Para nuestra juventud actual los viajes (nacionales y extranjeros) han adquirido -en mucho casos- una rutina que se piensa fue normal en todas las épocas, pero en la época de la primera mitad del Siglo XX, había bastante dificultad para gozar de unas merecidas vacaciones. Los nuevos inmigrantes judíos que habían llegado a México, independiente a las dificultades de adaptación en sus nuevas vidas, enfrentaban dificultades de idioma, costumbres y alimentos; no obstante trataban de conocer los sitios más cercanos que podían visitar en este prodigioso país.
Esas primeras generaciones tenían que trabajar en lo que podían: algunos como vendedores ambulantes, otros como aboneros y en el mejor de los casos atendiendo puestos, tiendas o talleres donde muchas veces eran ayudados por las esposas, por lo que salir a paseos y vacaciones como los que acostumbramos en la actualidad acompañados de sus hijos, muchas veces era algo impensable.
Para los hijos de aquellos inmigrantes, lo máximo era salir de excursión, ya fuere con el colegio o las organizaciones juveniles, ya que aparte de ser recreativas, les ayudaba a conocer las bellezas del país que había acogido a sus padres.
Aunque la mayoría de las excursiones eran por un solo día, también las hubo un poco más extensas, especialmente las que organizaba el Colegio Israelita de México allá por la década de los 40, a lugares tales como; Michoacán, Veracruz y Guadalajara, entre otros.
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