sin previo aviso, las cuales eran causadas, la mayoría de las veces, por los vientos fríos que bajaban de las laderas nevadas del Monte Hermón, o en otras ocasiones por las corrientes de agua caliente provenientes del lago, que se mezclaban con el aire fresco que cruzaba las colinas cercanas al Mediterráneo.
Pastoreo: Desde los primeros tiempos el trabajo de pastoreo era también muy importante. Como el pastor tenía que alimentar y también proteger a su rebaño, viajaban largas distancias, especialmente durante el caluroso verano.
Todas las noches debía contar el rebaño y se acostaba en la puerta del corral, a la que denominaban la puerta de las ovejas. Debía mantener una vigilancia constante por razón de los animales salvajes que aparecían en los bosques del Valle del Jordán, especialmente chacales y leones.
El pastor normalmente tenía a su cargo un rebaño mixto de cabras y ovejas. A las cabras tenía que arrearlas, pero las ovejas iban detrás del pastor. Tanto la lana como el pelo de la cabra se usaban para fabricar ropa. Además las cabras también daban leche, y juntamente con el queso y la carne, tanto de ovejas como de cabras, se convirtió en una importante fuente de ingresos para el pastor.
Artesanía: Aún en tiempos primitivos se practicaba todo tipo de artesanía doméstica.
El carpintero fabricaba y reparaba implementos agrícolas tales como arados, rastrillos y desgranadores, y también elaboraba los muebles básicos del hogar. Pero había poca madera, ya que no abundaban los árboles en aquella zona.
El albañil sacaba la piedra caliza que constituye la base del suelo de Palestina, dándole la forma necesaria para las construcciones.
El alfarero usaba la arcilla para crear utensilios caseros, para lo cual empleaba un torno manual o que funcionaba con los pies, y un horno primitivo.
El curtidor también tenía una ocupación importante, pero trabajaba fuera del pueblo, junto a algún rio, por motivo del olor. Allí elaboraba sandalias, cinturones y también los odres de cuero de cabra que se usaban para transportar agua, vino o aceite.
COSTUMBRES Y VIDA SOCIAL
Había tres fechas, aparte de las religiosas, que predominaban en la memoria de cualquier familia israelita: el día del nacimiento, el del matrimonio y el de la muerte.
Nacimiento: En Israel siempre se veía la esterilidad como una calamidad, y se era feliz en proporción al número de hijos que se tenía, especialmente si éstos eran varones.
Cuando nacía el primogénito, la madre pasaba a ser “la madre de…” en lugar de “la hija de…” Una hija no era tan bienvenida por su posición subordinada. Era una ventaja para la familia sólo como trabajadora.
Al nacer se frotaba al recién nacido con sal para afirmar su piel, y se le envolvía en pañales para que crecieran bien sus miembros. Se le ponía un nombre escogido cuidadosamente de antemano, el cual indicara previamente alguna cualidad moral o física que se presumía iba a caracterizarle en el transcurso de su vida.
El varón era circuncidado a los ocho días y el primogénito era redimido un mes después de su nacimiento mediante su presentación en el Templo y una ofrenda al sacerdote. No era destetado sino hasta los dos o tres años de edad.
Matrimonio: Los matrimonios los arreglaban los padres ya que era deber de todos el casarse. Como la novia constituía una ventaja laboral, los futuros suegros debían pagar un precio o dote por ella a sus padres.
Lo primero de todo era una ceremonia formal de firma del compromiso, con intercambio de regalos. Llegada la tarde del día de la boda, el novio y sus amigos hacían una procesión hasta la casa de la novia, en donde ella y su familia les esperaban. La pareja recibía la bendición y entonces el novio llevaba a su esposa por las calles del pueblo hasta su propia casa, mientras los invitados se alineaban en las orillas de las calles con antorchas encendidas. Luego seguía una gran fiesta que podía durar hasta una semana.
Muerte: Una muerte en la familia daba inicio a un ceremonial de luto muy complicado. Se pagaba a plañideras profesionales para los lloros y lamentos del caso.
En un clima tan caliente había que enterrar el cuerpo del muerto antes de las 24 horas posteriores al fallecimiento. Se lavaba el cadáver y se le envolvía en ropas. En tiempos del Nuevo Testamento se le ungía y envolvía en vendas especiales, poniéndole un sudario de lino.
A los pobres se les enterraba en una fosa común o en sencillas cuevas, mientras que los ricos tenían tumbas cavadas especialmente para ellos en las rocas, selladas con una piedra grande en forma de rueda. Esta fue precisamente la tumba en donde fue enterrado Jesús, la cual era propiedad de José de Arimatea.
EL TRATO A LA MUJER
La situación social en Israel y Palestina era patriarcal. La familia hebrea era grande en número. La poligamia, aunque lícita en los casos en que la esposa era estéril, solamente estaba al alcance de los ricos. En la casa familiar vivían, además del marido, la esposa principal y las secundarias, los hijos e hijas de todas ellas, juntamente con los criados y esclavos.
Al conjunto familiar se le denominaba casa del padre, que era donde el gobernaba como señor absoluto y era el dueño y responsable de los bienes familiares. Los hijos varones eran sus herederos, mientras que las hijas aumentaban el patrimonio familiar con la dote o precio que los pretendientes pagaban al padre al comprarlas.
El padre era el único que tenía el derecho de disponer, dar órdenes, castigar, pronunciar oraciones, bendecir los alimentos y ofrecer sacrificios, además de ser el maestro de sus hijos. Como madre, la mujer era respetada y reverenciada porque los hijos son regalo y bendición de Dios, sobre todo si estos eran varones. Pero a pesar de ello, la mujer era diferente al varón en la cultura judaica y hebrea.
La mujer judía en tiempos de Jesús era considerada inferior al hombre por tener menos ventajas que el varón. Existía en aquel entonces una expresión que se repetía frecuentemente, y que decía: ‘mujeres, esclavos y niños’.
Como el esclavo judío y el niño menor de 13 años, la mujer se debía por completo a su dueño y señor: al padre, si es soltera; al marido, si es casada; al cuñado, si es viuda sin hijos (Deuteronomio 25:5-10). Si la mujer era soltera, estaba bajo la tutela de su padre y sólo él tenía la autoridad para casarla.
Sin embargo, el padre solamente podía hacerlo si ella daba su consentimiento explícito, decidiendo a quien quiere por esposo, lo cual estaba protegido por la Ley judía: ‘Tiene el hombre prohibido casar a su hija cuando es menor, hasta que crezca y diga a fulano yo quiero’ (Talmud Babilónico, Tratado de Kidushin 81b.) Cuando ella se casa, el marido es el dueño de la mujer y ésta no puede disponer ni de los ingresos de su trabajo, ni de lo que pudiera llegar a encontrar.
La mujer no recibía instrucción religiosa ya que se suponía que era incapaz de comprenderla. Las escuelas eran solamente para varones. Además, las mujeres no podían ser testigos en un tribunal, ya que se pensaba que su testimonio carecía de valor por su inclinación a la mentira, argumentación que los judíos consideraban apoyada en el libro del Génesis: ‘Sara negó, no me he reído’. Pero Aquel dijo: ‘no digas eso, que sí te has reído’ (Génesis 18:15).
En las grandes casas de las ciudades y entre las familias acomodadas, la mujer permanecía en el gineceo, la parte de la casa destinada a las mujeres, y sólo podían mostrarse en público con la cara tapada, cubierta con dos velos atados en la cabeza, para que no se pudieran distinguir los rasgos de su rostro. En los pueblos y entre las familias sencillas existía menos rigor en este aspecto.
Las reglas de educación prohibían encontrarse a solas con una mujer, sobre todo si ésta era casada; incluso mirar a una mujer casada o también saludarla. Una mujer no debía estar sola trabajando en el campo, sino que lo normal es que trabajaran juntas tres o más de ellas. Lo mismo ocurría cuando tenían que ir al pozo a buscar agua.
La esposa o las hijas tenían el deber de lavar al padre su cara, manos y pies. Pero el judío varón no podía exigir esto a otro hombre, ni siquiera a un esclavo judío; solamente a un esclavo no judío.
Las mujeres judías eran consideradas impuras durante el tiempo de la menstruación y ni tan siquiera se las podía tocar. Después del parto tenían que ofrecer un sacrificio en el Templo para ser purificadas.
Cuando había un banquete en la casa, las mujeres no tomaban parte en el mismo y ni tan siquiera podían servir la comida, ya que se temía que escuchasen las conversaciones y no fuesen discretas. Únicamente se les permitía asistir a la cena del sábado y al banquete de Pascua.
Si alguna mujer casada preguntaba alguna cosa, se le debía responder lo más brevemente posible. Todo esto estaba amparado por una cita bíblica: ‘Jamás te sientes junto a una mujer casada, ni bebas vino con ella en la mesa, no sea que tu corazón se enamore de ella y tu pasión te lleve a la ruina’ (Eclesiástico 9:9).
EL DIVORCIO, DERECHO DEL MARIDO
Solamente el marido tenía derecho a romper el matrimonio exigiendo el divorcio; era un derecho arbitrario y caprichoso.
Si una mujer salía a la calle sin cubrirse la cabeza, ofendía hasta tal punto las buenas costumbres que su marido tenía el derecho y hasta el deber, desde el punto de vista religioso, de echarla de la casa y divorciarse de ella sin estar obligado a pagarle la suma acordada en el contrato matrimonial.
La mujer judía que perdía su tiempo en la calle hablando con unos y otros, o la que se ponía a hilar en la puerta de su casa, podía ser repudiada por su marido sin compensación económica alguna. Incluso cuando a la esposa se le quemara la comida, podía ser repudiada por el esposo, según manifestaba el rabino y maestro judío Hilel el Viejo o el Sabio (70 a.C. al 10 d.C.). Otro motivo podía ser que el marido descubriera algo torpe en su esposa, lo cual le daba la libertad para buscar otra más joven y adquirirla.
Si la novia tenía relaciones con otro hombre era considerada una adúltera y su castigo era la lapidación. Si la adúltera era una mujer casada, el castigo que se le reservaba era el de la estrangulación. Pero para el hombre no había castigo alguno. En la mujer sólo veían superficialidad, sexo y peligro, por lo que siempre trataban de guardarse de ella.
LA MUJER JUDIA Y EL CULTO RELIGIOSO
En la parte posterior del Templo existía un patio reservado únicamente para las mujeres judías, en donde no había ningún tipo de contacto con hombres y donde ellas no eran tomadas en cuenta. Sólo se celebraba el culto en la Sinagoga cuando estaban presentes un mínimo de diez hombres, y jamás se contaba con las mujeres, por muchas que estuvieran presentes.
Las mujeres estaban exentas de peregrinar a Jerusalén en las grandes fiestas del año, a lo cual sí estaban obligados los varones; los que vivían lejos de Jerusalén debían acudir al Templo por lo menos en una ocasión al ano. Ellas ni tan siquiera eran aptas para pronunciar la acción de gracias en las comidas, pero sí estaban obligadas a cumplir con todas las prohibiciones de la Ley religiosa, así como a cumplir con todo rigor la legislación civil y penal.
La conciencia de la superioridad religiosa masculina estaba muy extendida en tiempos de Jesús y de las primeras comunidades cristianas, no sólo entre los judíos, sino también entre griegos y romanos. El hombre griego estaba agradecido a los dioses por la suerte de haber nacido humano y no bestia, griego y no bárbaro, libre y no esclavo, hombre y no mujer. Y entre los judíos corría un dicho que decía: “Bienaventurado aquel cuyos hijos son varones, y ay de aquel cuyos hijos son hembras?.
En la oración que los judíos de la época de Jesús hacían en la Sinagoga, por tres veces el hombre judío agradece a Dios el hecho de que no le hubiera creado pagano, esclavo o mujer. Así consta en este comentario judío: ‘Rabí Yehuda dice que deben decirse tres plegarias cada día: bendito sea Yahvé, que no me ha hecho pagano; bendito sea Yahvé, que no me ha hecho mujer; bendito sea Yahvé, que no me ha hecho ignorante?.
En la lengua en que fue escrito el Antiguo Testamento, el hebreo, las palabras piadoso (hasid), justo (saddiq) y santo (qados), no tienen equivalencia en femenino.
LA EDUCACION Y LA JUSTICIA
En tiempos del Antiguo Testamento no existían escuelas para los niños de la gente común y sencilla. Sus padres debían enseñarles las ocupaciones corrientes, y también explicarles la Ley y los festivales religiosos. En tiempos de Jesús la educación de las niñas estaba enteramente en manos de su madre, pero cada varón asistía a la escuela de la Sinagoga a partir de los seis años.
El Antiguo Testamento era su único libro de texto mientras aprendían la historia, geografía y literatura, así como la Ley de su pueblo. Si el niño era lo suficientemente inteligente y contaba con los medios necesarios, podía enviársele a Jerusalén a sentarse a los pies de algún rabino famoso para asimilar su enseñanza.
Además del conocimiento de la Ley, el niño judío debía aprender algún oficio. Tanto esto como el significado de las fiestas era tarea de su padre. Cuando el muchacho cumplía los trece años llegaba a su Bar Mitzvah, o sea que pasaba a ser un hijo de la Ley, y a efectos religiosos era considerado ya un hombre. Reunía las condiciones necesarias para ser incluido en el Minyau, el grupo mínimo de diez hombres imprescindibles para celebrar la asamblea en una Sinagoga. Al siguiente sábado el muchacho leía una porción de la Ley en hebreo y recibía la bendición del rabino principal.
En aquella época no existía en Israel una marcada separación entre la ley civil y la religiosa. Los sacerdotes levitas y los ancianos cumplían el mismo propósito y participaban en la administración de la justicia. En la puerta de la ciudad o del pueblo se ventilaban los procesos legales y se juzgaban los casos.
La Corte Suprema en tiempos neo testamentarios era el Sanedrín. Este cuerpo de 70 hombres se reunía en el Templo. Las autoridades romanas les permitían emitir la sentencia sobre cualquier tema bajo la ley judaica, menos la pena de muerte ni en aquellos casos regidos exclusivamente por la ley romana. Las querellas locales las resolvían siempre los ancianos en la puerta de la aldea, tal como se indicó anteriormente.
LA VIDA RELIGIOSA
La vida religiosa de Israel estaba centrada primero en el Tabernáculo y luego en el Templo, y se regía por los reglamentos que imponía la Ley con respecto a las ofrendas y los sacrificios, así como acerca de las grandes festividades anuales.
Las seis grandes festividades anuales eran las siguientes:
La primera del año era la de Purim o de las suertes, celebrada en torno a nuestro primero de marzo en conmemoración de la liberación de los judíos de manos de Hamán, según narra el libro bíblico de Esther. La segunda era la Pascua, celebrada el 14 de Nisán, cerca de nuestro inicio de abril, en memoria de la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto. Su importancia era tal que los romanos solían liberar un preso en esa fecha, de acuerdo a la voluntad del pueblo, como fue el caso de la liberación de Barrabas. A continuación de la Pascua, y en asociación con ella, tenía lugar la celebración de la Fiesta de los Panes sin levadura, con una duración de siete días seguidos. En tercer lugar los judíos celebraban la festividad de Pentecostés, que tenía lugar cincuenta días después de Pascua, cerca del final de mayo. Se conmemoraba en ella la entrega de la Ley a Moisés, así como la siega del grano del que se ofrecía en el Templo.
A continuación nos encontramos con el Día de la Expiación, que en realidad consistía más en un ayuno que en una fiesta. Era el único día en que el Sumo Sacerdote podía entrar en el Santísimo para ofrecer incienso y rociar la sangre de los sacrificios. Tras realizar estos actos se soltaba un macho cabrío al desierto que llevaba, simbólicamente, la culpa de la nación, y se sacaban fuera de la ciudad los restos de los animales sacrificados en holocausto. Durante el día se ayunaba y oraba de manera especialmente solemne. Cinco días después tenía lugar la fiesta de los Tabernáculos o Cabañas, cercana a nuestro primero de octubre. Se conmemoraba con ella la protección de Dios sobre Israel mientras vagó por el desierto a la salida de Egipto y servía asimismo para dar gracias a Dios por las bendiciones recibidas durante el año. Durante esta festividad era costumbre que la gente viviera en cabañas improvisadas, situadas a no más de una jornada de sábado de Jerusalén, en recuerdo de la experiencia pasada por Israel. Los dos actos religiosos principales eran el derramamiento de una libación de agua, realizada por un sacerdote usando una jarra de oro con agua del Estanque de Siloé, y la iluminación del Templo mediante cuatro enormes lámparas que se situaban en el patio de las mujeres.
Finalmente nos encontramos con la Fiesta de la Dedicación, aproximadamente a mediados de nuestro mes de diciembre, y que conmemoraba la restauración y rededicación del Templo realizada por Judas Macabeo. Durante esta fiesta era común leer los libros I y II de los Macabeos.
EL TEMPLO Y LA SINAGOGA
Entre el final del Antiguo Testamento y comienzos del Nuevo, hubo un marcado desarrollo de la vida religiosa formal de los judíos. El culto regular se celebraba ahora en la Sinagoga local, práctica que nació en los días del Exilio, cuando no había Templo. El rabino principal de la Sinagoga era elegido por los ancianos del pueblo.
En algunos de los servicios de Templo, como en las festividades del Ano Nuevo judío (Rosh Hashana) y el Día del perdón (Yom Kipur) se escucha el sonido de shofar en el momento de los rezos.
El servicio seguía un modelo guiado por las oraciones y lecturas de la Ley y de los Profetas. Luego seguía el sermón y un espacio en el cual los hombres podían hacer preguntas al Rabino. Detrás del pulpito había un recinto cerrado con una cortina, donde se encontraba el Arca de los rollos sagrados que sólo los doctores de la Ley podían abrir. Los lectores se sentaban entre el recinto y el pulpito, de cara a la congregación, junto con los principales maestros, quienes se sentaban en asientos levantados conocidos como Cátedras de Moisés.
Cuando era posible se hacía una visita al Templo de Jerusalén, el cual había sido ya reconstruido por Herodes. El Templo seguía la estructura básica del de Salomón, pero de dimensiones mucho más grandes. Básicamente era un recinto abierto y vasto, dividido en atrios por una serie de murallas. Los no judíos estaban limitados al atrio o patio exterior, que también servía de acceso desde y hacia la ciudad, así como también era usado a modo de mercado de ganado y de cambio de dinero.
Los judíos podían entrar a los atrios centrales y observar los sacrificios desde un atrio cercano al de los sacerdotes, pero las mujeres se mantenían a distancia, en su propio atrio. El sacerdote podía considerarse afortunado cuando le concedían el permiso, una vez en toda su vida, para ofrecer incienso en el lugar santo, el edificio más recóndito de recinto del Templo.
CONCLUSION
La historia de la Biblia se desenvuelve en un ambiente tradicional de vida familiar y rural que permaneció inmutable a lo largo de los siglos.
El esfuerzo de los arqueólogos y de los expertos en los diferentes aspectos de la vida cotidiana de aquella época, ha contribuido enormemente a nuestro conocimiento de la humanidad en la época bíblica, así como los hallazgos de documentos en Qumran (Israel) y en Nag-Hammadi (Egipto).
No obstante, cualesquiera que sean los hallazgos y su significado, desafortunadamente la conclusión final es la misma. Las pericias, hábitos, cultura y labores del ser humano, grandes o pequeñas, no han logrado mejorar su naturaleza.
Han aparecido grandes civilizaciones, pero el hombre, en su vida diaria, así como sus aspiraciones, temores y anhelos, tanto personales como colectivos y también religiosos, parecen ser siempre los mismos. El mensaje divino de fe y renovación era tan intenso y necesario en tiempos de Abraham y de David como sigue siéndolo hoy mismo. Sin embargo en cada uno de nosotros está la posibilidad del cambio de vida personal. Sólo de nosotros mismos depende el conseguirlo.
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